Erróneamente, ya asumimos con total naturalidad la idea de lo mal que estamos los argentinos.
No quiero decir que estemos bien, lo que quiero decir es que asumimos la idea de que todos somos igual de responsables de este mal presente.
Y lo cierto es que muchos ciudadanos de este país hemos hecho lo que se supone es lo correcto (trabajar, estudiar, producir, respetar el orden), pero a pesar de eso, nos hemos visto arrastrados a esta malaria. Y ahí está el punto: alguien nos arrastra a la pobreza, alguien nos arrastra a la miseria, alguien nos arrastra a la mediocridad.
Una nación como Argentina está constituida por dos grandes sectores: el estatal, y el privado. El sector privado es el que, bien o mal, produce, trabaja, y sostiene al Estado. El Estado es un sector que por sí mismo no produce nada, sino que es sostenido por el sector privado.
Y del Estado viven los políticos, sus “asesores”, los empleados públicos, quienes cobran los planes, los empresarios que reciben subsidios, las organizaciones piqueteras. Ellos, que son los que se sientan en el “Honorable” Congreso, dictaminan que seamos nosotros quienes debamos pagarles el festín.
Todo ese elefante fofo y mayormente inútil demanda cada día más, es insaciable. Y para sostenerse, exprime el capital y las ganancias de los que verdaderamente producen. Es por eso que decimos que el Estado arrastra al resto de los ciudadanos a la pobreza.
En rigor, no es que toda la Argentina está muy mal. En principio, esa sanguijuela gigante llamada “Estado” está quebrado, mal administrado, corrompido, y saqueado. Y para seguir en pie, necesita exprimirle al sector privado los frutos de su esfuerzo.
Cuando un político te promete todo lo que te dará, implícitamente está diciendo todo lo que piensa exprimirle a tu prójimo. Aquí sí que hay un culpable: la corporación estatal, y todo aquel que propulsa y aspira por un Estado cada vez más grande.
Y pensar que los que vienen piensan "ponernos de pie" con un Estado más grande.
Mauricio E. Gallardo
DNI 22.790.843