Argentina, entre la fragmentación y el partido único
La fragmentación política que afecta a casi toda América Latina (y no sólo a nuestro continente) también existe en la Argentina, pero sin embargo, acá puede llegar a tener un efecto paradojal de acuerdo a cómo resulten las elecciones del 19 de noviembre: que en vez de generar una oferta política de pequeñas fracciones ninguna con la fuerza suficiente para imponer la gobernabilidad, la división opositora puede construir un escenario de partido único, donde el peronismo se quede con todo.
Hasta hace poco el peronismo parecía una serie de tribus y de contradicciones ideológicas sostenidas únicamente porque estaban gozando todos las mieles del poder aunque el gobierno fuera un desastre. Viene al caso recordar la famosa frase de un célebre operador política peronista y a su modo un filósofo popular cuando decía: “Para un peronista sólo hay algo peor que la traición, el llano”. Tanta razón tenía ese hombre, que cuando la oposición comenzó a fracturarse y hasta a construir grietas internas, el peronismo se reunificó inmediatamente. Y la bolsa de gatos como definía el general Perón a los suyos (”esos que parecen estar peleándose pero en realidad se están reproduciendo”) al olfatear que esta pésima gestión podía no ser impedimento para mantenerse en el poder y así no caer en el horripilante llano, se pusieron todos a rezarle al aspirante a nuevo Papa de la Iglesia peronista, el ministro Sergio Massa. Y se reunificaron como si fueran un ejército con sed de gloria, un ejército triunfador.
En cambio, la oposición luego de la primera vuelta electoral se ha dividido conceptualmente en mil opciones, implosionando de una manera harto preocupante. Tanto que uno se pregunta con razón si JxC (la única gran alternativa opositora al kirchnerismo que lo viene enfrentando desde hace años) sigue siquiera existiendo o si acaba de volar por los aires estimulada por la colosal derrota que sufriera, pero con crecientes antecedentes de divisiones previas que fueron creando la actual dura realidad. Divisiones que ahora se multiplican al infinito, porque ya no es solo la socialdemocracia de Larreta y de la mayoría de los radicales versus el liberalismo de Macri y Bullrich. Ahora están los mileistas (y entre ellos los que creen que el libertario es una opción potable versus los que lo votan con la nariz tapada solo para que pierda Massa), los neutralistas y los massistas vergonzantes (y hasta algunos entusiastas explícitos del nuevo jefe peronista). El caos tan temido.
Y si dejara de existir JxC, la otra alternativa, la de la Libertad Avanza, que está representada prácticamente por un solo hombre, en caso de perder lo más seguro es que se diluya o se divida en infinitas partes, tal como la Armada Brancaleone que es.
De ese modo, el peronismo (kirchnerista, massista o las dos cosas, lo mismo da) se quedaría solo en el escenario político como el partido o movimiento único que desde sus propios orígenes siempre tuvo vocación de ser en la mentalidad de una gran parte de sus integrantes.
Para colmo, Sergio Massa se parece más a Néstor Kirchner que a Cristina Fernández. Ella siempre defendió ideológicamente la grieta entre patria y antipatria con la cual ella misma generaba sus propios opositores, porque los necesitaba para hacer valer su concepción. En cambio, Massa es aún menos ideológico que Néstor y aspira a multiplicar por mil la transversalidad que el santacruceño intentó. Massa anhela cooptar a toda la oposición que se le acerque para aislar a todos los que se le resistan. Tiene aún más ambiciones que los K de crear un PRI argentino, un peronismo (o como usted quiera llamarlo) de partido único que contenga dentro al oficialismo y a su propia oposición mientras que por afuera solo anida el desierto. Claro que para eso primero tiene que ganar en un país donde, según los resultados de la primera vuelta, hay bastante más votantes opositores que oficialistas, pero opositores cada vez más agrietados. Lo cierto es que Massa ha sabido construir un escenario casi inimaginable hace apenas un mes atrás, porque muchos decían que podía entrar al balotaje pero se suponía casi imposible que entrara primero. Pues, entró primero. Y hoy el peronismo, aunque de un modo distinto al que lo pretendía Cristina, va por todo. No a través de la ideologización, sino de la cooptación. Algo institucionalmente tal vez más peligroso, entre otras cosas porque parece ser más factible.
La alta cultura política de los mendocinos
En Mendoza, en cambio, aunque la oposición al oficialismo radical lo critique por supuestamente degradar las instituciones con el caudillismo un tanto personalista de Alfredo Cornejo, lo cierto es que más allá del oficialismo y las oposiciones locales, acá las instituciones tienen vida propia por encima de los dirigentes coyunturales debido a una fortaleza acumulada en décadas que hasta ahora nadie ha podido derrotar aunque a veces no la supieron honrar.
Hay en Mendoza, sigue habiendo diríamos mejor, una lógica institucional muy superior a la de una Nación absolutamente corroída por la degradación institucional de casi dos décadas de kirchnerismo que, según sus propias admisiones, quiso sustituir la democracia republicana por la democracia neopopulista. Y el capitalismo liberal por el capitalismo corporativo de amigos. Eso en Mendoza, aunque hayamos recibido muchas de sus esquirlas, está muy lejos de imponerse incluso pese al intento de tantos capitalistas amigos por devenir sus patrones de estancia, los mismos que ahora intentan en la nación lo que no pudieron imponer en Mendoza, debido precisamente, no tanto a los dirigentes políticos de ocasión, sino a su fuerte institucionalismo heredado.
De ese modo, aunque aquí también ha llegado la dispersión política, no parece estar imponiéndose ni la fragmentación que impide la gobernabilidad como en Perú, Chile, Ecuador o Colombia, ni los intentos de partido único como hay posibilidades en la Argentina y ya están instalados en Venezuela, Nicaragua o Cuba. Acá lo que parece haberse incrementado con el voto popular en las diversas elecciones de este año es una mayor pluralidad política, que, si fuera cierto que hay riesgos de caudillismo, el diseño institucional gestado por la soberanía popular (en absoluta coherencia con la herencia histórica republicana y liberal de la provincia) le está poniendo limitaciones casi absolutas. Porque, precisamente, de lo que cada vez estamos más lejos es del poder absoluto, más allá de las intenciones de sus protagonistas. Y si no veamos.
En las PASO provinciales, el oficialismo mayoritario conducido por Cornejo, se encontró frente a la sorprendente elección de un rival interno (le ganó apenas por 60 a 40 contra todos los pronósticos). Además, con sectores que rompieron con el oficialismo se conformó una tercera fuerza que terminó saliendo segunda ante el desastre del peronismo local conducido por el kirchnerismo. Pero, por si esto fuera poco, en las PASO nacionales, el antikirchnerismo dominante en la cultura política de la mayoría de la población, no lo hizo votar por la pata nacional del oficialismo local sino por la fuerza de Javier Milei de un modo aluvional (casi 45 puntos contra apenas 28 de Bullrich y sus aliados locales), en quien los mendocinos (y muchísimas provincias más) vieron como una opción con más posibilidades de ganarle al peronismo que la de JxC. Pero esto no termina aquí: el peronismo, que parecía estar sufriendo la peor crisis de toda su historia local y con serios riesgos de implosión o lenta desaparición, pudo en el suspiro final revalidar sus pergaminos logrando, en la primera vuelta, que el apoyo unificado a Massa pusiera a su candidato nacional a menos de dos puntos de lo que sacó JxC. Tan sorpresiva fue la cosa que aún saliendo terceros, los peronistas festejaron mucho más que los segundos (que parecían vivir un velorio) e incluso más que los primeros que ya tenían el festejo preparado como en un casamiento, pero no esperaban que Milei saliera segundo a nivel nacional. O sea, que en cada elección cada una de las fuerzas pudo esbozar su propia sonrisa e incorporar una parte significativa de su poder a la pluralidad local sin alterar ni por asomo los números mínimos necesarios para garantizar la gobernabilidad. Ni partido único ni divisionismo ingobernable. Otra muestra de cómo funcionan las instituciones en Mendoza que casi siempre encuentran un equilibrio de gran racionalidad. Es que hay una cuestión que no tienen en cuenta los críticos de la institucionalidad mendocina que suelen confundirla con la defensa de los gobiernos de turno. No es así en absoluto, aunque los gobiernos sean más o menos desprolijos en defensa de la institucionalidad histórica, lo cierto es que la misma ya está incorporada como un elemento fundamental de cultura política en la mente colectiva e individual de los mendocinos. Haya mayor o menor institucionalidad por arriba, lo cierto es que por abajo casi siempre está. Las votaciones de este año son un claro ejemplo de lo que estamos afirmando.
Cornejo en busca de la alianza perdida
Con sus pro y con sus contras, esa es la provincia que le espera a Alfredo Cornejo en su segunda gobernación. Con un país en crisis que no la ayuda, con un crecimiento local menor al requerido, tanto por culpas nacionales como provinciales, con ahorros que bien utilizados pueden ser un estímulo vital para el desarrollo. También es cierto que gane quien gane, no podrá esta vez el gobierno provincial ser parte del oficialismo nacional como esperaba cuando apoyó tanto a Bullrich. En un caso o en otro seguirá siendo oposición. Y en ese marco, con una provincia que ganó bien pero sin ninguna posibilidad de tirar manteca al techo, con oposiciones crecientes que surgieron del interior de Cambia Mendoza, tanto por dentro como por fuera de la coalición, con un peronismo re-esperanzado y con un voto nacional de los mendocinos que no apoyó a los candidatos de Cambia Mendoza, el papel de Alfredo Cornejo, luego de haber navegado cuatro años en aguas provinciales en su primera gobernación y después otros cuatro años de intentos nacionales, deberá mantenerse en un complejo equilibrio entre ambas realidades, ante un PRO y un radicalismo a punto de hacer volar su alianza por los aires, cosa que el dirigente mendocino quiere intentar detener, aunque parece no tener mucha compañía en ello.
Macri siempre pensó en una alianza con Milei porque su contradicción, a diferencia de la del radicalismo, no es tanto entre república y populismo, sino entre liberalismo y estatismo y su sueño es unir a todas las fuerzas liberales como la única opción de poder contra el corporativismo peronista. Cornejo, como todos los radicales, pese a ser uno de los más liberales de todos ellos, cree primero en la opción república-populismo, pero no está demasiado convencido del neutralismo radical que iguala como invotablemente negativos a los dos candidatos o, aún peor, se sienten tentados a aceptar el convite de Massa de un gobierno de unidad nacional. Él ya participó en una experiencia similar junto con Cobos y le fue horrible. Por eso el radical mendocino no definió su voto individual por la neutralidad (solo la aceptó como un hecho institucional de la UCR) sino que dijo que sería secreto, y parece más propenso a que los votantes radicales tengan libertad de conciencia que una imposición partidaria por la neutralidad, entre otras cosas porque sabe que casi nadie (por no decir nadie) obedecerá las instrucciones partidarias, aunque vote en blanco. Y ser neutrales si la inmensa mayoría del pueblo no lo es, puede significar, gane quien gane, un duro golpe para un radicalismo que deberá cargar con muchas culpas, pese a ser quien más gobernaciones e intendencias obtuvo por el lado opositor. Una verdadera lástima perder esa potencialidad al declararse prescindente a nivel nacional, cuando hubiera tenido menos costo sugerir que cada uno haga lo que quiera para luego de las elecciones comenzar una tarea de reconstrucción si JxC sobrevive. Pero ahora imaginarse en una misma alianza a Morales y a Macri suena como algo muy difícil, aunque nada es imposible en esta dimensión desconocida llamada Argentina donde nada es imposible.
En fin, que la actitud de Cornejo de tratar de mantener adentro de JxC a Morales y a Macri, a Bullrich y a Larreta, a los que no sólo se expresan sino que militan por Milei o por el voto en blanco o inclusive por Massa (como los Storani) suene como algo de extrema dificultad. E intentar, aunque el esfuerzo sea muy loable, que la coalición la conduzcan nacionalmente los gobernadores ganadores de la oposición, suena también complejo porque esa gente dependerá mucho del gobierno nacional, en particular si gana el peronismo.
Así las cosas, hoy las grietas internas de JxC indican una coalición a punto de estallar. Pero Cornejo se resiste a ser el último de los mohicanos como en la novela de James Fenimore Cooper y morir en el intento. No quiere ser el último de los cambiemitas, aunque hoy casi parece serlo. Además, hoy su oasis es Mendoza y el desierto es el resto de la nación. Y JxC no parece en estos momentos con muchas ganar de emprender una nueva conquista del desierto. Primero tendrán que luchar contra el desierto interior que los llevó de ser, hasta hace pocos meses, el casi seguro ganador de la presidencia en 2023 a salir terceros cómodos. Algo mal deben haber hecho. Y si no lo corrigen, de poco les servirá colgarse de los libertarios, creer en transversalidades en las cuales los radicales ya fracasaron o apostar a neutralidades poco bien miradas. Difícil tarea les espera a los que, como Cornejo, siguen creyendo en una unidad en la que hoy muy pocos creen.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar