La demagogia sembrada por la clase política que se compone de las famosas “promesas falaces”, se introduce en la población y se inyecta en ella como aguja hipodérmica, haciéndonos expresar como loros la bravata carente de idoneidad que reza “Vamos a salir adelante porque la argentina es un país rico”.
Ahora bien, desde mi humilde punto de vista subjetivo me pregunto ¿rico hasta cuándo?, ya que tal afirmación se alude de generación en generación y tal interrogante se discrepa aplicando la mera lógica, puesto que la riqueza es efímera, no permanente y si quien la ostenta no cuida de ella y por el contrario realiza actos que atenten contra la misma como sucede hace años y años en Argentina, esta poco a poco va perdiendo su opulencia.
Lo descripto no se limita pura y exclusivamente a la riqueza desde la óptica pecuniaria sino a aquella que se traduce como abundancia de recursos materiales e inmateriales.
Dicho esto, un ejemplo de lo antedicho se ve reflejado en la pérdida que atraviesa el país de una de sus herramientas más preciadas e importantes como es el “capital humano”, ¡sí! ese capital que actualmente está mutando hacia otros territorios, no todos hacia el mismo destino, pero sí con el mismo fin o propósito, conseguir ‘trabajo digno’, ‘capacidad reconocida’, ‘remuneración acorde a su instrucción educativa’, estabilidad económica y seguridad.
Lo antedicho tiene asidero en que Argentina se encuentra experimentado una nueva crisis institucional que desemboca en un pueblo asfixiado, ello por un abanico de razones de entre las cuales podemos destacar la presión impositiva sin retribución en servicios, la inseguridad reinante, la inflación galopante, el desconocimiento al mérito, la precarización de las remuneraciones, la desigualdad previsional y el manejo de la justicia a “piacere” del poder de turno.
No obstante ello, los pasados comicios legislativos generaron una pizca de oxígeno, que en 2023 puede convertirse en un Tubo de aquel, si es que quienes lograron imponerse en los puntos sea cual fuere el tinte político que ostenten logren cumplir lo prometido y no quedar encasillados como “políticos verborrágicos demagogos”, ya que se ha logrado -burdamente hablando- mitigar la escribanía reinante que existía en la “Cámara alta”, pero no así lograr frenar los cimbronazos que puede llevar a cabo un Ejecutivo, que lo único que ha demostrado es que no gobierna en post del pueblo sino de un nombre y color político cuyo objetivo principal es lograr impunidad y por ende si quienes ahora ocupan una banca esbozan frases llenas de maquillaje pero pobres de contenido, no haremos otra cosa que retroalimentar el ecosistema de decrecimiento que actualmente acecha.
Si bien es cierto que comencé estas humildes líneas aludiendo que la riqueza de la cual nos jactamos los argentinos tiene fecha de vencimiento, considero menester destacar que hay algo que sigue intacto y que perdura a lo largo de las generaciones en la sangre de todos y cada uno de los argentinos/as de bien y ello es nada más ni nada menos que la esperanza.
Si la esperanza, esa virtud que nos lleva a no bajar los brazos y luchar día a día para ver esa Argentina pujante que alguna vez lo fue según nos relataron nuestros padres/ abuelos, a la cual concurrían los extranjeros y no migraban los nuestros como antes describí, en busca de posibilidades laborales como así también de nuevos horizontes, por ello no dejemos que nos roben nuestros sueños un puñado de personas con saco y corbata que pretenden satisfacer necesidades y gustos propios siendo meramente narcisistas, olvidándose de que llegan donde están por el voto popular de los electores que no son ni más ni menos que el Pueblo que ejerce uno de sus derechos más importantes reconocido en un librito que muchos de estos hombres poseen olvidado en el fondo de su cajón… la Constitución Nacional.
*El autor es abogado