1997 parece muy lejos en muchos aspectos: no existían las redes sociales, no nos cruzaba la grieta política de hoy, y el poder aún quería estar lejos de los flashes. 1997 está muy cerca en otro aspecto: el de la impunidad.
1.
Le pegaron dos tiros a quemarropa. Lo ubicaron en su Ford Fiesta blanco. Lo rociaron con nafta y dejaron caer un fósforo. No se preocuparon por ocultar el crimen. Y todos sabemos qué quiere decir la mafia cuando deja sus actos a la vista de cualquiera.
La víctima, un periodista, un fotógrafo, que mostró el rostro del poder; algo que en aquel 1997 no se le permitía a nadie.
Gran parte del capital del empresario Alfredo Yabrán era el hecho de poder operar en las sombras. El público no había visto su cara. “Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”, es la frase que se le atribuyó al empresario. El dueño de varias empresas de correo y derivados había tejido una, hasta entonces, impenetrable red de negocios privados y estatales que lo habían convertido en el hombre más poderoso del país.
La portada de la revista Noticias del 3 de marzo de 1996 fue la sentencia de muerte de su autor, José Luis Cabezas. La foto de Yabrán caminando por las concurridas playas de Pinamar, en cuero, es uno de los íconos más significativos de los 90. El otro ícono se impondría tras los disparos: el rostro de Cabezas en blanco y negro, que se convirtió en cartel, pancarta, remera. En emblema de la libertad de prensa.
2.
La distancia con 1997 parece mucho más que 25 años. Hoy, en la era de las redes sociales -en la era de la boludez que predijo Divididos- no existe empresario poderoso que sueñe con que su rostro no aparezca en internet. Es más, hoy por hoy está claro que si alguien quiere esconderse -igual, nadie quiere esconderse-, la mejor manera es “la del elefante”: simplemente, en medio de mil elefantes.
Poder, ego, vanidad, exposición. No hay límite entre estos conceptos. Se anhela el poder para exhibirlo; y hasta se intenta mostrar poder o dinero, cuando no se lo tiene. “Parecer” le gana a “ser”. Y por paliza.
Antes, la historia enseñaba que el poder era de aquellos que sabían tejer en la medianoche, en la oscuridad, lejos del flash. Hoy la historia que prevalece, es la de Instagram.
3.
Otra gran diferencia con aquella década menemista: la grieta. La fractura expuesta que hoy tiene Argentina. Pregunta fútil pero provocadora: ¿qué hubiera pasado si el asesinato de Cabezas hubiera sido en 2022? Me imagino un evento así de desgraciado en el actual contexto y no puedo dejar de pensar cómo la grieta hubiera impedido aquella unanimidad de periodistas y opinión pública condenando y señalando al unísono a los mismos sospechosos.
¿Qué dirían hoy los canales oficialistas y los que presentan alguna oposición? ¿Yabrán no tendría en esta época un canal o varios que orquestaran una defensa? ¿Todos los periodistas se hubiesen puesto la misma remera? ¿Cómo hubieran operado las redes de fake news inundando y confundiéndolo todo por You Tube, Facebook y Twitter? ¿Y los trolls hubiesen ensuciado a la víctima?
El caso Nisman es un botón de muestra de cómo ya no existe un solo relato, si no uno de cada lado de la grieta. Cabezas nos unió de varias maneras. Hoy parece que nada ni nadie podría hacerlo.
4.
El 25 de enero se cumplen 25 años del asesinato de Cabezas. Es historia conocida, pero es a la vez una lección nunca aprendida.
Actualmente no hay nadie tras las rejas por el asesinato del fotógrafo. Demasiada impunidad para el crimen del hombre que quiso ver, y nos hizo entender a todos cuán peligroso puede ser no mirar para otro lado. Peligroso sí; pero a la vez, el único camino posible para dar con la verdad.
Olvidarse de Cabezas es también olvidarse de que lo único importante es -por encima de las grietas, los relatos, las burbujas que generan las redes- mirar de frente la realidad.