Los road trips permiten, en muchas ocasiones, conocer destinos sobre la marcha, disminuir la velocidad, poner el guiñe y hacerse a un costado cuando algo llama la atención desde la ventanilla. En un road trip hay un destino, pero el camino a seguir siempre está abierto a modificaciones; una exquisita dosis de libertad se vive en la carretera. Es así como conozco Luarca, un pequeño pueblo de la costa occidental de Asturias.
Ubicada al noroeste de España, Asturias -en sí misma- es de una belleza tan exquisita como heterogénea. Playas, montañas, bosques, acantilados, prados verdes, pastizales, días de sol y también de lluvia. Usted lo nombra, Asturias lo tiene. Y aun encontrándose en este escenario de ensueño, Luarca logra destacarse.
Estoy frente a una joya asturiana con todas sus letras, de eso no hay duda. Nostálgica, pintoresca y presumida, un poco de todo eso hay en Luarca. La ruta por la que accedo me permite vistas panorámicas del lugar y es que, encajado entre cerros, este pueblo ofrece diferentes miradores para poder ser observado desde todos sus ángulos. Les advertí: Luarca es presumida. Desde las alturas se aprecia a la perfección el atractivo muelle, con sus botes anclados prolijamente uno al lado del otro. Cae la tarde y las naves descansan en la orilla.
Estacionamos el auto, porque este cuadro asturiano es para caminarlo, con calma y ofreciendo atención a cada una de sus pinceladas.
Con forma de U, en la calle que rodea al muelle, predominan los bares y los restaurantes con terrazas que ofrecen vistas, no sólo de los navíos sino también del mar Cantábrico que se abre en el horizonte. Es un contexto cinematográfico que pareciera salido de una película europea de mediados del siglo pasado. Camino esperando que alguna diva o galán del séptimo arte irrumpa en escena…
Esta tarde Luarca se luce sólo para unos pocos afortunados; la temporada de verano todavía no ha comenzado, es día de semana y las personas alrededor pueden contarse con los dedos de las manos. En las calles predomina una construcción antigua, edificios que no superan los cinco pisos con acicalados tejados prolijamente dispuestos uno al lado del otro como si de una maqueta se tratara.
Como dije: Luarca es pintoresca. Aunque en su mayoría los edificios están bien conservados también es cierto que hay algunos que lucen más avejentados. Con sus fachadas venidas a menos por la humedad, estas armaduras de cemento hablan de un pasado que fue mejor y aún en su decadencia logran encandilar. Les avisé también que hay algo de nostalgia en Luarca. El Barómetro, uno de los restaurantes del puerto, despliega en una de sus paredes exteriores este artefacto y me imagino un pasado cuando los pescadores antes de adentrarse en el mar -caprichoso y traicionero- se acercaban a él en busca de consejo. Adivino que con solemnidad leerían la información que tenía para dar.
En aquel entonces, quizá, este elegante barómetro era protagonista y el autorizado último para decir cómo sería ese día: si se quedaban en tierra por probabilidad de tempestad o si el buen tiempo permitía zarpar. Hoy el Barométro sigue siendo un personaje principal en la vida de Luarca, aunque por razones diferentes. Aquí se preparan platos típicos de la gastronomía asturiana que lo ponen literalmente en la boca de todos: fabas con almejas (12,6 euros) o espárragos rellenos de erizo (12,5 euros) a las que se suman un largo y delicioso etcétera donde los productos de mar son protagonistas.
¿Para beber? El Barómetro no ofrece la tradicional sidra asturiana aunque lo compensan con una completa cartas de vinos… Yo al costado del camino, feliz de haber hecho un stop, saboreo Luarca.
El Barómetro. Paseo del Muelle, 5, Luarca, Asturias.
Menú de mediodía por 12 euros aproximadamente.
