Una reciente encuesta de la consultora Circuitos llega a la conclusión de que la mayoría de los argentinos prefiere que entre los dirigentes políticos haya más consensos que conflictos y que los moderados de los distintos partidos se acerquen entre ellos y se alejen de los más radicalizados de sus mismos partidos. Por ejemplo, el 38.8% de los consultados quiere que el presidente se acerque a Rodríguez Larreta, mientras que sólo el 21,3%_quiere que se acerque a Cristina. El 35,8% quiere que Larreta se acerque al presidente y apenas el 5,6% que se junte con Macri. Y_así con todos.
Es que el votante peronista y el no peronista convencionales, son de centro y su sentido común les indica que no vale la pena tanta división y menos querer excluir a una de las partes. Ellos votan opciones peronistas o no peronistas según las circunstancias. La grieta no está en el centro del electorado sino en sus márgenes. En lo que llamamos el populismo versión peronista (kirchnerismo) y en el no peronismo versión antiperonista.
Sin embargo, el problema no es la existencia del antiperonismo y del kirchnerismo sino que sean ambos el dispositivo central de sus respectivas coaliciones, lo cual dificulta toda posibilidad de mayor encuentro.
En los inicios democráticos, gracias a un clima de tolerancia que creó Raúl Alfonsin, la renovación justicialista sedujo a la misma clase media que votó a Alfonsín y con argumentos muy similares. Fue el momento en que parecía que la democracia llegó para quedarse con dos opciones tan buenas una como la otra, la socialista liberal a la europea, a lo Felipe González, del radicalismo y una especie de nacionalismo republicano con la renovación peronista. Incluso luego, con Menem, el peronismo se acercó a su gran enemigo histórico, el liberalismo y también lo sedujo. El país seguía teniendo mil problemas pero iba cerrando todas sus grietas.
Sin embargo, a inicios del siglo XXI apareció otro peronismo distinto, que convocó a sectores de izquierda, hasta entonces en los márgenes de la democracia. Desde los restos del aparato del viejo Partido Comunista (PC) hasta los nostálgicos de montoneros.
El kirchnerismo hizo revivir una generación que fracasó en los años 70 pero que ahora recuperaba una segunda e impensada oportunidad. Podrían, en base a su dolorosa experiencia, haber trascendido la grieta que ya estaba casi disuelta en el país democrático en vez de hacerla reaparecer, como ocurrió. Bastaba con convertirse en una especie de generación “clintoniana”, una mezcla de bohemios-burgueses que modernizaran el país en nombre de sus viejos ideales de izquierda pero de acuerdo a un mundo sin el muro de Berlín. Tuvieron, los viejos setentistas en su otoño la posibilidad de abrir las puertas del futuro a una nueva generación para que no cometieran los mismos errores que ellos cometieron en su juventud. Pero no, Néstor los convocó para lo contrario, para una revancha, para reivindicar su pasado en vez de superar lo que hicieron en ese pasado. Para traer el pasado al presente.
A eso hay que sumarle casi todo lo que ríspido y divisorio tuvo el primer peronismo que el kirchnerismo hizo suyo: guerra contra la prensa, culto a la personalidad, rechazo a la división de poderes, desprecio a la democracia de forma a favor de la democracia de fondo, división amigo enemigo. Todos argumentos pro grieta.
Lo cierto es que a partir de este rescate K de los elementos del primer peronismo que hasta el último Perón parecía haber desechado, reapareció, como inevitable reacción, el antiperonismo que prácticamente había desaparecido en los primeros veinte años de democracia. Lo que demuestra que fue el peronismo K el que reinventó el antiperonismo, un antiperonismo que repetía slogans del 55 como si en el medio no hubiera pasado nada, como si la escenificación teatral montada por el kirchnerismo fuera el calco del drama histórico del 45 al 55.
El antiperonismo básicamente consiste en creer que el país iba perfecto hasta la llegada del peronismo, que con él pegó el viraje hacia la decadencia y desde allí hasta hoy la culpa de todo es del peronismo. La solución, por lógica, es una sola: extirpar el peronismo para que el país vuelva a un sendero de normalidad. Martínez Estrada decía que era la parte maldita de nuestro inconsciente. Que no bastaba extirpar al peronismo en los peronistas, sino también la parte interna de peronismo que hasta los no peronistas tienen dentro sin saberlo.
El antiperonista, al querer borrar 75 años de historia, siempre logra resultados inevitablemente paradojales: crea más peronismo y en sus peores versiones. Mientras que el peronismo sectario crea antiperonismo.
Si bien el macrismo fracasó sobre todo por razones económicas, no es posible excluir de su caída los graves errores políticos: habiendo heredado un peronismo dividido y con un liderazgo en crisis que además era la principal razón de la división, lo que ocurrió gracias a los años macristas es que el peronismo se reunificó y que quien lo reunificó fue justo la que lo dividió. Proeza inexplicable sin el antiperonismo (sobre todo de la dupla Marcos Peña-Durán Barba que Macri bancó como nadie) que hegemonizó la coalición e impidió lo que sí logró Alfonsin: que cuando se dio cuenta que el antiperonismo era generador del peor peronismo gestó el clima político para que se desarrollara un peronismo similar a sus concepciones, a la democracia formal y a la república. Aunque ese peronismo luego le ganara, como ocurrió en 2007. Algo que jamás habría ocurrido si Alfonsín hubiera tenido un Durán Barba que le aconsejara hacer sobrevivir a Herminio Iglesias, Isabel y todo el peronismo de los 70 para crecer en comparación con ellos. Alfonsín comenzó su gobierno con cierto antiperonismo, pero de a poco fue virando ayudando a democratizarse a su opositor. En cambio, el macrismo, que para ganar empezó sacándose fotos con bustos de Perón, luego buscó dividir aún más al peronismo dándole protagonismo exclusivo a Cristina, creyendo que su sobrevivencia aseguraba macrismo por 100 años e iría corroyendo a todo el peronismo para que éste fuera desapareciendo. Pero le salió exactamente al revés: creó más peronismo y más unido que nunca. En vez de escuchar a los sectores moderados del PRO_y del radicalismo que le proponían ensanchar la alianza, se fue aislando en la creencia de su excepcionalidad política.
En síntesis, hay que lograr que los dos sectores impulsores de la grieta, no que desaparezcan porque eso es imposible al menos por ahora, sino que salgan del centro de la escena y que ésta sea ocupada por los sectores más moderados de ambas coaliciones. Esa es la gran tarea política de los nuevos tiempos. Que hasta podría empezar con este gobierno si fuera otra la correlación de fuerzas y la voluntad política de sus sectores más moderados. Y_si tuviera el apoyo de una oposición que deje de lado su antiperonismo no poniendo en una misma bolsa a Beliz con Parrilli, o a Schiaretti y Perotti con Insfram. Porque aunque estén juntos no son lo mismo.
Y_porque, guste o no, el antiperonismo no va a poder borrar al peronismo y el kirchnerismo no va a poder hacer nada si cree que el adversario es el enemigo a destruir. Ambos se excluyen mutuamente, pero a la vez se refuerzan mutuamente, e impiden cualquier alternativa razonable. Mientras los márgenes estén en el centro será improbable construir un país donde los diferentes sumen.
Es que el populista versión peronista cree que todos deben ser peronistas mientras que el no peronista version antiperonista cree que nadie tiene que ser peronista. Ambas son utopías imposibles y negativas, pero expresan dos mentalidades excluyentes que impiden organizar la nación. No hacen pero no dejan hacer.