Hoy se cumplen 160 años desde el momento en que Mendoza desapareció. Pocos segundos bastaron para que la ciudad fuese destruida por un terremoto y la población diezmada. Se calcula que murieron entonces unas 4.247 personas y hubo cerca de 1.000 heridos, demasiados teniendo en cuenta que se trataba de una población estimada en 11.500 almas.
Por entonces –y para variar- Argentina estaba en crisis, dividida en dos: la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, en septiembre este último se impondría. Poco después Bartolomé Mitre se alzó con el poder e inició un proceso de “pacificación”.
Las prioridades nacionales giraron en torno a imponer el naciente Estado y nuestra capital permaneció en ruinas al menos por dos décadas. Entonces los chicos tampoco fueron a la escuela durante un largo periodo. Como las pocas existentes habían caído o sufrido grandes daños, el sistema educativo oficial se paralizó y no funcionó durante 1861 y 1862.
Regresando a las víctimas, encontramos a ciertas personalidades de renombre como Pierre Joseph Auguste Bravard, un naturalista francés afincado en nuestro país que realizó diversas investigaciones con apoyo de Urquiza. El emérito Martín Zapata también dejó de existir. Tras el terremoto notó la falta de su hijo Ignacio Manuel, se precipitó inmediatamente hacia la casa familiar que tambaleaba. Sus cuerpos fueron hallados días más tarde, entre las ruinas. Lucecita Sosa, viuda de Godoy Cruz, también pereció. Aparentemente nadie rescató aquellos despojos, su familia la despreciaba luego de confesar que había hecho asesinar al marido de su hija.
Tras la catástrofe llegaron a la ciudad contingentes humanos, algunos buscaban socorrer a los afectados pero otros se volvieron parte del infierno. Así lo relató A. Clereaux: ”Como chacales hambrientos invaden en el acto bandas de forajidos, el recinto espantoso de la muerte y de la devastación, estremeciéndose aún todavía la tierra, y emprenden un sistemático y extenso pillaje que dura cinco días (…) Tienden la mano estos caníbales a los desgraciados que les piden ayuda para levantarse, no para ayudarlos sino para despojar de sus anillos y pendientes a la virgen, de su reloj y dinero al rico propietario. Nada escapa a su rapiña”.
Aún faltaba lo peor. Los entierros comenzaron poco después, pero no de todos. La situación fue verdaderamente dantesca durante meses. En su libro “Viaje a través de los Andes” el inglés Ignacio Rikard señaló: ”Vi tirados varios esqueletos humanos y partes de cuerpos asomando de debajo de las masas más pesadas de mampostería. La visión me obligó a apartarme rápido. En muchas partes de la ciudad vi la misma horrible exhibición: cráneos, brazos, piernas, algunos todavía no bien descompuestos”.
La zona fue abandonada, salvo por aquellas familias poco pudientes convirtiéndose en el “Barrio de las Ruinas”, con epicentro en el Área Fundacional. Mendoza ciudad se levantó nuevamente siguiendo normas para aplacar los daños en casos de sismos, incrementando las plazas y el ancho de las calles, por ejemplo.
Como vemos, la nuestra es una historia de reconstrucción, lucha y supervivencia. Sigamos siendo dignos de ella.
*La autora de la nota es historiadora.