Las reuniones clandestinas de un puñado de personas en un shikumen (casa típica) de Shanghai y una embarcación del río que atraviesa la ciudad de Jianxing, crearon el aparato político que cambió la historia china y modificó el mundo en las últimas décadas.
El mismo partido marxista que nació en julio de 1921 y creó el sistema colectivista de planificación centralizada que agravó las calamidades de un país feudal y pobre, terminó construyendo un capitalismo potente que sacó de la pobreza un océano de gente incorporándola a niveles de alimentación y consumo que traccionaron la economía global, modificando la realidad económica y social en gran parte del planeta.
Las paradojas plagan la historia del partido que acaba de cumplir un siglo. Su fundador, Chen Duxiu, terminó expulsado y convertido en “enemigo trotkista”. Pero en sus cien años, el Partido Comunista Chino (PCCh) generó dos de los hitos que marcaron al gigante asiático.
En una reducción exagerada de la milenaria historia china, se pueden señalar cuatro grandes acontecimientos: la irrupción de la dinastía Qin en el siglo III A.C. produciendo la primera unificación territorial al vencer a los “Reinos Combatientes”; la revolución que lideró Sun Yat-sen en 1911 creando la primera república; la victoria del Ejército Rojo de Mao Tse-tung sobre el ejército del Kuomintang, en 1949, creando la República Popular China con Estado totalitario y economía colectivista de planificación centralizada, y la apertura económica que impulsó Deng Xiaoping en 1978, introduciendo el motor capitalista que llevó a disputar el liderazgo mundial con Estados Unidos.
Dos de esos cuatro hitos históricos tuvieron un mismo motor: el Partido Comunista. De tal modo, otro momento clave en la historia ocurrió hace cien años, cuando Chen Duxiu, siguiendo las directivas de Lenin y del Comintern, creó la organización política que, primero, colectivizó la economía y unificó el territorio continental a través de su eficaz aparato totalitario, y después abandonó el colectivismo para construir el capitalismo de rasgos propios que hoy gravita sobre la economía mundial.
Mao Tse-tung estableció el Primero de julio como día de la fundación, pero lo único indudable es que fue en ese mes del año 1921 cuando los esfuerzos del intelectual marxista Chen Duxiu, con la ayuda de otro intelectual, Li Dazhao, hicieron desembocar la rebelión estudiantil contra la injerencia de Japón, que originó el llamado Movimiento Cuatro de Mayo, en las reuniones clandestinas que crearon el Partido Comunista.
Como anticipando las contradicciones y paradojas que caracterizarían a la etapa histórica iniciada, Chen terminó siendo expulsado del partido que había fundado, convirtiéndose luego en adversario del PCCh desde el trostkismo.
En este siglo de historia, el mismo aparato político construyó un colectivismo infructuoso y fanático bajo el liderazgo ultra-personalista de Mao y, a partir de 1978, construyó el pujante capitalismo con dirigismo estatal que sacó de la pobreza al país y a multitudes oceánicas, generando desarrollo tecnológico-industrial y llevando a China a las cumbres del liderazgo mundial.
Deng Xiaoping había sido víctima de la Revolución Cultural, feroz inquisición ideológica con que Mao purgó al PCCh de todos los dirigentes que se oponían al totalitarismo o denunciaban las calamidades causadas por el colectivismo y por proyectos delirantes como el llamado “Gran Salto Adelante”.
Renacido como un Fénix de aquellas hogueras ideológicas, el pragmático Deng finalmente llegó al poder tras la muerte del “Gran Timonel” y del breve frenetismo tiránico del llamado Grupo de los Cuatro, impulsando, ya sin obstáculos, la reforma que construyó el particular capitalismo chino.
La masacre de Tiananmén poniendo fin en 1989 al movimiento de protesta estudiantil que reclamaba democratización y libertades públicas, terminó de sepultar la posibilidad de que la apertura económica implicara también una apertura política.
El capitalismo autoritario del régimen de partido único se mantuvo tras la muerte de Deng, con los liderazgos de Jiang Zemin y Hu Jintao, entrando ahora con Xi Jinping a una etapa de decisiva confrontación contra Estados Unidos y sus aliados europeos por el liderazgo mundial.
Joe Biden ya había señalado a China como el principal desafiante de las potencias occidentales. Si pidió reunirse con Vladimir Putin en Ginebra a pesar de haberlo llamado asesino, fue buscando conjurar el riesgo de un eje Pekín-Moscú. Así como Richard Nixon y Henry Kissinger negociaron con Mao y Chou En-lai los acuerdos que conjuraron en la década del setenta un eje comunista URSS-China, se busca hoy lo mismo, aunque ya no es Rusia la superpotencia y China el gigante de menor envergadura, sino al revés.
Del marxismo sólo queda su simbología y de Mao Tse-tung sólo queda su imagen en los billetes y en el retrato que preside Tiananmén y muchas otras plazas. Pero el partido creado hace exactamente un siglo sigue siendo el gran protagonista de la historia china.