Cristina Fernández de Kirchner: “Hay que salir a apretar a los jueces”.
Oscar Parrilli: “A los jueces, claro”.
(De una escucha telefónica judicial de 2016)
Apenas se divulgaron estas escuchas emitidas durante la presidencia de Macri, Oscar Parrilli dijo que se habían malinterpretado las palabras de la presidenta, que con “apretar” quería decir reclamar, exigir, o algo así.
Sin embargo, esta semana, el ahora senador nacional Parrilli acaba de pronunciar otra frase en la misma línea. Dijo que lo importante no es garantizar “la independencia” del Poder Judicial, sino evitar la “arbitrariedad”. Luego propuso que los jueces sean elegidos por el voto popular. Y la remató insistiendo con que hay que poner límites a “los poderes mediáticos”.
Tanto en la desgrabación telefónica como en esta declaración pública la concepción es la misma: la justicia debe ser partidizada, sus miembros deben responder al poder político. Y mientras no se institucionalice eso mediante la elección de jueces y consejeros en las boletas partidarias, hay que “apretar” a los magistrados “arbitrarios” que se nieguen a ser parte del “proyecto nacional y popular”. Como lo acaban de hacer con los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli.
Es cierto que todos estos “aprietes” están motivados por una razón muy concreta: lograr la impunidad total y definitiva de Cristina Fernández y su familia frente a todas las causas que tienen en la Justicia. Pero la vicepresidenta no se conforma con asegurar su libertad, que se podría hacer solo con los “aprietes” sin necesidad de cambiar las instituciones por otras. No obstante, ya desde su segunda presidencia, Cristina quiere tener otra Justicia, transformarla de republicana en populista como en los países bolivarianos, o de constitucional en feudal, como en Santa Cruz. Una justicia al servicio del poder.
La concepción republicana busca limitar y controlar el poder porque liberado a sí mismo tiende al absolutismo. De allí la división de poderes.
La concepción populista busca sacarle límites a fin de acumular para el pueblo el poder que se le vaya quitando a la oligarquía, a los “poderes concentrados”. Quiere una concentración de poder popular para luchar contra la concentración de poder antipopular; no cree que de lo que se trata es de desconcentrar el poder, sino de apropiárselo enteramente.
Es verdad que el poder político es una solo, el que emana del pueblo, de la soberanía popular. Solo que para unos el poder, como es indefectiblemente representativo (o sea manejado por delegados elegidos por el pueblo y no directamente por el pueblo ya que eso es imposible) debe dividirse a fin de que se autocontrole.
Mientras que para la otra concepción el poder debe unificarse en una sola mano a fin de luchar contra los verdaderos poderes, los “fácticos”: los empresarios, la prensa, la oligarquía, el imperialismo, etc, etc.(cada populismo le agrega lo que quiera según sea de derecha o de izquierda).
Pero lo cierto es que se diga ideológicamente lo que se diga, el control y la división de poderes limita los excesos, mientras que su unificación tiende siempre al absolutismo.
Un verdadero progresista, aunque creyera en la preponderancia de los poderes fácticos, jamás propondría concentrar el poder político para luchar contra esos poderes, sino desconcentrarlos a todos, a los fácticos y a los políticos. He aquí una gran diferencia entre el verdadero progresismo y el progre populismo.
Parrilli piensa (en realidad la que piensa es su jefa, él solo asiente) que el poder judicial debe ser la pata jurídica del poder político oficial. También piensa que el contrapoder expresado por el periodismo no partidario es negativo porque limita al poder, le impide realizarse, lo frena. El periodismo, según Parrilli, es necesario pero para que divulgue las ideas del poder, no para que lo critique.
Pero como saben que eso puede ser sostenible en una provincia feudal o en un gobierno como el de Venezuela pero no en un país complejo, democrático y plural como la Argentina, disfrazan los “aprietes” y la acumulación de poder como producto de una ideología revolucionaria apoyándose en una de las mitades de la biblioteca peronista, con lo cual logran el apoyo absoluto de los antiguos progresistas hoy devenidos progre populistas, en tanto viudos de la frustrada revolución setentista.
La semana pasada introdujimos en nuestra nota la figura del peronista marxista John Willian Cooke. Hoy queremos comparar sus ideas con la de otro peronista tan célebre como él en los años 60, Arturo Jauretche.
Tanto Jauretche como Cooke, luego de la caída del peronismo en 1955 (aunque también antes y por eso fueron relegados por la burocracia peronista que no aceptaba el pensamiento independiente de ambos), aunque defendían los contenidos sociales del peronismo, criticaron su autoritarismo. Pero por razones opuestas.
Para Jauretche el autoritarismo peronista había sido innecesario ya que lo único que logró fue dividir a la clase obrera de la clase media aunque sus intereses económicos fueran los mismos. Por eso proponía reunificar la democracia de fondo (que para él eran los contenidos sociales del peronismo) con la democracia de forma (que para él era la república constitucional, que al ser menoscabada por el peronismo había caído en manos de otro autoritarismo: el militar, y además gran parte de la clase media se hizo antiperonista por un equívoco histórico de Perón).
Para Cooke, el autoritarismo peronista falló porque no se puso al servicio de la revolución, como en Cuba, sino que nunca se animó a romper con el capitalismo y por eso tuvo entre sus ejecutores a muchos hombres de derecha que estaban más cerca de la lógica dictatorial que de la democrática revolucionaria, como Apold, el secretario de medios que censuró la prensa desde una óptica fascista.
En síntesis, a Jauretche le parecía que a Perón con su autoritarismo se le iba la mano, mientras que Cooke pensaba que se quedaba corto. Es que Jauretche quería sólo agregarle contenidos sociales y nacionales a la sociedad capitalista, mientras que Cooke quería una revolución socialista y para eso justificaba incluso los excesos si eran para cambiar una sociedad injusta por otra mejor. Eso de la violencia como partera de la historia.
Los herederos de la tradición jauretchiana fueron los peronistas republicanos o renovadores que creían en conciliar el justicialismo con la república constitucional. Los de la tradición cookeana fueron los setentistas que querían eliminar las aristas capitalistas del peronismo y de Perón y transformarlos en socialistas mediante una revolución, que como toda revolución, hiciera volar por los aires las formas institucionales “burguesas”. En esos tiempos la idea de revolución lo permitía todo. Lo que ya no es así a la luz de los nulos resultados logrados. Aunque muchos sigan creyendo en esa inviable idea de cuando el mundo estaba dividido en dos.
Por su lado, el kirchnerismo de Cristina y Parrilli no pretende hacer ninguna revolución pero sí actuar como si la estuviera haciendo a fin de que se puedan justificar en nombre de ella todos los excesos autoritarios. Lo que básicamente quieren es evadir la justicia por medios extraordinarios, puesto que al ser tan extraordinarios los delitos por los que se los está juzgando no queda otra solución que intentar cambiar las instituciones constitucionales para lograr la impunidad. Un país donde las leyes se apliquen, en todo caso, solo a los ladrones de gallinas, y a los poderosos el lawfare. Un país que no está por venir mañana sino que ya está viniendo hoy.