Cuando faltan las ganas

A veces las ganas no aparecen. Si le pasa a una persona cualquiera, vaya y pase. Pero si le pasa a un presidente de la Nación es el problema.

Cuando faltan las ganas
Imagen ilustrativa / Archivo

Con estas circunstancias que nos tienen prisioneros a veces las ganas no aparecen. Uno las busca por dentro, revuelve sus sentimientos, pero termina vacío de ganas, como si le hubieran desganado el interior.

Es lógico: estamos en un parate significativo y nosotros también estamos parados y no avanzamos porque no tenemos camino por delante. El camino sólo sirve si uno puede avanzar. Para recular hay tiempo.

El impulso hacia lo deseado se ve aplacado y por eso al final no actuamos para ayudar a que esos deseos se cumplan. Los deseos son indeseados y entonces nos entra como una calma palaciega, y no respondemos a los estímulos de vida.

No hace falta que venga una pandemia para que esto ocurra, puede sucedernos en la completa normalidad. Uno sabe que tiene que hacer una cosa, pero le cuesta, le pesan algunos adminículos sexuales y no procede. Se queda en la horma de su zapato y a veces, inclusive, sin zapatos.

Entonces la buena mujer que nos acompaña o el buen hombre que nos sostiene nos preguntan: “¿Qué te pasa, amor?”. Y uno no sabe qué contestarle, porque en realidad no le pasa nada, a tal punto que nada lo conmueve.

Puede que conteste “me siento desganado”, pero eso no arregla nada. Al contrario, la verdad, agranda el no hacer.

Lo bueno es que uno se sienta bien cuando está con ese desgano, porque entonces puede dedicarle un tiempo al descanso y el descanso generalmente lleva por delante un tiempo de acción.

Lo malo es que si uno se siente mal, entonces trata de sacar fuerzas de donde no las tiene para superar el momento difícil, pero se hace muy dificultoso encontrar zanahorias donde sólo se han sembrado zapallitos.

La falta de ganas suele ocurrir en el medio del laburo. Ahí está complicado el afectado, porque sabe que tiene trabajo por delante y no le da el cuero para enfrentarlo y resolverlo. El problema es que esto puede llegar a ser notado por aquellas personas de las que uno depende, de las que están a cargo.

Ocurre también los fines de semana (tal vez los fines de semanas hayan sido inventado para los desganados). “Viejo. ¿y si vamos a dar una vuelta?”. “Viejo ¿Y si vemos una serie?”. “Viejo ¿y si jugamos a algo?”. Y no hay respuesta, che, porque el tipo no tiene intenciones de sacar su poto de donde está apoltronado.

En la voluntad está la solución: inventarse la voluntad aunque le sea esquiva, poner toda ese potencial de acción que tenemos en movimiento aunque por dentro sintamos que no tenemos ganas de movernos.

Difícil si pasa esto cuando ocupamos una situación comprometida dentro del llamado “tejido social”. Que no tenga ganas un peón de campo se entiende por todo el esfuerzo, con ganas, que ha hecho antes de esa situación. Pero si uno es cirujano, por ejemplo, y delante del cuerpo acostado de quien tiene que eviscerar expresa “no tengo ganas”... la cosa se complica mucho. O cuando uno es un jugador de fútbol y antes de entrar a la cancha expresa no tener ganas, no dura ni cinco minutos dentro del terreno de juego.

Pero sin dudas el peor de los casos es cuando uno es el presidente de la Nación y una mañana, frente a las toneladas de expedientes, y notas y encargos que tiene sobre su escritorio exclama “no tengo ganas”. Mal le va a ir al país con esta situación. O... tal vez le iría mejor.

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