La rabia es una de las enfermedades con las que el hombre tuvo que lidiar de modo tormentoso.
Ya en la Antigua Mesopotamia -siendo más específicos en la ciudad de Eshnunna- se estableció que: «si un perro enfermo [de rabia] muerde a un hombre y le causa la muerte, el dueño deberá pagar dos tercios de una mina de plata (40 shekels); si muerde a un esclavo y muere por esta causa, deberá pagar 15 shekels [monedas]».
Según diversas fuentes el mal fue importado a nuestro país en 1806, por perros británicos que ayudaban al pastoreo.
Hacia la segunda mitad de dicho siglo la rabia se fue convirtiendo poco a poco en una amenaza de muerte cotidiana.
Jaurías desfilaban por las calles atentando contra los transeúntes y llevando a la muerte a más de uno.
El 19 de noviembre de 1882, Pasteur aisló el virus por primera vez y dos años más tarde obtuvo la inmunización.
Mantuvo vivo el virus infectando a diversos conejos
“Los resultados dados a conocer por Pasteur -señalan Andrés R. Arena y Alejandro C. Baudou-, el 4 de abril de 1886, sobre el tratamiento preventivo del hombre mordido por animal rabioso, se iniciaron con Joseph Meisler y continuaron hasta un total de 1335 personas tratadas, mediante inyecciones de emulsiones de trozos de médula, de conejo (…) La eficacia del nuevo método para prevenir la enfermedad en el hombre fue evidente, pues, la reducción de la mortalidad entre las personas mordidas por perros rabiosos, que oscilaba entre el 16 y 80 %, se redujo de 0,5 a 1 %.”.
Dicho descubrimiento fue observado con desconfianza por muchos, salvo un importante número de médicos argentinos.
Entre ellos destacó el Dr. Femando Davel, quién a mediados 1886 viajó de París a Buenos Aires trayendo el virus de Pasteur, inoculando conejos para mantenerlo vivo.
La vacuna para los perros llegó tiempo más tarde.
Llamativamente, muchos médicos no la consideraron necesaria.
Se aconsejaba tomar medidas menos complejas y baratas, es decir eliminando a los perros callejeros.
Debemos señalar que Mendoza no fue excepción, nuestra provincia utilizó durante décadas dichos modos de profilaxis, eliminando a los canes sospechosos mediante albóndigas envenenadas o con vidrio, también a garrote.
Desde luego la situación no era nada agradable y generó muchas críticas desde la prensa.
En 1899 Diario Los Andes señaló que la “jaula de los perros” estaba vacía, refiriendo a la falta de accionar por parte de la perrera municipal.
* La autora es historiadora.