No descubro nada especial al afirmar que hay tantas Navidades cuantas familias o individuos que la celebran. Navidad, poco a poco, se ha ido convirtiendo en una de las festividades de Fin de año. Con más o menos adornos, con la mesa tendida para varios, con pan dulce, garrapiñadas y turrones. Con algunos regalos o regalitos, sobre todo para los niños. Normalmente, con saludos y deseos de mejores tiempos, recordando agradecidos a quienes no nos acompañan físicamente y con abrazos y besos de amor y amistad. ¡Todo bien! (como se acostumbra decir en estos tiempos).
Y es que del feliz alumbramiento del niño Dios al «felices fiestas» sólo han tenido que pasar dos mil años. Y tanta mezcla termina con celebraciones no hace tanto tiempo compartidas: de Jesús a papá Noel o Santa Claus, de las cenas en familia, en el pueblo o en casa de los abuelos al restaurante con todo incluido y si es en pareja, mejor.
La verdadera esencia de la Navidad no es otra que el amor de Dios encarnado en el tiempo para quienes creemos en Jesús. Y ya está, no es más ni menos. Nuestras emociones o sensaciones celebrativas ante ese Niño y sus padres en ese pesebre de Belén, nos ocultan, las más de las veces, la presencia y el amor de Dios que Jesús nos ayuda a descubrir.
“¡Vengan benditos, vengan a la Casa del Padre, que está preparada para ustedes”. Porque: - tuve hambre y ustedes me alimentaron, - tuve sed y me acercaron el agua, - estuve sin hogar y ustedes me recibieron, - estuve desnudo y ustedes me vistieron, - estuve enfermo y ustedes me visitaron, - estuve en la cárcel y ustedes me fueron a ver. Entonces, ellos preguntarán: ¡Señor!, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, sin hogar o desnudo, enfermo o en la cárcel y te socorrimos? Y Él les dirá: en verdad, les digo que lo que hicieron con mis hermanos necesitados, lo hicieron Conmigo” (Mateo, 25, 34-40)
La Navidad no debe convertirse en una rutina de felicidad y consumismo. Tiene que ser una opción de vida. Una celebración de unión y ayuda, un gesto de humanidad ante el que más lo necesita, un momento en el que el individuo que así lo desee se replantee si su vida tiene esa verdadera honestidad y generosidad que su vida promulgan.
No pretendo negar las felices fiestas para todo el mundo, porque son días festivos para todos, pero sí me gustaría recordar que quien decide darle el nombre de ‘Navidad’, lo haga desde ese sentido de amor. Desde esa perspectiva no existe obligación de aparentar sentir lo que uno no cree, y existe el derecho a expresar lo que uno lleva dentro.
Lo que nos rodea
¿Cómo viviremos esta Navidad con tanta guerra, muerte y destrucción a nuestro lado? ¿Con casi el 50% de pobres en nuestra Patria? ¿Con los Ricos, ‘famosos’ y ‘celebrities’ que viven en una Patria ‘paralela’? ¿Con la posibilidad y la esperanza de remontar nuestra historia, sociedad y economía al inaugurar un nuevo Gobierno? ¿Con la mayoría de los Medios de Comunicación por Aire que, en vez de educar personal y socialmente, se han entregado a la inicua tarea de continuar vaciando de contenido los corazones y las mentes de los argentinos? ¿Y la Educación en valores y criterios humanizadores? (Educación que es bien distinto de Instrucción y que es tarea de toda una sociedad donde el “sí” sea sí y donde el “no” sea no, acabando con la mentira y la hipocresía).
¿Cómo rezaremos (no con la palabra dicha), sino desde el silencio y la interioridad de nuestro ser, como nos enseña el Maestro?
Todo un desafío porque esperanza no es “esperar” que el universo u otros pongan el hombro para reconstruir lo perdido y lo mal realizado; porque la “magia” no existe (existe la dignidad del esfuerzo y del trabajo). Y porque los que seguimos a Jesús de Nazaret, debemos “mostrarlo” con nuestros actos en la vida de cada día.
* El autor es sacerdote católico.