El gobierno nacional se convirtió en una enorme interna partidaria donde una de las partes dice que el que ella eligió lo traicionó y la otra parte sostiene que la que lo eligió lo traicionó. Todas y cada una de las acciones que toman unos y otros están subordinadas a esta interna, por lo que el país real ha desaparecido en la cabeza del país oficial.
El modus operandi es similar en las dos partes en pugna. Utilizan eventos internacionales, institucionales o académicos para dirimir sus diferencias partidarias subordinando lo mayor a lo menor, lo universal a lo particular, lo trascendente a lo costumbrista.
El presidente Alberto Fernández ya lo hizo en Moscú, cuando reverenció a Vladimir Putin ofreciéndose como su servil portero en América Latina sólo porque pensaba que eso era lo que le gustaría a Cristina Fernández, y él en aquel entonces quería que ella no lo siguiera atacando. Pero ella lo siguió atacando igual o más, entonces ahora hace algo con igual lógica pero con otras intenciones: esta vez no con Putin, sino con la provincia de Mendoza, a la que subordina a sus internas, para acumular fuerzas con las cuales defenderse de los despiadados ataques de su destructiva creadora.
El pobre hombre anda buscando apoyos para librar su interna y hasta ahora consiguió pocos y no de los más prestigiosos, como Luis D’Elía, Aníbal Fernández y el intendente Mario Ishii. Esta semana decidió sumar el apoyo de la provincia de La Pampa a través de su gobernador Sergio Ziliotto, pero lo hizo del modo más vulgar posible, retando a los mendocinos por querer hacer Portezuelo del Viento para quitarle el agua a La Pampa y otras provincias, ya que no puede ser que “unos pocos se quedan con mucho y millones padecen la carencia”. O sea, nos acusó de ser los oligarcas del agua, los que queremos matar de sed a pampeanos y bonaerenses con nuestros intentos de regular los ríos interiores. En vez de comunicar institucionalmente que laudó en contra de Portezuelo, lo hizo en un acto partidario en una provincia que es la principal reclamante contra Mendoza. Y todo lo hizo para ver si se puede ganar el apoyo del oficialismo pampeano en su pelea contra Cristina.
Es muy preocupante un presidente de una Nación al cual Putin o Mendoza o el país o el mundo entero sólo le interesan como variables de ajuste en la interna contra quien lo maltrata todos los días. No se puede pensar a la política con tanta pequeñez, con tanta falta de respeto sólo porque le tiene terror a Cristina. Lo que Alberto Fernández acaba de hacer con Mendoza no es propio de un presidente sino de un hombre desesperado peleando una interna imposible. Un desprecio y una ofensa de marca mayor ocasionada por un personaje menor sólo ocupado en temas insignificantes.
Cristina Kirchner, con un estilo menor vulgar, también libra su interna contra Alberto concurriendo a parlamentos internacionales o a eventos académicos para brindar conferencias donde habla de la revolución francesa o de la revolución china sólo para explicar por qué ella, habiendo inventado a Alberto, no tiene absolutamente nada que ver con el modo en que él está gobernando. Igual que él, explicando el mundo desde la lógica de una interna partidaria, aunque lo diga con palabras pretendidamente culturosas pero básicamente facciosas.
La vicepresidente está haciéndole al presidente una tarea desestabilizadora pero no destituyente. Vale decir, todos los días le manda a sus mastines a que le exijan la renuncia de sus ministros y que cambie sus políticas, pero cuando el pobre hombre ya no aguanta más, ella le da un respiro a ver si se rinde de una buena vez por todas. Desestabilizarlo pero no destituirlo. O sea, lo quiere golpear todo lo que se pueda pero sin que se caiga, que llegue al final de su mandato pero que llegue exhausto y ella liberada de todo compromiso con él y con su gobierno, aunque tenga a toda su gente metida en el gobierno.
En ese sentido y sólo en ese sentido debe ser interpretada la magna conferencia que brindó el viernes en una universidad del Chaco que le entregó un doctorado honoris causa. Ella narró, con su gran capacidad para el relato ficcional disfrazado de real, un cuento de hadas y brujas, de princesas y villanos al único servicio de la interna partidaria que está librando.
El cuento, como todos los cuentos, comienza con “Había una vez....”, un país destruido por los neoliberales que ella con su esposo reconstruyeron entre 2003 y 2015. En ese país liberado por ellos dos, la pobreza fue desapareciendo (aunque las estadísticas dijeran lo contrario), la inflación era poca o nada (porque así lo decía el Indec de Moreno), todas las familias vivían muy bien con un solo trabajo, se peleaba en serio contra el Poder real, vale decir la prensa delatora y la justicia procesadora de los buenos. Pero en 2015, al no poder ser reelegida Cristina, el neoliberalismo retornó con toda la furia y en apenas cuatro años hizo estallar el país que Cristina había recuperado. Aunque, felizmente, en 2019 Cristina volvió otra vez, pero debió hacerlo a través de un don nadie que, apenas le bastó para llegar y traicionarla porque el hombre quería tener buenos modales, que en realidad era portarse bien con el Poder real contra el que Cristina había combatido. Y así le está yendo. Le sobraron dólares por el alto precio de los productos exportables y no tiene ni uno. Con los buenos modales no logró nada. Todo el gabinete económico lo puso él y además maneja todos los planes sociales. Por lo tanto este gobierno es exclusivamente de Alberto quien “no le está haciendo honor a la confianza que el pueblo nos depositó”.
Y en el interín, mientras critica todo lo que hace su desobediente criatura, nos da una lección de política internacional: Más exitoso que el capitalismo liberal con división de poderes lo es el capitalismo chino de partido único. Eso de que las inversiones van donde hay seguridad jurídica son macanas, van donde pueden ganar plata aunque no haya división de poderes, como en China. Y nuevamente la emprende contra la división de poderes en la Argentina: acá hay un Poder Judicial entregado al enemigo mediático y concentrado. Un Poder Legislativo que discute tonterías como la boleta única y un Poder Ejecutivo copado por una manga de inútiles.
En fin, para esta gente el mundo es una gran interna a la cual debe subordinarse todo lo demás.