Cristina y Axel, creadores del Jurassic Park argentino

Con Cristina aún al frente, el peronismo es el nuevo partido conservador de la Argentina, pero de una Argentina donde es poco y nada lo que se debiera conservar. Es el partido conservador de la decadencia nacional. El peronismo es hoy el Parque Jurásico de la Argentina, esa isla recreada por un (a) aprendiz de brujo donde renacen y se desarrollan dinosaurios como hace millones de años, y que siempre, con su mera existencia, están amenazando con invadir el mundo moderno.

Cristina y Axel, creadores del Jurassic Park argentino
Cristina Kichner y Axel Kicillof en Jurassic Park. Imagen generada por IA.

Mientras la sociedad argentina ha pasado un año muy difícil pero empezó 2025 renovando esperanzas de mejoras, el mensaje de Año Nuevo de Cristina Fernández fue pesimista y despreciativo del pueblo en general. Dijo que “la indiferencia caló hondo en nuestra sociedad y nos encontramos cada vez más alejados unos de otros”. Exactamente lo contrario de lo que es hoy el espíritu mayoritario. Excepto que se refiera a indiferencia y alejamiento hacia ella. Pero no entre los argentinos.

Para felicidad de Milei lo que tiene enfrente es algo que lo satisface en grado sumo: un peronismo kirchnerizado donde las opciones renovadoras son inexistentes o cuando mucho insignificantes. Pero para tristeza del país, en el caso de que a Milei le fuera mal, lo de enfrente solo ofrece como opciones a Cristina Kirchner y a Axel Kicillof. A una Cristina ultra juzgada y condenada por la justicia, que lo único que quiere es que Axel Kicillof (si no encuentra a otro) sea un nuevo Alberto Fernández, para ella seguir reinando por la eternidad. Y a un Axel que lo único que quiere es no ser otro Alberto Fernández, pero que a la vez no se anima a pelear frontalmente con Cristina, y quizá no tanto porque le falte carácter o porque sea un pusilánime como el expresidente golpeador, sino porque en el fondo es política e ideológicamente tan cavernícolamente antiguo como Cristina. Porque no tiene nada nuevo y/o distinto que ofrecer. Ni él ni ningún otro peronista. Algo que no había pasado antes.

Esa es la gran ventaja de Milei: que el corazón de la casta, o sea el kirchnerismo, ha llevado a casi la totalidad del peronismo a quedarse en la historia, y no precisamente en la mejor historia. Incapaz de renovarse como, mejor o peor, hizo siempre el peronismo durante el siglo XX, cuando sus viejos líderes se encontraron cerca del cementerio simbólico, o directamente entraron en él. Entonces los abandonaron e hicieron aparecer otros, con una facilidad asombrosa para reciclarse en relación a otras estructuras políticas. Lo hicieron en los 80 con la renovación socialdemócrata, en los 90 con el menemismo liberal y en los 2000 con el kirchnerismo progrepopulista. Pero allí se detuvo todo. Y por tanto tiempo que dicho peronismo fosilizado se fue convirtiendo en el representante más fidedigno del statu quo, ni siquiera a través del gattopardismo de cambiar todo para que nada cambie (que quizá eso haya sido el kirchnerismo de sus inicios, quien tras su ideología de izquierda revolucionaria se convirtió en la mejor defensa de la Argentina corporativa ya entonces predominante), sino de algo peor, o más gris y mediocre: el de no cambiar nada para que nada cambie.

Cristina explica sus años “felices” como los de otra gesta nacional y popular triunfante cuando en realidad fueron las dos décadas de mayor decadencia económica y ética de toda la historia independiente argentina. Los datos no pueden mentir. Pero que aún así, pese al desastre que dejó su final en 2023 (final quizá transitorio a juzgar por la experiencia histórica), que fue tan malo o peor que los de 1989 y 2001, en vez de arrastrar absolutamente con el gobierno que lo provocó, como ocurrió con Alfonsín y De la Rúa que ni siquiera pudieron terminar sus mandatos, acá Massa como continuidad del desastre provocado por los dos Fernández, ganó en primera vuelta, estando a tres puntos del triunfo definitivo. Mientras que la principal mariscal de la derrota y causante del desastre que condujo a la implosión de 2023, aún hoy sigue siendo la líder (discutida, pero solamente un poquito en proporción a su responsabilidad histórica) del peronismo, su jefa política real y formal. Eso ocurre porque algo mutó históricamente en la tradición peronista tradicional: y es que en el siglo XXI logró convertirse como nunca antes en el partido del statu quo argentino. No sólo frente al cambio que propone Milei, sino frente a cualquier cambio posible de cualquier signo ideológico o económico que pudiera producirse. Son los peronistas, particularmente los K, los únicos argentinos conformes y satisfechos con la peor decadencia que vivieron los argentinos en toda su historia. Para Cristina y los suyos expresan años muy buenos, una remake del peronismo del 45.

Esa es la fortaleza del peronismo en su versión K para seguir asegurándose su supervivencia contra viento y marea; así como abandonaron todas las banderas del cambio, para que se las apropie quien quiera o pueda, se transformaron (obviamente, insinuando lo contrario) en abanderados absolutos del conservadurismo, del establishment que la doctrina justicialista decía venir a combatir.

Su base económico-social ya no son, como antes, los obreros o los pequeños y medianos empresarios de la industria nacional, sino los capos sindicales empresarios multimillonarios y los capitalistas que viven del Estado. Mientras que la supuesta oligarquía que durante décadas repudiaron (como por ejemplo, la del campo) fue reemplazada por una oligarquía peronista (pero no sólo peronista)con sus nuevos ricos desde la política que de hecho más que una casta, en los hechos están conformando una nueva clase social emanada desde el Estado, con sus prolongaciones en parientes, amigos, mafias y socios.

Y esto es una novedad histórica, al menos en magnitudes tan significativas y desproporcionadas. Por lo tanto,el peronismo ya no cambia ni siquiera para adaptarse camaleónicamente a los nuevos tiempos. Es el nuevo partido conservador de la Argentina, pero de una Argentina donde es poco y nada lo que se debiera conservar. Es el partido conservador de la decadencia nacional. Pero, a diferencia de los viejos partidos conservadores (y esta es una diferencia esencial), el peronismo es un partido conservador masivo, vale decir, con posibilidades electorales, siempre, de volver a gobernar. Sigue siendo, casi, la mitad de la argentina. Al menos potencialmente.

Nada sino lo que estamos postulando, podría explicar la permanencia de Cristina como símbolo viviente de esa mutación histórica del viejo movimiento nacional y popular. Aún discutiéndose lo que se quiera las ideas y el significado histórico del peronismo clásico, la novedad peronista hoy es este congelamiento desmesurado, esa incapacidad absoluta de adaptarse ni siquiera en sus decires y consignas a los nuevos tiempos, como sí lo hicieron muy bien, el segundo Perón, los renovadores, Menem y Néstor Kirchner. Para bien o para mal. Pero renovaron al movimiento. Lo pusieron a tono con la historia de sus tiempos. Hoy, a lo Jurassic Park, el peronismo liderado por Cristina expresa la lucha contra toda evolución, el freno más poderoso para que nada cambie.

En el presente, ante el desafío de Milei, el peronismo entero parece estar entrando al cementerio cuando siempre supo detenerse a las puertas del mismo y dejar que sólo ingresen sus líderes caídos. Y eso ocurre porque Cristina y Kicillof, aunque se odien entre ellos, ninguno de los dos garantiza sino el retorno al pasado más rancio. Incluso para aquellos a los que no les guste el actual gobierno. Pero ese entrar al cementerio no implica que el peronismo no pueda volver a gobernar (otra mutación histórica). Aún enterrados en sus fosas, no se mueren. Y, como los muertos vivos, si a Milei le va mal o incluso regular, ellos saldrán de sus tumbas y ocuparán nuevamente las instituciones del poder.

Una cosa es caracterizar un tipo determinado de muerte metafórica, otra cosa es creer que el peronismo, con su actual inmovilismo doctrinario y dirigencial, esté políticamente muerto y no pueda renacer. Allí deposita Axel todas sus esperanzas. Y, por supuesto, Cristina.

Cristina inventó en la figura de Alberto Fernández a un imitador del inspector Clouseau (el inefable protagonista de la Pantera Rosa) que todo lo que tocaba lo destruía con su infinita torpeza. Pero Kicillof puede ser peor que Alberto, ya que como ministro de Economía de Cristina fue un mono con navaja. Y está demostrando que lo sigue siendo en tanto gobernador, proponiendo ¡comprar con plata del gobierno bonaerense al clavo de Aerolíneas¡ Eso solo un desquiciado lo puede proponer. Pero él tiene un antecedente superlativo en ese sentido durante el tiempo que fuera superministro de Economía de Cristina: Con la confiscación forzada, a lo bruto, que hizo de YPF, asistimos a la estatización más cara (en relación a su valor) de la humanidad: se terminó pagando más del doble de lo que valía en ese entonces. Pero si a la compra se la hubiera negociado con sus dueños privados en vez de confiscarla (para hacerse el cow-boy) podría haberse pagado la mitad de lo que valía. Además todo se hizo tan mal que dejaron cabos sueltos por los que hoy los socios minoritarios, a los que no se indemnizó, nos reclaman, por su cuota parte, el doble de lo que se le pagó a Repsol. Si sumamos todo eso, significa más de seis o siete veces el valor real actual de YPF. O si se quiere, un total de dólares equivalentes a la mitad de la deuda que Macri contrajo con el FMI. Y todo nada más que en una sola reestatización pésimamente mal hecha. Eso habla de un país de locura, de Cristina como la jefa de ese país de locura y de Kicillof como el principal instrumento de esa jefa. Imagínense si volvieran, juntos o separados o incluso por alguna tercera persona, a presidir nuevamente el país.

Por eso, ojalá le vaya bien a Milei, o cuando menos, que si no le va tan bien, logre clausurar todas las puertas del pasado que siguen abiertas. Que eso solo ya sería un logro fabuloso que lo ubicaría en el podio de la historia. Para que de aquí en más, sea él o cualquiera, incluso un contrario ideológico, no se retorne nunca más al pasado, en particular al pasado reciente, ese que nos condujo a la tragedia presente.

El peronismo es hoy el Parque Jurásico de la Argentina, esa isla recreada por un (a) aprendiz de brujo donde renacen y se desarrollan dinosaurios como hace millones de años, y que siempre, con su mera existencia, están amenazando con invadir el mundo moderno. Por más que muchos insistan con que el peronismo fue siempre lo mismo desde su origen, y que incluso es el mal argentino que no nos deja crecer, lo que yo sostengo en esta nota es que el papel que en el siglo XXI está cumpliendo el peronismo, más allá de las continuidades o no con su pasado anterior, es sustancialmente distinto. De allí la permanencia de Cristina como garantía de esa mutación interior del PJ que implica no transformar ya nada más, deviniendo el nuevo nombre del statu quo, pese a sus inmensos fracasos, y en particular al inmenso fracaso que gestó ella con Alberto. Y del cual no está conceptualmente arrepentida: ella critica a Alberto Fernández, sí, pero no a su modo de elegirlo que fue total responsabilidad suya (como lo fue el de Boudou o Lousteau). Por eso es que quiere hacer con Kicillof o con quien pueda encontrar, exactamente lo mismo que hizo en 2019.

Cristina es eterna, pero no por su duración ilimitada, sino porque se ha convertido en una estatua pétrea, inmodificable, absolutamente convencida de su éxito histórico y de que es la única capaz de proseguirlo (por ella o por interpósita persona nombrada por ella de modo absolutamente subordinado) en el tiempo. Kicillof no necesariamente estaría en contra de eso porque no piensa en nada distinto a Cristina (al menos hasta ahora no lo ha demostrado jamás en nada, ni siquiera en cuestiones menores) pero no quiere ser ungido por ella debido al mero hecho táctico de que sería visto como otro Alberto. Pero si Cristina inventa otro truco (creíble) para disimular su vocación de titiritera, Kicillof lo aceptará.

Perón, luego de su caída, aunque quizá en los hechos cambió mucho menos de lo que dijo o pretendió cambiar cuando regresó al país, hizo un colosal esfuerzo por admitir sus evidentes errores. Salvo el primer o segundo año de su exilio,donde estaba lleno de furia y llamaba, con su entonces delegado John William Cooke, a la insurrección violenta para volver al peronismo del 45-55, luego abandonó toda pretensión en ese sentido, leyó el nuevo país y trató de representarlo admitiendo el error de haber dividido a los argentinos durante su gobierno, por lo que se propuso volver a unirlos. Cosa que logró pírricamente porque en 1973 pudo reunificar, como casi nadie lo hizo nunca antes en la historia, a prácticamente todos los argentinos detrás de su persona, pero no al peronismo internamente, que le hizo volar por los aires el intento unificador nacional.

La historia es paradojal, pero la historia de Perón, con todas las continuidades que se quieran, no es la de Cristina. Querer explicar 80 años desde la misma lógica, puede ser un consuelo para quien odie al peronismo en su totalidad, pero la realidad es mucho más compleja que ese simplismo que no sirvió nunca ni jamás servirá para nada más que para calmar el espíritu de las almas buenas antiperonistas, con su secreta ilusión de alguna vez poder extirparlo definitivamente de la historia argentina. Pero el peronismo es parte del alma argentina, o se lo integra de un modo compatible con el resto del país, o no nos dejará vivir jamás en paz, se llame o no peronismo, pero siempre representando lo mismo. Que no es el mejor país posible, a la luz de los resultados. Por eso, en estas cuestiones, hay que interpretar lo que vivimos hoy, en sus especificidades, no en sus generalidades, si queremos entender lo que está pasando.

Cristina jamás admitió un error significativo en su entera vida política, por lo que quiere seguir repitiéndolos todos porque a todos los considera aciertos. Y nada está del todo dicho, porque, seamos justos, en la Argentina, hoy la fuerza del cambio es coyunturalmente más poderosa que la de la conservación, pero es muy frágil y contradictoria (y a veces se parece demasiado en algunas de sus prácticas a los peronistas que supuestamente viene a superar), Entonces, apenas haya el más leve traspié, tendencialmente es más probable en la Argentina que la sociedad en vez de intentar otra variante distinta de cambio, busque nuevamente volver atrás. Y atrás, hoy, lo único que queda es el peronismo, cuando siempre antes, frente al menor fracaso de sus opositores en el gobierno, el peronismo tuvo la habilidad de ponerse adelante del que estaba, y pelearlo en nombre del cambio, aunque fuera -o no- meramente cosmético. Hoy Cristina y el peronismo que la sigue y que en forma aterrada no se atreve a combatirla ni reemplazarla, ya no hablan más en nombre del cambio sino de la restauración. Son la nueva oligarquía conservadora. Son los dinosaurios de Jurassic Park que en Argentina han encontrado el terreno propicio para sobrevivir y tener en jaque permanente a todos los argentinos, con la amenaza de salir de ese parque donde están recluidos e invadir a todo el país con sus prácticas cavernícolas.

*El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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