En Argentina sobran razones para pensar que el récord de ineptitud y decadencia lo tiene un gobierno que parece abocado a la autodestrucción. Sin embargo, más allá de las fronteras se encuentran ejemplos de irresponsabilidad y decadencia en los lugares menos pensados. El espejo del festejo en Olivos violando el distanciamiento social estuvo nada menos que en el 10 de Downing Street, donde el responsable del estropicio, igual que el presidente argentino, mintió descaradamente sobre lo ocurrido hasta que las evidencias lo hicieron callar.
En estos días de estupefacción, con la vicepresidenta lanzando sobre la Corte Suprema un ataque furibundo cuyo daño colateral inexorable será el agravamiento de la crisis económica, los espejos de semejante estropicio, en lo que a motivaciones se refiere, están en Brasil y en Italia.
Cristina Kirchner lanzó un durísimo ataque contra los jueces supremos, afirmando que ya tienen redactada la sentencia en su contra. En la vereda kirchnerista se cree en todo lo que ella dice. Pero en la mayoritaria vereda de los que no están fascinados con la líder del kirchnerismo, escucharla anticipar que el fallo ya fue redactado y la declara culpable, genera la sensación de que ella conoce el veredicto pero no porque considere que hay una conspiración en su contra, sino porque sabe que las pruebas son irrebatibles.
Similar motivación para anticiparse a lo inevitable tiene Bolsonaro. Al denunciar que habrá fraude en la elección de octubre, lo que hace el presidente de Brasil es adjudicar la derrota que sufrirá ante Lula a una conspiración absurda, porque todas las encuestas le anuncian que el líder del PT obtendrá una victoria contundente. ¿Por qué harían fraude para que pierda el candidato que en todos los sondeos aparece como perdedor?
Las encuestas constituyen la evidencia de que la teoría conspirativa que repite Bolsonaro es una burda estratagema que procura generar un golpe de Estado. Ya lo había intentado Trump, aplicando el mismo método que hoy usa su admirador brasileño.
No obstante, la irresponsabilidad miserable no se ve sólo en Latinoamérica. Los partidos de la derecha italiana tumbaron al mejor gobernante que puede tener hoy ese país, por los celos que carcomen a los mediocres y por especulación política de la peor calaña. En tiempos en que todos los gobernantes pierden popularidad y respaldo velozmente, Mario Draghi era el jefe de gobierno más prestigioso y respetado en Europa. A la imagen de capacidad profesional que forjó como presidente del Banco Central Europeo, Draghi sumó imagen de seriedad y decencia desde que Matteo Renzi y el Movimiento 5 Estrellas lo designaron al frente de un gobierno técnico para pilotear las crisis económica y energética causadas por la guerra en Ucrania.
Su buen desempeño como primer ministro hizo que los celos carcomieran a Giuseppe Conte, el ignoto abogado que Matteo Salvini y Luigi Di Maio habían elegido como prenda de entendimiento entre las dos fuerzas que se aliaron para gobernar: la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5E).En una curva del trayecto gubernamental, el M5E cambió a Salvini por la centroizquierda como socio. En plena crisis y ante la medianía insoportable de Conte, se reformuló la coalición gubernamental, se reemplazó al premier por el prestigioso Draghi. Pero dominado por el deseo de reconquistar el cargo, Conte conspiró hasta lograr que Draghi renunciara.
Fue entonces cuando se vio lo que desde hace tiempo resulta inimaginable: un clamor recorrió Italia y las instituciones europeas pidiendo a Draghi que continúe en el cargo, como también le reclamaba el presidente italiano Sergio Mattarella.
El economista escuchó el clamor y aceptó seguir al frente del gobierno, pero con la condición de que los partidos de la coalición actuaran seriamente. La sensatez indicaba que lo mejor para Italia y Europa era que Draghi continuara al frente. Pero la ultraderechista Giorgia Meloni impulsó y logró la caída del prestigioso técnico, porque las encuestas le mostraron que su partido ultraderechista, Fratelli d’Italia, sería el más votado si se adelantaran los comicios y que, con la derecha dura de Salvini y la centroderecha de Berlusconi, podrían formar el próximo gobierno.
La decisión de los líderes derechistas fue sacar a Draghi y precipitar elecciones adelantadas, especulando con un posible triunfo. Si eso ocurre, Italia podría tener por primera vez una mujer como jefa de gobierno.
Esa mujer admira a Benito Mussolini en la historia y a Vladimir Putin en la actualidad. También Salvini y Berlusconi admiran al jefe del Kremlin.
Por eso Italia podría virar su proa, alejándose de la Europa atlantista para seguir a la nave rusa.