Hace unos días, se cumplió un nuevo aniversario de la ley 1420 de Educación Común. Firmada por Francisco B. Madero y B. Ocampo (secretarios del Senado) y Rafael R. de los Llanos y J. Alejo Ledesma (secretarios de la C. de DD.), la norma impulsada por Sarmiento y sancionada durante la presidencia de Julio A. Roca el 8 de julio de 1884, se convirtió en la piedra basal de la educación argentina.
Uno de los aspectos menos señalados es que esta normativa permitió que se destinaran recursos en los diferentes distritos argentinos para la creación de institutos de formación docente lo que directamente elevó la calidad de la oferta educativa, tal como señala el historiador Roy Hora en Analfabetismo (uno de los abordajes en Palabras claves en la historia de la educación argentina, libro editado por Unipe - Universidad Pedagógica Nacional, en 2019).
Ya entonces estaba claro la íntima relación entre la formación de docentes y su repercusión en la calidad educativa. También influyen otros factores como las condiciones sociales, el salario, la infraestructura, el equipamiento, la cantidad de días de clases.
“La formación docente incluye la preparación sistemática e inicial para el ejercicio de la enseñanza en los distintos niveles y modalidades del sistema educativo, que otorga un título que habilita para el ejercicio profesional dentro de un marco institucional. Se diferencia así de la capacitación o actualización, que se produce luego de la obtención de ese título”, define la doctora en Ciencias de la Educación Myriam Southwell también en el libro de Unipe.
Más que nunca en estos días nos hemos planteado la necesidad de una formación, capacitación y actualización que permitan a maestras, maestros y profesores estar a la altura de las nuevas tecnologías y nuevas demandas de la sociedad. Mucho se ha dicho ya sobre lo obsoleto que han quedado esos educadores que toman el currículum y repiten los contenidos tal como aprendieron durante sus años de formación sin prestar atención al grupo que tienen enfrente. Del otro lado, se ha ponderado a quienes -más allá de lo que aprendieron en su facultad o terciario- entendieron que las alumnas y los alumnos de esta época son bien diferentes a cuando ellos ocuparon ese lugar.
Se puede decir que a veces juega un importante papel la vocación de enseñar, ya que -como en toda actividad- los trabajadores que soñaron con desempeñarse como docentes abrazan la profesión y dan lo mejor de sí. Tal vez, haya quienes eligieron esa carrera porque no tenían más opciones o porque tiene una segura salida laboral.
De todos modos, la formación docente ocupa un lugar en la agenda de discusiones. De hecho es uno de los proyectos que el ministro nacional Nicolás Trotta ya ha anticipado; así como promueve una nueva Ley de Financiamiento Educativo busca impulsar proyectos en materia de Educación superior, formación y bienestar docente.
El proyecto -que se espera esté listo para fin de mes- tiene como meta “reconvertir” los institutos. Según trascendió buscará mejorar la formación docente que brindan y transformarlos en “institutos tecnológicos”, que capaciten a los jóvenes para encontrar otros tipos de trabajo.
Entre tanto sale este borrador, la mendocina María Inés Vollmer, directora Ejecutiva del Infod, se reunió esta semana con representantes de las jurisdicciones para dar a conocer los detalles de la convocatoria Proyectos de Fortalecimiento de los Institutos de Formación Docente, “que tienen como objetivo principal acompañar y fortalecer el sistema formador poniendo el foco en aspectos de las prácticas docentes que favorecen la revinculación de estudiantes”.
Según datos del Observatorio Argentinos por la Educación, en nuestro país hay 34 profesorados por cada millón de habitantes, esto ubica a la Argentina en uno de los países con más institutos de formación docente por persona. Más del 60% de esta oferta es estatal y están a cargo de las provincias, quienes pagan los salarios.
Otros datos indican que más del 55% del alumnado de esos institutos abandona en el primer año y un 19% deja en el segundo. Por otro lado, la mitad de los institutos tiene menos de 250 estudiantes y un 25% menos de 100, con comisiones muy reducidas en los últimos años.