La soberanía -esa cualidad del poder político que lo hace el más alto en su orden- se ha visto muy disminuida durante la globalización del siglo XX. Ese carácter de autoridad suprema de los estados-nación se diluye más rápidamente con la globalización post-pandemia, por los problemas globales que no pueden ser regulados o controlados por los países, convenciones u organismos internacionales y por la emergencia de nuevas áreas y formas de poder.
Las fuerzas motrices de la globalización se instalan sobre el eje espacio-tiemp y sobre la infraestructura institucional. En la globalización del siglo XX la dinámica reconocía tres caracteres: la aceleración de la historia; la perdida de significación del espacio respecto a una infraestructura de poder internacional, y las crisis de el Estado-Nación, las instituciones y demás relaciones de proximidad.
La globalización siglo XXI muestra una dramática aceleración del futuro, que se impone antes que pudiésemos revisar nuestro andamiaje conceptual para entender nuevas situaciones con nuevas posibilidades y riesgos. A la pérdida de relevancia de la distancia y por ende de las frontera se suma la emergencia de nuevos espacios no-soberanos como el ciberespacio, la biosfera, el espacio extraterrestre, los fondos marinos entre otros. Espacios no-soberanos puede entenderse como “Terra nullius” (tierra de nadie), y por lo tanto sujeta a “colonización”, no sólo por los estados, sino también por corporaciones o agentes individuales. Por último la crisis estatal-institucional-relacional se instala sobre la obsolescencia de las ideologías de la sociedad industrial y reclama nuevas fuentes de legitimidad, nuevos limites del poder, nuevas formas de ejercicio de la autoridad y de la responsabilidad. La emergencia de poderes y ciudadanías globales.
En esa carrera: Elon Musk propone un plan de “construir más de 1000 Starships para transportar vida a Marte”, en una suerte de novísimas Arcas de Noé, afirmando que SpaceX lograría este objetivo para 2050. También Jeff Bezos, creador de Amazon se propone poner en órbita miles de satélites para dar banda ancha en el espacio. Estas mega constelaciones se unirán a la infraestructura orbital existente, en una zona sin reglas y regulaciones de tráfico aplicables.
También estos espacios están abiertos a la criminalidad y el conflicto. Rusia ha encontrado una valla en su invasión a Ucrania en los satélites de Musk que han permitido la comunicación de estos continuamente. El bluff de Reagan de Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), más conocida como guerra de las galaxias, hoy apunta a concretarse en los planes chinos, rusos, estadounidenses y aún de Corea del Norte.
Como la conquista de América, o de África o Asia hasta mediados del siglo XX, todos estos espacios no soberanos están abiertos al beneficio público o privado, al predominio militar o a la investigación científica, pero muy lejanos de constituirse en bienes comunes a preservar o vigilar.
Usualmente se han definido como bienes comunes aquellas partes del planeta que quedan fuera de las jurisdicciones nacionales y a las que todas las naciones tienen acceso.
El derecho internacional identifica cuatro bienes comunes globales, a saber, la alta mar, la atmósfera, la Antártida y el espacio exterior. Todos ellos son producto de la naturaleza; hoy podemos agregar la microbiota, la biosfera y otros que son productos del hombre como el ciberespacio, que es de hecho un bien común global, aunque de un nuevo tipo. Facilita la transferencia de datos e información en lugar de personas, embarcaciones y bienes; es en gran parte apropiado por el sector privado.
No puedo dejar de mencionar otros espacios ¿intangibles?, que están fuera de la categoría de espacios soberanos, aunque los estados tengan responsabilidades parciales sobre ellos como la seguridad, en sus múltiples manifestaciones: estatal, alimentaria, cadenas de suministros, salud, financiera, entre otras.
Estos espacios no soberanos presentan también caras altamente positivas, como las bases de datos comunes para la investigación científica, y otros campos como salud, educación, medio ambiente, o reducción de las desigualdades. Hay un remanente que amplía el rango de amenazas a los estados, que ven la soberanía como el límite para la percepción del amigo-enemigo; hoy este puede radicar en cualquier categoría de espacio no soberano.
El nuevo mundo digital, con su complejidad, incertidumbre, dinámica y fragilidad crecientes está revolucionando todo. Y las instituciones tradicionales permanecen analógicas sin desarrollar capacidad de dar respuestas a las necesidades de la nueva era.
El camino de recuperar y fortalecer la gobernabilidad y construir un poder que responda a los requerimientos de una ciudadanía responsable, exige una visión de largo plazo y amplio rango, al tiempo de una profunda introspección para construir la visión de futuro que exigen los tiempos que nos tocan vivir.
Me cuento entre tantos que descreen de la capacidad de la ONU para regular estos espacios, en particular por la composición “propietaria” de su Consejo de Seguridad”, pero no puedo ignorar que la propuesta de una Agenda Global Común, <https://www.un.org/es/content/common-agenda-report/ >, puede ser un instrumento de gran utilidad para repensar los sistemas sociales críticos. Esta criticidad se expresa en la desigualdad extrema; como la anterior, la globalización 2.0 es un mundo de contrastes: riqueza excesiva, de hecho obscena, frente a una pobreza endémica que se manifiesta como una enfermedad neurovegetativa que afecta las capacidades adaptativas y evolutiva necesarias para el desarrollo personal y social.
Los estados están desertando de sus obligaciones con respecto a las funciones sociales, habitat, salud, educación, seguridad, justicia, movilidad. Pero su resolución requiere de una plena conciencia global para transitar de la complejidad, incertidumbre y fragilidad del mundo actual a un futuro más sostenible e inclusivo. La construcción de una inteligencia colectiva para reconocer, analizar y formular propuestas de acciones globales es un propósito necesario e irrenunciable.