Esta es una historia conocida: charlamos con amigos y minutos después, al abrir nuestro teléfono, vemos una publicidad en redes sociales de algo que fue mencionado en la charla.
Nos ha pasado a todos y eso lleva a la duda más lógica ¿nos estuvo escuchando el smartphone para saber qué publicidad mostrarnos?
La respuesta corta es… no.
Sin embargo, para los interesados en saber por qué terminamos pensando que sí nos escuchan, aquí va una explicación.
Un poco de historia
La popularidad de apps como Shazam, que permiten escuchar un sonido para identificarlo, fue el puntapié de la creencia de que nuestras charlas son monitoreadas, pero alcanzó su pico en 2014 cuando Facebook lanzó la posibilidad de hacer lo mismo con audios de programas de TV además de música.
Al tratarse de una red social, la función generó preocupación y Facebook sacó un comunicado para aclarar que no grababa conversaciones. Por supuesto, los usuarios no le creyeron y desde entonces se instaló fuerte la convicción de que el celular nos escucha.
La creencia fue escalando de tal manera que finalmente las actualizaciones de software, tanto en Android como en iOS de Apple, sumaron un indicador de pantalla para mostrarle al usuario cuando el micrófono está encendido y revelar explícitamente a las app que lo activan.
La prueba científica
Aunque hubo mejoras a nivel software, los usuarios siguieron desconfiando y fue allí cuando aparecieron los estudios científicos para probar qué había de realidad en el mito creciente.
La realidad es que los usuarios desconocen todos los procesos internos que hace un teléfono cuando nadie los está usando y esa es la raíz de las dudas persistentes. Por ejemplo, los asistentes de voz como Siri o el de Google se activan de forma instantánea con solo nombrarlos o, incluso, cuando creen que los hemos mencionado. Y esto es posible porque nos están escuchando, aunque no haya ningún icono indicador en la pantalla del celular.
Esto generó varioas estudios, entre los cuales se destaca el de la Universidad de California realizado en 2018 donde auditaron 17.260 aplicaciones de la Play Store en Android para saber si escuchaban al usuario y enviaban audios a algún servidor.
El resultado mostró algo curioso y preocupante: muchas apps pedían permiso para habilitar cámara y micrófono sin necesidad clara. Del total analizado se descubrió que 12 apps compartían capturas de pantalla del usuario, aunque ninguna de esas aplicaciones era popular ni relevante. El otro dato llamativo fue que ni una sola grababa audios ni los compartía.
Otra investigación hizo una prueba práctica. Pusieron un celular de Samsung con Android y un iPhone con iOS en una sala cerrada y durante tres días reprodujeron anuncios de comida de gatos y perros mientras que en una sala similar colocaron otros dos teléfonos iguales el mismo periodo de tiempo pero en silencio.
El resultado fue que al comparar sus actividades internas no hubo diferencias. O sea, no notaron mayor gasto de memoria, batería o consumo de datos en los que escuchaban publicidades. Esto probó que si alguno hubiera estado escuchando y transmitiendo datos se habría notado en su actividad interna.
Todas las conclusiones apuntaron a lo mismo: ningún estudio descubrió pruebas suficientes para afirmar que el teléfono escuchara, grabara y transmitiera audios de los usuarios.
Muchos expertos señalan que el armado de un programa para escuchar a todos los usuarios, resaltar palabras claves, categorizarlas y armar anuncios personalizados sería un proceso de ingeniería descomunal y un gasto desmedido en almacenamiento.
El verdadero espionaje
Ya quedó claro que los teléfonos no nos escuchan secretamente pero ¿por qué nos aparecen publicidades de cosas que mencionamos en una charla?
La respuesta más clara llega de la mano de Tristan Harris, un ex diseñador de Google y su explicación pone fin a la teoría de la conspiración de los audios: nadie está espiando nuestras conversaciones porque hay una manera más fácil de conseguir la misma información.
Harris sostiene que las empresas acumulan miles de datos que los usuarios entregan, voluntaria e involuntariamente, y sirven para personalizar servicios y, claramente, publicidad.
Durante la Conferencia Global del Instituto Milken que se realizó en Los Ángeles, Estados Unidos, en 2019, el ex trabajador de Google detalló que muchos anuncios nos habían aparecido pero no los notamos hasta que forman parte de una conversación con otras personas. Es una coincidencia pero tendemos a ver un patrón. Pero además señaló que las empresas pueden adelantarse incluso a las conversaciones pronosticando qué temas pueden ser de nuestro interés gracias a la acumulación de datos que tienen de nuestras búsquedas online.
“Dentro de un servidor de Google o un servidor de Facebook hay una pequeña muñeca vudú, una versión de avatar parecida a ti. Como un modelo tuyo. Y no tengo que escuchar tus conversaciones porque he acumulado todos los clics y ‘me gusta’ que has hecho, lo que hace que esta muñeca vudú actúe más y más como tú. Todo lo que tengo que hacer es simular qué conversación está teniendo la muñeca vudú, y sabré la conversación que acabas de tener sin tener que escucharla por el micrófono”, sentenció Harris.
La IA que nos “escucha”
La inteligencia artificial generativa ha llegado para dar un giro de tuerca extra a la paranoia del espionaje auditivo con un argumento válido: están escuchando nuestras conversaciones porque literalmente estamos charlando con una IA.
Si nuestra actividad online ya es vasta ahora nos ofrecemos voluntariamente a entrenar a las IA para que hablen como nosotros.
Esta nueva etapa abre el horizonte para las empresas ya que pueden entender el contexto de nuestros intereses gracias a las entonaciones que usamos al hablar.
La publicidad contextual puede alcanzar así nuevos niveles gracias a la IA que no solo nos entenderá sino que nos responderá en consonancia a nuestra forma de hablar, algo que las empresas buscan desde hace años.
Hecha la ley, hecha la trampa
Más de un gobierno busca regular la actividad online de las empresas con el fin de proteger los datos del usuario para que no sean parte de acciones comerciales. Sin embargo, en muchos casos las regulaciones terminaron beneficiando a las empresas, especialmente a los gigantes tecnológicos.
Actualmente apps y servicios online están obligados a mostrar a los usuarios sus términos y condiciones para decidir si los aceptan. El problema fue que las empresas colocaron contratos tan extensos y con lenguaje legal tan complejo que nadie los lee y solo se da a “Aceptar” para avanzar sin ser conscientes de lo que se ha acordado.
Incluso en el texto se agrega una cláusula que señala que la compañía puede cambiar sus términos y condiciones en cualquier momento y sin aviso. O sea que aunque garanticen no comerciar con nuestros datos en un primer contrato, nada los exime de que no lo hagan en el futuro.