Ellas quieren decir, quieren contar, que el mundo se entere lo que están atravesando. Es una manera de defenderse de la invasión de Rusia que ya tiene seis días en territorio ucraniano y que, por el momento, no parece remitir. Ellas son las esposas, parejas, madres y familiares de hombres civiles que en este momento se encuentran enfrentando y lidiando con una guerra que el mundo repudia. Antes de que se desatara el infierno las vidas de estos hombres transcurrían en hospitales y en estudios de ingeniería, entre otras tareas que nada tenían que ver con las armas que hoy portan. Sólo la minoría formaba parte de la milicia. Ellos dejaron a sus mujeres e hijos quienes también luchan pero de una manera mucho más silenciosa. Desde la oscuridad donde la resistencia se impone y se confunde con la supervivencia.
“¡Gloria a Ucrania!”, exclaman estas mujeres y niños en un video que llegó a nuestras manos. Todos tuvieron que abandonar sus hogares para refugiarse en sótanos de pueblos pocos poblados. En total son 20 y se encuentran en este momento en las zonas de Karasyn y Zamostya, ambas de la región de Volinia. Es la mendocina Nora Bugaychuk, cuyo abuelo y abuela eran ucranianos, quien hace de nexo entre sus primas y diario Los Andes. Ella junto a los familiares de Mendoza se mantienen todo el tiempo conectados con sus parientes gracias a un chat. Entre mensaje y mensaje estas primas detallan lo que van atravesando. Hasta que las comunicaciones resistan (estiman que en breve dejarán de funcionar y esperan la ayuda de Polonia para seguir contactados). Son una red silenciosa de almas comunicadas a la espera de la paz.
En Ucrania las temperaturas mínimas rondan los 5 grados bajo cero. Grados que bajan aún más en las montañas. Pero, lejos de quejarse por el frío, estos ucranianos lo agradecen. En particular a la nieve que hace más difícil el tránsito de tanques rusos por su territorio. Al bloqueo del clima se le suma el humano. Personas que se colocan delante de los invasores para detener, con sus cuerpos, el avance que parece implacable. No hay quien retroceda en estas circunstancias donde el nacionalismo se hace sentir. La nación va a resistir lo que pueda, dicen. Cabe recordar que Ucrania se independizó de Rusia dos veces: la primera fue en 1917 por parte de la Ucrania Oriental, la segunda ocurrió en 1991 cuando este país dejó a la Unión Soviética.
El día y una aparente calma en Ucrania
En los pueblos donde se encuentran estas mujeres, se resguardan sus apellidos por seguridad, hay pocos habitantes y sótanos donde pasan las horas. En particular las de la noche. Mientras sus hombres combaten ellas ruegan no recibir noticias de ellos. Si las noticias llegan sólo pueden significar una cosa: han muerto en el campo de batalla. En el día la vida es “casi” normal. Los negocios siguen funcionando como pueden y venden sus productos. Almacenes y demás ofrecen lo que tienen. Por el momento, al menos en esa zona, no escasea la comida. Aunque los pedidos de auxilio para otros sitios de Ucrania se van acumulando.
Así ellas se convierten en una resistencia silenciosa. Son las encargadas de mantener y alimentar a sus hijos. Pero también motorizan colectas de comida, agua, medicamentos, tela marrón o verde y metales. Las telas son necesarias porque sirven para arreglar los uniformes de los soldados que se van despedazando en combate. Los metales, que son recolectados con medidas específicas, se emplean para arreglar los tanques y armas que se van rompiendo. No van a detener su lucha. Menos cuando sus parejas e hijos están combatiendo.
Nora Bugaychuk explica que ellas tienen comida aún porque antes de partir tomaron todo lo que habían almacenado para transitar el invierno sumado a lo cosechado en huertas y campos que les pertenecen a estas familias. Así, el grupo se alimenta sin problemas. Sin embargo viven otras necesidades, como la de una de las primas quien tuvo a su hija hace dos días, en medio del peor escenario.
El bebé nació con la ayuda de una familiar que es médica y se abrió camino hacia la luz a pesar de todo. Al igual que ella pero en un búnker nacieron dos pequeños. Sobre esto el ministro de Sanidad, Viktor Liashko, compartió fotos y llamó a los bebés como “el rostro de la guerra. Ellos nunca olvidarán y nosotros nunca perdonaremos”. En medio del dolor y las pérdidas la bebé se coronó con un nombre que emociona a todos: Victoria. El padre de esta niña deberá esperar para saber sobre su llegada y para poder cargarla en sus brazos.
En la noche, el terror
Se desconoce si el sótano donde se encuentran fue creado por la antigua Unión Soviética como búnker o si forma parte de una red familiar de seguridad. Lo que sí se sabe es que está equipado para resistir. Ahora las mujeres esperan walkie talkies porque saben que las comunicaciones van a fallar y porque este sistema les permite no ser localizadas.
Ellas se animan a abandonar el sótano en el día pero los niños son más protegidos por estas celosas mujeres quienes lucharán por sus hijos a como dé lugar. Antes de que caiga el sol y casi como una oración todos se suman en el exterior y cantan el himno nacional. “La libertad de Ucrania no ha perecido, ni su gloria. Aún a nosotros, hermanos ucranianos, nos sonreirá la fortuna. Nuestros enemigos se desvanecerán, como el rocío bajo el sol. Gobernaremos nosotros, hermanos, en nuestra propia y libre tierra. El alma y cuerpo sacrificaremos por nuestra libertad”, afirma este canto nacional.
Pasada la jornada diurna ellas enfrentan el peor de los escenarios. Encerrarse y esperar.
Explican que si la sirena se activa por primera vez se les está avisando que están cerca los aviones o los tanques. Si la sirena suena por segunda vez el Gobierno informa que ya no pueden salir de los sitios que habitan por nada del mundo. La angustia de la espera es eterna. Al igual que el silencio que queda en las noches luego de las caídas de las bombas. “Están atacando a la sociedad civil”, remarcan ellas. Quieren que se sepa. Entre los muertos hay incluso niños.
La amenaza es constante y se suma ahora a las enfermedades. Padecimientos como el rotavirus se están gestando y han aumentado en Ucrania. En parte por las deficiencias sanitarias que enfrentan en medio del conflicto armado.
Las ucranianas no quieren la guerra. Ansían la paz y ser independientes del vecino colosal que los acecha. Según sus voces, Rusia sólo pretende los recursos económicos de las zonas que reclaman. Estas familias desean mucho más que eso. Y están dispuestas a darlo todo. “¡Gloria a Ucrania!”, exclaman. Y la pequeña Victoria es testigo de eso.