La violencia en grupo, también conocida como comportamiento de “manada”, es un fenómeno psicológico y social complejo que ha captado la atención de investigadores, profesionales y la sociedad en general. Desde disturbios urbanos hasta agresiones escolares y crímenes atroces como el caso de Fernando Báez Sosa, la dinámica de grupo puede desencadenar comportamientos violentos que desafían la comprensión humana. Aquí intento explorar los aspectos psicológicos, sociales y culturales que subyacen al comportamiento de “manada” y cómo estos elementos se entrelazan en situaciones de violencia colectiva.
Desensibilización y empatía reducida: Una posible explicación del comportamiento de “manada” es la desensibilización a la violencia. En algunos individuos, la exposición frecuente a situaciones violentas puede llevar a una disminución de la respuesta emocional hacia el sufrimiento ajeno. En el caso de Máximo Thomsen y otros involucrados en el crimen de Fernando Báez Sosa, la violencia y las peleas eran algo común en su entorno, lo que pudo haber contribuido a una menor empatía hacia la víctima. La empatía es crucial para sentir remordimiento o dolor por las acciones que afectan a otros. La falta de empatía puede llevar a un enfoque centrado en el yo, donde las consecuencias personales (como la pérdida de libertad) pesan más que el daño causado a otros.
Disonancia cognitiva: La teoría de la disonancia cognitiva, propuesta por Leon Festinger, sugiere que los individuos experimentan incomodidad psicológica cuando enfrentan incongruencias entre sus creencias y acciones. Para reducir esta disonancia, pueden cambiar sus actitudes o racionalizar sus comportamientos. En este contexto, alguien como Thomsen puede racionalizar sus acciones violentas para alinear su percepción de sí mismo con su conducta. Al minimizar el daño causado a la víctima y enfocarse en su sufrimiento personal (como la pérdida de libertad), reduce la disonancia entre la imagen que tiene de sí mismo y sus acciones.
Adaptación psicológica: La adaptación psicológica también juega un papel importante. Las personas tienen una capacidad notable para adaptarse a nuevas circunstancias, incluso a la vida en prisión. A medida que un individuo se adapta a la realidad de estar encarcelado, su perspectiva puede cambiar, y su dolor puede centrarse más en las condiciones de su encarcelamiento que en las razones por las cuales está allí. La narrativa de Thomsen de que “jamás se le cruzó por la cabeza que lo habían matado” puede reflejar un mecanismo de defensa para enfrentar la dura realidad de sus acciones. Esta defensa puede incluir la negación o la minimización del crimen y un mayor enfoque en el sufrimiento propio.
Narcisismo y psicopatía: En algunos casos, el narcisismo o rasgos psicopáticos pueden influir. Los individuos con rasgos narcisistas pueden tener una visión exagerada de su propia importancia y una falta de consideración por los sentimientos de los demás. Los psicópatas, por otro lado, pueden tener una marcada falta de empatía y remordimiento, centrándose en cómo las situaciones afectan sus propios intereses.
Es fundamental que como sociedad reconozcamos y abordemos estos problemas de manera integral. Necesitamos promover una cultura de empatía, respeto y responsabilidad individual que contrarreste la deshumanización y la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. Esto implica educar y sensibilizar a las personas desde una edad temprana sobre la importancia del respeto a los demás y la resolución pacífica de conflictos.
Además, es crucial implementar políticas y programas que aborden las causas subyacentes de la violencia, como la desigualdad socioeconómica, el acceso limitado a la educación y oportunidades laborales, y la falta de apoyo social para aquellos en riesgo de involucrarse en comportamientos violentos. La violencia en grupo es un problema complejo que requiere soluciones multifacéticas y colaborativas.
* La autora es Cofundadora de Gimnasio de Emociones.