Su mamá murió en el parto. Su padre falleció cuando el protagonista de esta historia tenía 11 años. Al niño Juan Bautista Alberdi ese 1824, en Buenos Aires, le esperaba un colegio de Ciencias Morales duro. Con prácticas medievales, ese chico de 14 años que llegaba de su Tucumán natal tuvo que soportar varillazos que le tajearon la piel, porque la letra entraba a los golpes.
No sin motivos, dejó la escuela; y mientras atendía una tienda, leyó y leyó. Se enamoró de Rousseau; se refugió en la guitarra; y consumió toda la poesía europea que pudo. La educación formal volvería a ser opción recién en 1831, cuando comenzó a apasionarse por las leyes en la universidad. Por aquella época gustaba de pasar las tardes en encuentros literarios con Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría. Los unía tanto la pasión por el romanticismo del viejo continente como el odio hacia el “tirano” Rosas.
¿Era Alberdi un libertario?
Lo de Alberdi fue la libertad entendida desde las artes, la cultura, la lectura. Pero nunca fue un “blando”. Cuando tuvo que exiliarse porque el aparato del Gobernador de Buenos Aires ya le había echado el ojo, lanzó una publicación en Montevideo con el poco metafórico nombre de “Muera Rosas”.
“Los clamores cotidianos de la tiranía no podrán contra los progresos fatales de la libertad”, repetía. Hasta se dio el gusto de escribir una obra de teatro que se burlaba del Restaurador de las Leyes, “El gigante Amapolas”. (Grietas eran las de antes: a pesar de su odio de juventud, ya de viejos, ambos exiliados, Alberdi se amigó con Rosas, al punto de ofrecerle ser su abogado en el “injusto juicio” que le estaba haciendo en ausencia la provincia de Buenos Aires).
¿Alberdi admiraba a Estados Unidos? ¿Quería a San Martín?
En 1843, el tucumano viajó de la Banda Oriental a París, donde charló largo y tendido con un retirado San Martín, que ofició de gurú para el liberal. Su obsesión siempre fue cómo construir un país desde las cenizas de las guerras intestinas. Un proyecto de patria que, justamente, no se espejaba en Estados Unidos. Ellos “no pelean por glorias ni laureles, pelean por ventajas, buscan mercados y quieren espacio en el Sur. El principio político de los Estados Unidos es expansivo y conquistador”, pronunció, enojado, tras la guerra del coloso del norte con México.
El abogado, en el contexto de la caída del rosismo, en 1852, escribió “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”. El libro es una de las fuentes fundamentales de nuestra Constitución Nacional sancionada el 1 de mayo de 1853. Federal, republicana, y con la independencia de poderes como basamento.
Por esos años Alberdi escribe: “Reconociendo que la riqueza es un medio, no un fin, la Constitución argentina propende por el espíritu de sus disposiciones económicas, no tanto a que la riqueza pública sea grande, como bien distribuida, bien nivelada y repartida; porque sólo así es nacional, sólo así es digna del favor de la Constitución, que tiene por destino el bien y prosperidad de los habitantes que forman el pueblo argentino, no de una parte con exclusión de la otra.”
170 años después, un presidente presenta leyes al Congreso con un título que homenajea la obra de Alberdi: “Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”. Ante el combo DNU y este paquete que entre otras cosas, le pide al Congreso que ceda sus facultades al ejecutivo, muchos se preguntan qué hubiera pensado el propio Juan Bautista ante este conflicto de poderes del Estado. Para algunos, puro avasallamiento. Para otros, la “única manera” de poder salir de donde nos dejó el kirchnerismo. (Siempre una u otra; y lo más probable es que sea una sopesada mezcla de ambas).
¿Qué hubiera pensado Alberdi del DNU y del paquete de Milei?
Muchos creemos que es fundamental que en las escuelas se enseñe Programación para entender el futuro; Economía para dar armas para el presente; y Educación Cívica (Constitución incluida) para que los chicos comprendan el “manual” de la sociedad. Pero tanto o más que eso, hay que estudiar Historia. Una historia no de batallas, si no de ideas. Para que nadie se la apropie o le intente sacar partido “en nombre de…”. Sea Rosas, Roca, San Martín o Alberdi. Ellos no hablan a través de quienes los celebran en el presente. Ellos ya hablaron a través de sus hechos. Y su palabra. Por ejemplo, este texto del tucumano que pensó un país:
“¿Hay un ejemplo de pueblo alguno sobre la tierra que subsista en un orden regular sin gobierno alguno? No: luego tenéis necesidad vital de un gobierno o poder ejecutivo. ¿Lo haréis omnímodo y absoluto, para hacerlo más responsable, como se ha visto algunas veces durante las ansiedades de la revolución? No: en vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley. Ya es una mejora el que la severidad sea ejercida por la Constitución y no por la voluntad de un hombre. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable”.
Epílogo: Como nuestros mejores próceres, Alberdi murió pobre y olvidado en Europa. Luego de haber sido el orfebre de nuestra Constitución, de haber logrado con sus oficios diplomáticos que la Corona española reconociera nuestra independencia, de mostrarse como admirador de San Martín, de expresarse en contra de la Guerra del Paraguay, y de perderlo todo en su pelea contra Mitre, el autor de “Bases…” falleció en 1884. Por haberse peleado con quienes escribieron la historia oficial, quedó al margen. Hasta estos días,que tanto se lo menta. Para bien o para mal. Entendiéndolo profundamente o sólo exprimiéndolo para hacerle decir lo que nunca sostuvo con su pluma.