En el país de los debates sin solución, el mismo de las heridas permanentes y de las injurias mutuas, hemos vuelto a encontrar un tema de división profunda de la sociedad.
Tras haber pasado todo el año anterior discutiendo la falsa y dañosa dicotomía salud-economía -que fabricó empresas cerradas, desocupación, informalidad y pobreza-, nos enfrentamos ahora al debate salud-educación, profundizado por la imprudencia presidencial que fabrica nuevo culpables: niños que intercambian barbijos, médicos relajados, padres irresponsables, prensa maliciosa.
Para los fabricantes de estas rencillas interminables, que disimulan pero no ocultan la incapacidad de gestión, hay un remedio: la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que devino el gran árbitro de casi todos los temas importantes del país.
Datos contundentes a la vista: el máximo tribunal deberá laudar ahora sobre la autonomía de la Ciudad ¿Autónoma? de Buenos Aires, sobre la legitimidad de algún que otro acto del Gobierno nacional, y hasta sobre las competencias de la Justicia federal y la local. Está claro que la idea básica de política como negociación y consenso tiene cada vez menos sustancia en la Argentina
Unos y otros no reparan, sin embargo, en el costo de estos entredichos magnificados por la impotencia de un Ejecutivo encerrado en sí mismo y víctima todos los días del fuego amigo, con el costo institucional que acarrea: la Corte Suprema, la oposición y hasta los más duros entre los propios tienen el mismo dilema entre defender lo indefendible o seguir profundizando el desgaste de una gestión que nunca llegó a comenzar.
Víctimas propiciatorias a las que nadie consultó, padres y alumnos se enrolan a favor y en contra, mientras los famosos y quienes creen serlo opinan en las redes y a destajo sobre temas que los sobrepasan, y unos progenitores dan clases en las plazas en tanto otros se rebelan y manifiestan.
No hace falta mucho más para inferir la enorme capacidad de daño que tienen las medidas unilaterales e inconsultas que se adoptan con clarísimos objetivos electorales y clavan sus cimientos en el barro de la política que se hace a ras de piso.
Padres, niños y jóvenes han quedado atrapados, rehenes de la impotencia de la política para solucionar sus propios conflictos, a la espera de que se pronuncie la Corte Suprema en fallos que dividirán aún más a los antagonistas de siempre, indiferentes a que son la causa de los males que ellos mismos deberían solucionar.
En el centro del debate, queda la vapuleada educación argentina, víctima de ministros que juegan al cierre y luego a la apertura, y de gremios de una militancia militarizada a efectos de obligar a todos a discutir lo que ya estaba claro hace 150 años.
Ningún fallo de la Corte Suprema podrá poner fin a tanta torpeza.