Desde que nacemos nos enfrentamos con la pérdida. El nacimiento en sí ya es una pérdida: de unión, de tranquilidad. Y es a partir de ese momento que dedicaremos gran parte de nuestra existencia a resignificar las faltas, en un intento de encontrarles sentido: “el ratón Pérez se llevó mi diente para hacer un collar”, “mi hermanito/a me acapara a mi mamá porque es más chiquito”, “perdí el lápiz porque mi mamá me dice que no estoy atento”, etc. Vamos, de este modo, construyendo la creencia de que una pérdida ocurre por una “causa más justa”, es decir, un aliciente.
Y es justamente ese aprendizaje el que garantiza que nos adaptemos a un principio de realidad demasiado crudo: muchas veces lo que perdés no te será devuelto, vas a necesitar ajustarte a lo que hay, te guste o no, estés de acuerdo o no. Sencillamente eso: lo que hay. Así, vamos entendiendo que la justicia es un oxímoron. La justicia es injusta. La justicia penaliza, pero no te devuelve. Nuestra mente crea sinapsis que evocan luego, a lo largo de nuestra vida, esta enseñanza.
Será por eso que, por estos días, y ante los juicios por las muertes de Lucio Dupuy y Fernando Báez Sosa, escuchamos: “pero a esas familias nadie les devuelve a sus hijos”. Y es cierto, triste, pero cierto, porque la función de la condena es correctiva y busca hacer respetar la ley, como así también brindar sensación de apoyo, control y seguridad a la comunidad. La justicia sanciona a quienes infringen el orden de convivencia, en pos de garantizar la supervivencia. La justicia no devuelve a los muertos.
“La justicia existe para que no exista la venganza, para evitar la llamada “justicia por mano propia”. Es que, de otra forma, el circular de la violencia es infinito”, dice el psicoanalista José Abadi.
Un homicidio es una forma extrema de violencia que no genera solamente una víctima, sino varias. Las llamadas víctimas secundarias, que son los familiares y la sociedad, se sienten vulnerables ante el ataque. Esta situación genera un trauma que deberá ser transitado para elaborarse.
Y es justamente esa elaboración en circunstancias de asesinato, la que se denomina duelo por homicidio y exige a nuestro cerebro adaptarse a una pérdida acaecida durante una experiencia traumática ejecutada por el designio deliberado, egoísta y cruel de un victimario.
Las víctimas secundarias son quienes quedan atónitos, pasmados ante una pérdida brutal, que generará, sistema legal mediante, una segunda victimización, nacida de la necesidad de reexperimentar una y otra vez el episodio sangriento para concluir en una sentencia final.
Durante ese proceso los seres queridos se verán sometidos a una marea de emociones oscilante entre la ira, la tristeza, la angustia, la impotencia, que va a dificultar el tránsito por los caminos sucesivos de un duelo normal. En este momento, la mente intenta adaptarse a la realidad con las herramientas que tiene y puede utilizar. Así, es normal que los seres queridos se vean sometidos a:
- Dificultad para entender o creer lo que ha sucedido.
- Sensación de indefensión e impotencia
- Intención de juzgar a quien hubiera podido evitar el hecho.
- Iteración de imágenes, pesadillas y recuerdos recurrentes del hecho, inclusive si no lo presenciaron.
- Miedo / desconfianza
- Enojo que puede conducir a furia, inclusive, desplazados hacia quienes no tienen nada que ver con el hecho
- Deseos intensos de “volver el tiempo atrás”
- Síntomas físicos como insomnio, ansiedad, malestar estomacal, dificultad para concentrarse
- Necesidad de aislamiento
- Sentimientos de estigmatización y discriminación
Una vez obtenida la sentencia, la realidad, una vez más, exigirá aceptación y demandará realizar el duelo, que, en caso de trauma por homicidio, define alteración en ciertos dominios, como seguridad, confianza, estima, control y apoyo social.
El proceso de duelo inicia un período de búsqueda de herramientas que ayuden a armar nuevos andamios de creencias, con el sólo fin de poder “digerir” una situación impensada. Para esto se necesita un ingrediente fundamental: tiempo. Y es que el dolor no desaparece solo, hay que trabajar en él. Puertas adentro, transitándolo, masticándolo, habitándolo. No es fácil. Sí necesario.
Dejemos ahora a estas familias duelar en paz. La obra terminó y el telón ya se bajó.
*La autora es Neuropsicóloga