Las mujeres no tuvieron ningún empacho en armar los andamios que fuesen necesarios y ponerse a picar paredes. Las cosas pesadas tampoco fueron un obstáculo para los brazos, que unieron fuerzas entre risas para trasladarlas. Ellas son ocho especialistas mendocinas en artes visuales que, coordinadas por dos restauradoras, llevan adelante los trabajos en murales y paredes con pinturas decorativas en el Museo Emiliano Guiñazú-Casa de Fader. Luego se sumarán cuatro más a un equipo íntegramente conformado por mujeres.
Son artistas plásticas, arquitectas, historiadoras del arte, ceramistas, escultoras y restauradoras. Sus miradas, sus manos, sus conocimientos dejarán su marca "invisible" en este patrimonio histórico mendocino, para rescatar la obra del artista Fernando Fader. Para muchas no ha sido fácil estar allí, pero hacerlo era demasiado importante.
Compromiso
Este edificio icónico de la cultura mendocina se encuentra cerrado desde 2012 por obras de recuperación y restauración. Tras las rejas, los bellos jardines ya no lucen tan cuidados y las esculturas externas están tapadas, pero adentro hay actividad. Por varias de las puertas y ventanas abiertas entra el sol. Hay polvillo por todas partes, andamios, habitaciones calladas.
Muchas paredes descubren diseños que Fader hizo para decorar esos ambientes y que estas mujeres descubrieron debajo de la pintura lisa que las había ocultado cuando se transformó en museo. Otras estaban tapadas con madera.
Sobre uno de los andamios de una de las salas hay dos mujeres ataviadas como cualquier persona en una obra. Con paciencia realizan trabajos de estucado. En otra hay dos más. Tratan de rescatar las pinturas decorativas y en mayo comenzarán con los murales. Son, en total, 28 salas. El clima allí es ameno. Casco, ropa de trabajo, polvo blanco en varias partes del cuerpo y manchas en la ropa delatan a estas mujeres que están en plena faena cuando llega Los Andes.
Sol von Wuthenau es artista plástica y sus palabras desde las alturas del andamio expresan cuánto disfruta lo que hace. "Más allá de lo que significa para Mendoza, esto para mí es tocar el cielo con las manos. Se trabaja feliz, haciendo lo nuestro y valorizándolo", sostiene sin dejar su labor. Al lado, María Azul Sayanca, licenciada en Cerámica, refuerza lo que significa: "Es recuperar el pasado para el futuro". Trabajan cómodas. "Es un equipo muy interesante de mujeres creativas, inteligentes, emprendedoras y trabajadoras, unidas por el arte que nos gusta a todas. Hacerlo en el Fader hace de esto algo perfecto", destaca María Azul.
Paciencia
Cristina Sonego es directora de la restauración y especialista en el tema. Aclara que el hecho de que sea un equipo de mujeres ha sido azaroso: quedaron seleccionadas entre más de 20 personas. Coordina, junto a Valentina Ruggiero, una doctora en Restauración italiana que habla bien el español. Pasan juntas allí bastante tiempo: trabajan de 9 a 18 de lunes a viernes, desde el 19 de febrero y hasta junio, cuando se espera poder reabrir por fin el museo.
Creen que una de las razones por las que los varones no se inclinan por estos trabajos es por tratarse de algo temporal. Algunas han pedido licencias sin goce de sueldo en sus trabajos, porque han podido hacerlo. Pero una de ellas directamente renunció para priorizar esta oportunidad.
La familia también ha apoyado: esposos que se ocupan de los hijos pequeños y si son más grandes, que se arreglan solos.
Cristina y Valentina, quienes se formaron en Europa en Restauración y se conocen desde la etapa académica, aseguran que en esto por lo general hay mayoría de mujeres. Lo atribuyen a que se trata de una tarea que requiere paciencia, delicadeza, mucha organización y que es algo a lo que se inclinan más las mujeres, mientras que los varones son más prácticos.
“Se repite lo mismo muchas veces, durante muchas horas, hay que aprender a esperar”, dice Valentina. “Así como las mujeres saben esperar nueve meses un embarazo, esto es como tener un hijo. Hay que tener temple y esperanza”, remarca Cristina.
Valentina reseña que antiguamente lo artístico era un hobbie al que se dedicaban las mujeres de familias “acomodadas”, por eso para ellas esto implica poner en valor lo que hacen y que sea reconocido como un trabajo valioso.
Aprendizaje
Para "las restauradoras", lo que realizan entre esos muros tiene un extra: se trata de un gran aprendizaje enriquecido por el intercambio.
"Es una oportunidad increíble, más allá del hecho histórico. Es un aprendizaje enorme porque no hay instancias de aprendizaje así en Mendoza", subraya Laura Villarreal.
Explicaron que en la provincia no hay espacios académicos donde adquirir estas herramientas. Hay dos alternativas en Buenos Aires, pero con un ingreso exigente.
“Ellas se están redescubriendo”, dice Cristina: “Casi como una madre han logrado cosas que quizás ni creían que podían hacer, como armar un andamio”.
Rebeca Sarelli, licenciada en Artes Plásticas y escultora advierte que esto es algo diferente a todo. "Se trata de un patrimonio, lo cual implica respeto (por la obra). Ya no es tu mano, tenés que respetar la mano de otro. Es una gran responsabilidad", destacó.
Cristina pone en evidencia que hace 15 años comenzó a haber más “movida” con la restauración en Mendoza, lo cual habla de la madurez de una sociedad que quiere resguardar su pasado histórico y su identidad.
Anécdotas con mate
Las anécdotas también existen cuando se comparte tanto. Contaron que el mate no falta y que Valentina, la restauradora "importada" de Italia, toma mate como cualquier otra.
Aunque dicen que "hay historias de fantasmas", no han tenido ningún incidente, por supuesto. Creen que han sido respetuosas y por eso no tienen problemas. Ya inauguraron los encuentros con una comida a pleno choripán y como una de las chicas "sabe hacer asado" ya está agendado uno para fines de diciembre.
A medida que limpiaban las paredes han encontrado cosas como dibujos rudimentarios hechos por algún empleado que pasó por allí y quiso dejar su marca en las históricas paredes, que más que paredes eran un lienzo.
Desde hoy, visitas guiadas
La Secretaría de Cultura realizará una visita guiada por semana: los sábados a las 16. El objetivo es que la comunidad pueda tomar contacto con la obra y el trabajo que se está realizando. Los interesados deberán inscribirse, enviando un correo a visitasfader@gmail.com.
Con las solicitudes se armarán grupos de 10 personas. El edificio data de 1892 y lo mandó a construir Emiliano Guiñazú como casa de verano. Luego le pidió a Fernando Fader que lo decorara, quien además de hacerlo se casó con su hija. En los 40 la viuda de Guiñazú, Narcisa, donó la casa a la provincia y en 1951 fue inaugurada como museo.