Chau Carlitos

Chau Carlitos
Corresponsal. En la Agencia de San Rafael. Carlos Simón se jubiló hace dos años.

Carlos Manuel Simón (así hubiera escrito él su nombre, completo) murió. Tenía cáncer. El Pancho Guerrero me avisó e inmediatamente le escribí al Martín Appiolaza para confirmarlo. Después, crucé unos mensajes con el Renato Di Fabio, que recién se había enterado. Los cuatro empezamos nuestro camino en Los Andes con él, en la sección Departamentales, su sección Departamentales. Los cuatro, de una manera u otra, fuimos sus discípulos.

Fue hace muchísimo tiempo, más de 25 años, cuando aún no había celulares, ni Internet y menos el Google maps, que nos hubiera hecho más fácil llegar a los barrios que día a día visitábamos para rescatar la voz de los vecinos. Entonces, sólo nos guiaban las referencias de los propios interesados en contar su historia.

El “Carlitos”, así le decíamos todos, era el que a la mañana nos marcaba la agenda del día y el que esperaba nuestro regreso para saber si había nota. A él le “tiraban” todos los novatos, me marca el Renato, pero nunca se quejó, al contrario, los agradecía. Por él conocimos cada rincón del Gran Mendoza y también Lavalle, su Lavalle, donde nació hace 68 años.

Seguramente por ese origen de pueblo chico, siempre fue un enamorado de la Mendoza profunda, las pequeñas historias, los caminos escondidos y las tradiciones perennes. El folklore cuyano, Tejada Gómez, Draghi Lucero eran referencias habituales en su conversación. También sus cinco hijos y el Círculo de Periodistas, al que defendió como ninguno.

El café, siempre compartido, era indispensable para él cada día: a la mañana apenas llegaba al diario, antes del mediodía y a la tarde, antes de irse. Durante años lo vi cumplir ese ritual en el buffet que había en el cuarto piso.

Si pienso en él, la imagen que asoma es la de aquellos años: barba profusa, flaco, muy flaco, traje gris y un cigarrillo en la mano. El “vicio” lo dominó hasta hace unos años, cuando lo dejó para siempre y sorprendió a todos los que lo conocíamos. Fue allí cuando sumó algunos kilitos a su figura; antes, ya había empezado a ralear su barba hasta que la borró definitivamente.

La mudanza a San Rafael en 2005 como corresponsal de Los Andes lo ayudó a dar ese giro y también a construirse su casa en la Villa 25 de Mayo. Allí se asentó, tal vez cumpliendo un sueño que empezó a rondarlo en su tiempo de director de El Atuel, a fines de los ’80. Aquel niño de Tres de Mayo quedó cautivado por los paisajes del Sur.

Buen tipo, amable aunque no por eso maleable, a veces irónico y de risa fácil, otras protestón y de enojos pasajeros, sus preguntas, sus dudas, su desconfianza ante el poder económico, sobre todo, siempre aportaban otra perspectiva a los que nos iniciábamos en esto del periodismo. Desde que se jubiló nuestros intercambios se redujeron a algún mensaje o saludo de cumpleaños por Facebook. El apuro de cada día y la distancia dejaron pendiente un café para decirle todo esto. Chau Carlitos.

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