Anabel Fernández Sagasti cumplirá un objetivo más del plan estratégico que empezó a trazar hace cinco años cuando mañana el Partido Justicialista de Mendoza pase a estar bajo su control. Así, logrará lo que ninguna otra militante peronista ha conseguido en esta provincia: ser la jefa.
Puede que su nombre no termine a la cabeza de la nueva comisión directiva, pero será ella y sólo ella quien elija al nuevo presidente partidario. Un derecho que, todos le reconocen, se ganó el año pasado cuando venció en la primaria provincial a la alianza armada por todos los intendentes.
Aunque no es el plan A, un pedido muy insistente de los intendentes podría hacerla cambiar de idea y ser ella misma quien encabece la lista de unidad que se negocia por estas horas.
De lo contrario, la elegida para ocupar el sillón es Flor Destéfanis, la intendenta de Santa Rosa y ex reina vendimial que se inició en la política de la mano de Carlos Ciurca, operador territorial de la senadora nacional.
Fernández Sagasti es la dirigente peronista con mayor peso nacional desde los ’90, cuando un grupo de mendocinos acarició la cima del poder durante las presidencias de Carlos Menem (Bauzá, Manzano, Dromi, etc).
Su ingreso a la liga mayor de la política fue por la ventana, es cierto: una imposición de Cristina Kirchner la ubicó en la lista de diputados nacionales en 2011, pese a la reticencia del peronismo tradicional. La decisión clara era darle protagonismo a La Cámpora. También fue una imposición de la entonces presidenta la candidatura a senadora nacional en 2015.
La historia es conocida: ese año Scioli perdió con Macri y Cornejo eyectó al peronismo de la Casa de Gobierno mendocina. Fue en ese momento cuando Fernández Sagasti y su grupo decidieron conquistar, paso a paso, el PJ local para luego ir por la provincia.
Ese plan se ve más claro hoy: dar pelea interna, aunque perdieran, para poner a los suyos en los concejos deliberantes y la Legislatura. Cada banca es un espacio ganado.
La interna por la gobernación en 2019 fue otro peldaño que incluso no esperaba ganar en ese momento, pero el desgaste y la falta de un proyecto real de los intendentes terminó apurando el ascenso de la senadora.
La vuelta del peronismo a la Casa Rosada y en particular de Cristina Kirchner le han dado un protagonismo que nadie imaginaba. Y también un poder que ha usado para tejer alianzas, tender puentes y ganar territorio.
En las últimas dos semanas, Fernández Sagasti logró la aprobación de tres proyectos suyos en el Senado. El primero, con impacto nacional, es el de etiquetado de alimentos para advertir sobre los riesgos para la salud. Extrañamente, fue un proyecto conjunto con Julio Cobos, el radical que fue K y luego expulsaron del Olimpo cristinista bajo el mote de “traidor”.
“Anabel es pragmática”, la define una de las personas que más la conoce en la política y explica así esa alianza impensada hace tan solo unos meses, como también su posicionamiento contra la toma de tierras, que le valió reproches internos, y el discurso flexible de la campaña de 2019 .
El Senado es su casa y allí se maneja con el respaldo total de Cristina Kirchner, su protectora. Dicen los que transitan esos pasillos que Anabel tiene más poder que el jefe del bloque oficialista, José Mayans, aunque ella procura no hacerlo notar.
La predilección K por Anabel queda en evidencia también a la hora de los discursos: evitan que se pronuncie en los temas conflictivos (sobre todo después de quedar muy expuesta en el fallido caso Vicentin).
Pero su poder, otorgado y ganado, excede al Senado. Eso le ha permitido ser una suerte de “abrepuertas” de los ministerios para los intendentes mendocinos. Ella ha gestionado fondos, subsidios y obras nacionales para los propios y los opositores, procurando disimular las diferencias, en una suerte de “gobernación paralela” que genera algunos reproches de la cúpula del Ejecutivo mendocino.
Así, consiguió obras de agua y cloacas para comunas peronistas como Santa Rosa y Maipú, pero también para Alvear y Luján, gobernadas por el radicalismo y el macrismo. También fue el puente para que la Nación financie obras en La Favorita, un anuncio que la mostró junto al capitalino Ulpiano Suárez, sobrino del gobernador.
Esa estrategia de construcción de poder e imagen también se vislumbra en las designaciones de funcionarios nacionales que impulsó desde que asumió Alberto Fernández.
Llevó a cargos en Buenos Aires a los expertos en la rosca, los veteranos de la política, y puso al frente de organismos nacionales en Mendoza, como Anses y Pami, a jóvenes que le garantizan mayor militancia territorial a partir de acciones de gestión.
A Fernández Sagasti hay que reconocerle que ha diseñado un proyecto de poder que ningún otro peronista intentó en los últimas dos décadas.
Desde fines de los 90, el PJ mendocino fue comandado por una liga de intendentes en la que todos eran casi iguales y ninguno podía hacer pie en el territorio de otro. Así, una tras otra, las campañas electorales y las gestiones provinciales mostraron falta de liderazgo, zancadillas y pocas ideas.
Ahora, Fernández Sagasti tiene si se quiere un problema existencial: la misma persona que la llevó hasta el lugar que ocupa es la que parece ponerle un techo a su ilusión de ser gobernadora: Cristina Kirchner.
Mendoza, según las encuestas, es uno de los tres distritos del país (junto a Córdoba y Ciudad de Buenos) más reacios al kirchnerismo. Mientras en algunas provincias el Presidente supera el 70% de imagen positiva, en Mendoza apenas pasa el 40%.
Peor es la situación de Cristina Kirchner, aunque en esto hay diferencias: los números que maneja el peronismo dicen que su aprobación ronda el 30% mientras que la consultora Reale Dalla Torre, cercana al oficialismo provincial, midió hace un mes apenas 22% de credibilidad y 77% de rechazo. Los datos del PJ ubican la imagen de Fernández Sagasti entre Alberto y Cristina. Los de Reale, algo por debajo de la vicepresidenta.
Para crecer, Anabel necesita que la gestión de Fernández mejore mucho el contexto económico durante el próximo año. Pero también deberá hacer un esfuerzo mayor, y difícil, para diferenciarse de su mentora. De lo contrario, la renovación como senadora, aunque la banca esté asegurada, puede ser un duro revés para su futuro. En esto coinciden oficialistas y peronistas.
Desde su entorno no pierden la ilusión: “El peronismo garantiza un piso de 35%, con algo que sume el Gobierno nacional más lo que pueda perder Cambia Mendoza si continúa disgregándose, no estamos tan lejos”.
Por las dudas, igual, no dan por hecho que vaya a ser candidata el año próximo. Nadie se suicida en política, menos cuando tiene un proyecto y mediciones constantes del clima social. Siempre, dicen, está la opción de dejar el Senado y ser ministra nacional.