En su primera década, la democracia renacida (más bien “nacida”) en 1983, instaló por primera vez en forma plenamente transparente (sin desbordes autoritarios de ningún tipo) la República democrática, la cual institucionalmente ha sobrevivido hasta ahora, pero con achaques y sin haber logrado ningún tipo de crecimiento duradero, aunque derrotando -quizá para siempre- todo intento destituyente.
En su segunda década, esa misma democracia probó con un experimento de liberalismo económico que le abrió ciertas puertas internacionales a la economía argentina y modernizó bastante su estructura productiva. Pero que a la postre fracasó porque no fue capaz de desprenderse de casi ninguno de los viejos vicios institucionales de la Argentina previa a 1983. Vicios que aún sobreviven, algunos de ellos incluso incrementados.
Así, la hiperinflación acabó con la ilusión política alfonsinista, y la re-reelección con déficit para financiarla, con el milagro económico menemista.
Helicópteros mediante y con presidentes designados por Asambleas Legislativas, el sistema, aún magullado, sobrevivió institucionalmente pero no pudo evitar un retorno feroz al pasado que se suponía 1983 había venido para dejar definitivamente atrás.
Entonces, en la tercera y cuarta décadas, el populismo corporativo sintetizó lo peor de los 50 años previos a 1983 y tiñó con toda su impronta a la aún frágil democracia. Se sumó lo peor del peronismo, su autoritarismo y su adoctrinamiento, dejando de lado su papel inicial en la integración y movilización social ascendente de los postergados y las clases medias. Y el industrialismo corporativo no tuvo nada que ver con las metas del desarrollismo sino con los subsidios a la ineficiencia sustitutiva de importaciones por parte del campo productivo. Así, en vez de la acumulación material que predicó el kirchnerismo, nos quedamos sin ahorro de ningún tipo y despilfarramos la fortuna que nos regalaron los términos de intercambio más favorables al país desde la generación del 80. El ideologismo si bien fue utilizado para adoctrinar, no lo fue tanto como en las primeras presidencias peronistas. Fue utilizado más bien para mentir una política de ascenso social inexistente mientras el país se empobrecía en términos superlativos nada menos que durante cuatro gobiernos peronistas.
Hasta que llegamos al presente, a los 40 años, con una mano atrás y otra adelante. Con una democracia que no educa, ni cura ni da de comer, ni crece, ni nada. Pero con el sistema vivo, ese que ahora, aún al riesgo del salto hacia ninguna parte, le permitió al pueblo de la nación argentina, a los ciudadanos de la democracia sobreviviente, votar el profundo rechazo a estos nefastos 20 últimos años donde el pasado se apoderó del presente y por lo tanto nos dejó sin futuro.
Es de esperar, entonces, 40 años después, un nuevo renacer democrático. Ojalá las decisiones populares hayan iluminado para ello a nuestros dirigentes. Que sean miembros de la casta corporativa o no, hoy son los responsables principales de volver a empezar y no defraudar otra vez los sueños y las ilusiones de la buena gente.
Milei, del Frankenstein creado al Frankenstein creador
El instrumento elegido por el pueblo para cambiar este intolerable estado de cosas ha sido un personaje excéntrico llamado Javier Milei, que hizo toda su carrera política en apenas un par de años. Y con mayor intensidad en los últimos seis meses. Llega al poder con un mandato popular fabuloso en porcentajes y esperanzas, pero con el apoyo político-institucional de un partido minoritario. Llega con la gente pero sin la casta, aunque en gran medida la casta fue su co-creadora ya que al querer exterminarse entre sus miembros tradicionales, intentaron utilizar al novato sin darse cuenta que cada vez le daban más fuerzas propias, quizá no tanto por el talento del novato sino por el alejamiento absoluto que demostró la corporación política respecto a las necesidades, requerimientos y nuevas expectativas sociales. La ingenuidad política del primerizo le ganó a la soberbia insuperable de los nuevos ricos de la política. A la nueva oligarquía autodenominada nacional y popular, que durante décadas no hizo más que negarle justicia y verdad a la nación y al pueblo. A esos que ahora votaron a un candidato que les propone suprimir la justicia social y el artículo 14 bis de la Constitución. Y no porque no quieran la justicia social como ideologiza tontamente Milei, sino porque en su nombre le vendieron la mayor injusticia social. Entonces votaron al principal opositor de esa falsa “justicia social”. Y valga este ejemplo como algo más que una metáfora, ya que la justicia social fue el eje conceptual sobre el que se organizó la política social desde 1945 a la fecha. Hasta llegar a lo que hoy tenemos, que es lo mismo que no tener nada. O peor, una redistribución ferozmente regresiva, del pueblo llano hacia las poderosas e inútiles elites.
La incógnita Milei es un producto de al menos cuatro grandes productores: él mismo, la gente que lo hizo suyo, las maquinaciones de Massa y el auxilio de Macri. De la combinación de todas esas cosas surgió el presidente que hoy asume.
Javier Milei, asesor económico de una gran empresa y de algunos políticos además de personaje mediático televisivo, el primer acercamiento que tuvo a la utopía de convertirse en presidente, fue cuando hace unos años atrás Dios le habló y le dijo que lo tenía destinado a ser presidente. Dicen que también Menem le profetizó ese destino. Con tamaños antecedentes curriculares y con un carácter destemplado pero una voluntad persistente, él emprendió el camino de la profecía hasta que ésta finalmente se cumplió. Fue, en ese sentido, un presidente que se hizo a sí mismo.
Dicen los pensadores que de lo que se trata es “del hombre y su destino”. Deben coincidir ambas cosas para que el proceso histórico corone a una personalidad coincidente con las tendencias sociales del momento. Ni Perón, ni Menem ni Milei hubieran sido nada si no hubieran expresado en profundidad, y por ende no del todo conscientes, a su época y a las gentes de su tiempo. En tal sentido, Milei fue de lejos la expresión más acabada de los sentimientos políticos (mejor dicho antipolíticos) de una gran mayoría social, que existe aquí y en casi todas partes del mundo. Más que una representación política (de la cual careció casi por completo para llegar) fue una expresión política, la expresión encarnada del que se vayan todos. Y apropiándose del concepto de casta (ya usado por la derecha italiana y la izquierda española, entre muchos otros) supo persuadir a grandes masas de que eral el hombre elegido, la figura providencial. El que se creía el mesías, fue recibido como tal por una sociedad desesperada que esperaba precisamente eso, un mesías más que un renovador o ni siquiera un revolucionario. Fue una cosa más religiosa que política gestado por la desesperación social.
Cuando Javier Milei, con su decisión personal y su apoyo popular ya promediaba el 20% de los votos, un oficialismo en crisis decidió cooptarlo para derrotar a una oposición que le iba ganando pero con demasiados problemas (diríamos cegueras) internos. Entonces lo apoyó al libertario con recursos de todo tipo, incluso humanos para rellenar sus escuálidas listas de candidatos. Cual el doctor Frankenstein, Sergio Massa intentó crear un monstruo con capacidad suficiente para quitarle votos a JxC, pero lo suficientemente monstruoso como para no poder ganar ni de casualidad. Pero resultó que la criatura de Frankenstein salió primero en las PASO, y ganó con tsunami político incluido, lo que lo podría impulsar su triunfo en primera vuelta. Entonces, los creadores del monstruo lo incentivaron para que multiplicara su monstruosidad y así no pudiera sacar ni un voto más. Y Massa, su principal creador, devino su implacable destructor.
La criatura, desolada frente al ataque traidor de quien primero tanto lo ayudó, no sabía muy bien que hacer. Hasta que, como dijimos en una nota anterior, apareció Macri junto con la Patri en un papel pedagógico. Y lo educó en apenas unos días al novato en las artes presidenciales. Cosa que, por otro lado, el aficionado demostró que contaba con capacidades para aprenderlas muy bien y muy rápidamente. Tan bien las aprendió que le sirvieron como impulso final para obtener una fabulosa victoria a ese hombre que se inventó a sí mismo, que lo inventó una sociedad desesperada, que lo inventó Massa y que lo inventó Macri.
Y ahora, en apenas un mes después de su grandiosa victoria, el que desde hoy será presidente de la Nación, le acaba de decir a todos los que lo ayudaron y a todos en general, que él tiene los brazos abiertos para recibirlos, pero como un pescador en la laguna, los irá pescando de a uno y a su entera decisión. Que no firmará ninguna alianza de gobierno con ningún sector aunque recibirá los aportes de todos. Que nadie le proponga compartir cargos, él los decidirá por sí solo. Ni siquiera a los suyos les permitirá opinar. El vino a luchar contra todas las castas, inclusive contra la incipiente que se puede estar formando entre los suyos. Entonces los disolverá a todos. No le queda más remedio que cubrir cargos con gente de la casta, pero lo hará sin el acuerdo con ninguna facción de la casta. O al menos sin compromiso alguno con nadie. Para eso poder le sobra, para armar su gobierno por sí solo. Pero está por verse si con eso le basta para gobernar. Aunque es muy probable que la mayoría de los que llama individualmente, al muy poco tiempo se olviden de donde provienen para volverse leales a quien los llamó. Es la ley de la vida, al menos de la vida política.
Juan Perón, al contrario que Milei, llegó con muchos grupos aliados a la presidencia. Conservadores, radicales, laboristas pero apenas asumió y cada grupo trató de quedarse con una parte del poder ganado supuestamente entre todos, el General los disolvió y hasta encarceló a muchos de sus dirigentes. Con lo cual asumió en su sola persona el poder total en su gobierno, sin que nadie le hiciera sombra. Milei llegó, a diferencia de Perón, sin haberse aliado explícitamente con nadie, pero aún así, antes de asumir, ya se ocupó de disolver todo vestigio de aquel que quisiera considerarse su par, su igual, incluso dentro de su propia fuerza. Sin embargo, al igual que Perón, hoy es el único depositario del poder popular. Lo cual es lógico, porque al fin y al cabo, tanto a Perón como a Milei, los votaron por ellos mismos más que por sus ideas o por quienes los acompañaban. Y entonces ambos concentraron solo en sí mismos toda la autoridad presidencial. Si eso está bien o está mal en el caso de Milei, se verá desde hoy que empieza a gobernar. Con la esperanza de la gran mayoría de la sociedad de que puede acabar con la patria corporativa que él prometió acabar.
Lo cierto es que con Milei, los políticos de la casta tradicional, en particular su competidor final, Sergio Massa, intentaron gestar una criatura frankenstiniana sumando partes de los más diversos y quizá inconciliables orígenes. Y que ahora Milei, copiando a sus creadores, intenta hacer de su gobierno otra criatura frankenstiniana convocando a peces de todas las peceras pero todos solos y de a uno en vez, tratando de preservar nada más que para sí mismo el poder omnímodo que le dio la sociedad. La criatura se convirtió en creador. Otro experimento de resultado imprevisible.
Cornejo y el gobierno de los 1023 millones
Durante los cuatro años que pasaron de transición entre una gobernación y otra, Alfredo Cornejo tenía un objetivo que repetía, una y otra vez, a sus más íntimos: fui yo quien logró concretar en dólares contantes y sonantes el acuerdo de Portezuelo del Viento. Yo logré traerlos a Mendoza y me gustaría ser también yo el responsable de su administración y uso.
De algún modo, el gabinete ministerial que ha armado para su segunda gobernación parece ser una suma de unidades operativas que tengan como misión esencial la de convertir esos 1023 millones de dólares en el punto de partida para una gran transformación material de una Mendoza que hace tiempo no crece como lo supo hacer en sus mejores tiempos.
Para eso, entre otras cosas, cambió el nombre de Economía por el de Producción y apeló a un hombre del sector privado, como insinuando que más que mover el aparato estatal para hacer crecer la economía, lo que espera es el aporte sustancial para ello de los empresarios, de aquí y de afuera. Incluso en la construcción de las grandes obras públicas, siguiendo el estilo chileno que Milei impulsa.
Y creó dos superministerios, donde antes había solo dos ministerios de función específica. El de Gobierno que ahora más que ocuparse de las relaciones institucionales o de ser dirigido por el “ministro político” impulsará el crecimiento con base territorial. Como que la política en esta gestión para Cornejo será básicamente el desarrollo económico. Y el otro es el ministerio de Educación. Educación a la que Cornejo hoy define como “el ordenador cultural de la sociedad”. Y por eso pretende expandir la política educativa y cultural más allá de las aulas. Algo así como una batalla cultural. Por eso puso a cargo del mismo al único funcionario con sesgo político.
No es menor tampoco que haya unificado la Justicia y la Seguridad para la lucha contra el delito. O a la energía con el medio ambiente a ver si de algún modo se puede empezar a superar el conflicto entre desarrollo minero y ambiente sustentable.
En fin, el nuevo gobernador, al menos conceptualmente, más que un gabinete ha armado un comando gestionario, una Armada cornejista (donde toda la política está concentrada en él en tanto comandante en jefe y la gestión en sus oficiales) que tras el impulso del tesoro acumulado de 1023 millones de dólares pueda hacer algo más que lo que hizo en su ordenancista primera gestión: lograr que surja una nueva Mendoza, lo que es algo parecido a hacer renacer la mejor Mendoza, la de aquellos buenos viejos tiempos. Otro experimento, que como el de Milei, es de resultado imprevisible. Porque la utopía del crecimiento y del desarrollo, tanto para la provincia como para la Nación, es algo más que soplar y hacer botellas o recitar palabras bonitas.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar