Cristina candidata: ¿proscripción o deserción?

El mensaje de Cristina Kirchner sobre cualquier candidatura suya sigue atalonado en la retranca y entra en una doble contradicción con su descripción del derrumbe nacional: no sólo tiene responsabilidad presente en lo que describe, sino que deserta de la responsabilidad que ella aconseja para el futuro.

Cristina candidata: ¿proscripción o deserción?
Hasta el formato de sus apariciones se ha desgastado: ¿Cristina describe la ruina de la patria, pero ante el llamado de la acción privilegia la disertación desde la cátedra? Eso es casi una deserción honoris causa.

Será que nadie en el país cree demasiado en todo lo que dice en sus discursos Cristina Kirchner. Sólo así se explica el enorme descentramiento que la vicepresidenta se permite entre su responsabilidad política actual y el colapso terminal del país que describe mientras gobierna.

La vicepresidenta de la Nación (subráyese: en ejercicio) dice que en Argentina “no hay un Estado democrático constitucional”. Denuncia la implosión definitiva de los poderes del Estado y, por si fuera poco, también la ruina terminal de la economía y la moneda. Luego de lo cual se retira a cenar a sus aposentos. Al día siguiente desayuna, lee los diarios, atiende a sus mascotas, organiza alguna visita al Senado. Vive y gobierna.

La alienación entre lo que dice y lo que hace la segunda autoridad constitucional del país es tan pronunciada que sólo la palabra de Alberto Fernández parece más devaluada (con dispensa para Fernández, que por sus funciones ejecutivas está obligado a usarla todos los días).

A poco de terminar su disertación en la Universidad de Río Negro, cuando bajó del estrado y quedó expuesta por un momento al diálogo imprevisto con sus seguidores, Cristina Kirchner fue interpelada por quienes le piden que sea candidata. Respondió otra vez con una evasiva. Prometió que más allá del lugar que ocupe en su vida pública futura, no abandonará jamás a quienes confiaron en ella.

Ese cuadro sintetiza la escena. Lo único que el público presente esperaba del acto fue lo único que ella no ofreció. Sus seguidores comienzan a dudar. No está claro si esa evasión de Cristina es a causa de una proscripción que denuncia, pero no enfrenta, o porque camina en un tono menos épico hacia una jubilación merecida. Para el Gobierno, ese nudo irresuelto pone a todo el discurso conceptual de la vice en un segundo plano de interés.

Pero el mensaje de Cristina Kirchner sobre cualquier candidatura suya sigue atalonado en la retranca y entra en una doble contradicción con su descripción del derrumbe nacional: no sólo tiene responsabilidad presente en lo que describe, sino que deserta de la responsabilidad que ella aconseja para el futuro. El mensaje reciente de la vice expuso esas fragilidades y otras tantas que terminan de delinear una parábola de declinación crepuscular.

Las efemérides borrosas

Cristina, por caso, no sabe ubicar el punto histórico de arranque del Estado democrático cuyo colapso anuncia. De a ratos sostiene el canon que ubica ese hito en 1983, al final de la dictadura. Sus seguidores lo celebraron ayer con otra fecha, marzo de 1973, al sólo efecto de exhumar la épica del “Luche y vuelve”. Ella misma vacila y lo reubica en 2003, con la asunción de Néstor Kirchner. Este último dato no es menor. Si el Estado democrático que está implosionando es el que alumbró en 2003, ella y Alberto Fernández serían -según su propia descripción del caos reinante- los sosias actuales de Fernando de la Rúa y “Chacho” Álvarez.

Estas peregrinaciones erráticas de Cristina Kirchner por las efemérides obedecen a la necesidad de decir que, en septiembre del año pasado, cuando se produjo el atentado fallido contra su vida, se terminó definitivamente el pacto democrático en la Argentina. Pero eso no ocurrió. El inadmisible atentado que padeció está siendo juzgado y nunca pudo probarse la trama política del magnicidio que le urge a la vicepresidenta para sostener su relato auto centrado.

Como además habrá elecciones este año, que contrastarán con su retrato del colapso sistémico, Cristina agita un fantasma supletorio: el de la fragmentación al estilo peruano. Un riesgo que no es desdeñable, pero al que decide contribuir levantando como polaridad opuesta a Javier Milei. Porque eso le conviene a la hora de retener la provincia de Buenos Aires, que es al fin y al cabo el destino que avizora como salida posible. Al momento de los bifes, se acaba la Cristina sistémica, esa que a los moderados del bicoalicionismo les pide recuperar el consenso; mientras suaviza con adjetivación democrática su inclinación por la hegemonía.

Son dos palabras

Ahora se ve con mayor claridad el intrincado laberinto en el que Cristina se ha metido al maridar su proyecto político con su estrategia judicial. La lenta pero persistente actividad de los jueces le marcó a fuego el diseño central de la estrategia política, que intenta imponerle a todo el oficialismo. Sucede que -también para su público- el tiempo le ha dejado allí una batalla perdida. Las 1600 páginas del fallo en la causa Vialidad, dice Cristina, son sólo un fárrago de palabras sin pruebas. Pero ella tropieza sin argumentos con sólo dos palabras de esa larga sentencia: Lázaro Báez.

El efecto de sus definiciones económicas también ha menguado. En Río Negro confesó que la renegociación de la deuda privada que condujo Martín Guzmán con su anuencia y el consejo de Joseph Stiglitz no fue el hito prometido para la historia de las deudas soberanas. Lo que dijo del acuerdo actual con el FMI y su sustentabilidad futura es una obviedad previsible, pero no termina de explicar por qué se opuso a lo que no se opone. Necesita sostener el ajuste de Sergio Massa.

Hasta el formato de sus apariciones se ha desgastado: ¿Cristina describe la ruina de la patria, pero ante el llamado de la acción privilegia la disertación desde la cátedra?

Eso es casi una deserción honoris causa.

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