Fue un auténtico fogonazo. Corría la primavera de 2014 y Agnes Obel viajaba entonces por Estrasburgo, de gira con su segundo álbum, “Aventine”. La artista danesa, pianista y cantante de 36 años que destila una suerte de pop de cámara de nueva generación, límpido y minimalista, encontró el detonante para su inspiración en esa cosa tan analógica llamada prensa en papel. El semanario alemán Die Zeit dedicaba un especial a la vigilancia masiva, a Edward Snowden, a un Berlín convertido en refugio de activistas que abogan por una mayor transparencia.
Y de pronto, Agnes Obel visualizó seres humanos transparentes, seres humanos de cristal.
La compositora danesa cuenta la historia en un costroso backstage en La Riviera de Madrid, donde fue a presentar con un show su último trabajo, “Citizen of Glass” (ciudadano de cristal). Una mesa blanca cuarteada, una silla de director plegable, un aparato de aire acondicionado sin mando que hay que desenchufar para no congelarse… y la artista danesa, sentada, con la cabeza de perfil, revolviendo la rubia melena, a la que acaba de aplicar un aceite, según explica, para que no se le seque. Así se la vio en esa presentación que hizo en España.
Tan pronto se topó con el concepto de gläserner bürger (ciudadano de cristal) en Die Zeit, desempolvó ese cuaderno de colegial tan setentero que se compró en Suecia y anotó la idea.
“Se me quedó la imagen de seres humanos de cristal, me sedujo esa fragilidad. Me pareció que la manera de hablar de un tema tan político como la transparencia resultaba tan poética”.
Gran admiradora de músicos avezados en el arte de dibujar paisajes con sus composiciones como Lee Hazlewood o el gran Scott Walker, Obel es una de las más refinadas representantes de ese linaje de artistas escandinavas (Emiliana Torrini, Lykke Li, Sóley) que han crecido bajo la alargada sombra de Björk. Su voz se antoja emparentada con la de Victoria Legrand, la vocalista de Beach House; su piano, con las minimalistas digitaciones del enigmático compositor francés Erik Satie.
Pausada e hipnótica, su música transita en la intersección del pop y los sonidos clásicos, tamizada por crecientes dosis de experimentación sonora. El procesamiento de la señal de cuerdas y violonchelos, así como el recurso a instrumentos como el trautonium, sintetizador de los años veinte, denotan una querencia por la búsqueda de nuevas sonoridades.
Con su minimalista y delicada propuesta, que se torna aún más cristalina en su última entrega, Obel busca la belleza, la suavidad, sí; pero siempre hay un poso de melancolía, o de oscuridad en sus piezas.
“Con la música me pasa como con las películas o los libros. Me gusta sumergirme en universos que cautivan por su belleza, pero no soporto que sean solo bellos; se vuelven más interesantes si hay una tensión entre la pureza y lo oscuro, lo caótico, lo inesperado”.
Nacida en Copenhague el 28 de octubre de 1980, Obel creció en un ambiente en que se reverenciaba el arte y la libertad de expresar lo que uno lleva dentro. Hija de un músico de jazz y una jurista (pianista en sus ratos libres), hizo sus primeros pasos artísticos a los 14 años, participando como actriz en el debut cinematográfico de Thomas Vinterberg “The boy who walked backwards” (el niño que caminaba para atrás), impulsor del dogma junto a Lars von Trier (del que, como buena cinéfila, se declara fan; en su panteón particular figuran los hermanos Coen y David Lynch -que ha hecho una remezcla de uno de sus temas, “Fuel to fire”-). Tras estudiar piano e ingeniería de sonido, en 2006 se trasladó a Berlín, donde ha desarrollado su carrera.
En su tercer álbum, “Citizen of Glass”, sucesor de “Philarmonics” (2010) y “Aventine” (2013) -con los que triunfó, sobre todo en Holanda, Francia, Bélgica y en su país natal-, Obel ha intentado llevar el concepto de transparencia lo más lejos que ha podido, aplicándoselo a ella misma.
“En realidad soy superreservada; casi no uso redes sociales en mi vida privada; pero mi música dice mucho de mí. Cada vez que toco en lugares donde tengo amigos o familia, siento que pueden verme por dentro”. Algunos de los secretos que han jalonado su vida, escondidos tras letras abstractas, habitan su nuevo largo. El sentimiento de culpa, tan presente en la cultura de la que procede, emerge en “Stone”.
“Cuanto más quiero a una persona, más culpable me siento”, confiesa. “Soy una persona distraída, tengo mi pequeña vida en la cabeza. Y a veces me siento culpable cuando estoy con alguien a quien quiero y en realidad no estoy allí, sino en mi mundo”.
La oscuridad que a menudo destilan sus canciones aparece en “It’s Happening Again”, donde habla de esos pequeños períodos oscuros, cíclicos que jalonan su existencia, y que no son exactamente como las depresiones que sufría su padre, pero que se le acercan.
“Como ciudadana de cristal, tenía que hablar de ello. Son períodos que, a lo sumo, duran un mes. No consigo escribir canciones en esos días. Yo solo compongo cuando estoy enamorada de la vida”.
“Citizen of Glass”, editado en España por el sello discográfico Play It Again Sam, se puede escuchar por Spotify.