Nuestro país tiene un nuevo gobierno que responde a una tendencia política que, con algunas alternancias, permanece en el escenario nacional desde 1945, que ejerció la primera magistratura. En suma durante más de treinta y cinco años. Cabe hacer la observación que cada gobernante imprimió su sello, a veces muy alejado de su esencia justicialista y adaptó el libreto según su conveniencia.
Por ello, cuando Alberto Fernández se alejó de sus funciones durante la presidencia de Cristina Kirchner y salió a los medios a criticarla, me pareció un hombre valiente y con principios. Pero para sorpresa de muchos, cuando la señora Cristina lo designó, unipersonalmente, candidato a presidente, se desdijo de sus aseveraciones. Alberto ganó las elecciones por los errores de la política económica de Macri. Muchos ciudadanos blanquearon la prioridad de sus vidas, cerrando los ojos a la corrupción y al relato falso, en pos de seguir exprimiendo al Estado.
Y con el nuevo presidente llegaron medidas económicas que, en nombre de la redistribución del ingreso, nada tienen que ver con una presunta equidad. Ejemplo de esto es el beneficio sólo para las jubilaciones mínimas: los demás jubilados resultaron ciudadanos de segunda que son responsables de haber aportado más durante años.
Las mismas personas que afirmaron que el plan de sucesivas actualizaciones del gobierno anterior era miserable, hoy, con todo descaro, declararon que esos aumentos, por excesivos, son inaplicables.
El otro gran perjudicado es el campo, que siempre fue la columna de la riqueza y que hoy se debe saquear para repartir a los espectadores.
¿Y la cultura del trabajo? Este país alguna vez fue grande, contó con el esfuerzo de generaciones de argentinos y de inmigrantes que le pusieron el lomo y el tesón para transformar su propia vida y la de su patria. No es novedad que el trabajo dignifica a las personas y no la dádiva populista de una tarjeta alimentaria que menoscaba el respeto a sí mismo y que es pagada con el sudor de quienes trabajan y pagan sus impuestos.
Tengo la intención de no quedarme en el aspecto económico porque considero que hay otros temas fundamentales. Me refiero a la actual política exterior, fluctuante e indefinida, que olvida que la faz más importante de la política es la externa porque define el marco y rumbo de los pasos a dar.
La comunidad internacional debe observar azorada la vergüenza del caso Nisman, de homicidio devenido en suicidio. Contradicción que manifiesta una posición acomodaticia y dudosa que deteriora aún más la imagen nacional.
Otra herida que ha provocado este gobierno es su aceptación del aborto, que anula el respeto a la vida y, por lo tanto, lo demás es secundario.
Éste es nuestro panorama actual, con más incertidumbres que seguridades, más decepciones que caminos esperanzados. Una sociedad que se autodestruye, también en la cultura idiomática inventando un lenguaje inclusivo que excluye la belleza y que, lejos de elevarnos para poder comprender a los clásicos,nos hunde en la oscuridad. Por eso rescato la suerte que ha tenido el señor presidente de leer las "novelas" que Borges nunca escribió.
Prof. Silvia Aballay
DNI 11.204.924