Los magnicidios existen, básicamente, desde que existe el poder. En nuestro país llegaron a concretarse a través de asesinatos como el de Urquiza, pero hubo muchos más que sólo constituyeron intentos.
En agosto de 1871 un periódico porteño señaló: “Es sabido que Sarmiento es una figura polémica (…) Desde que asumió la presidencia en 1868, viene enfrentando los violentos ataques de los partidarios del ex presidente Bartolomé Mitre. Además, ha tenido que afrontar problemas con distintas provincias. Pero hasta ahora, nadie había intentado atentar directamente contra su vida. Es más, es la primera vez que alguien buscar asesinar abiertamente a un presidente argentino”.
Lamentablemente, no sería la última.
Sarmiento iba camino a la casa de Dalmacio Vélez Sarsfield. El presidente se trasladaba a dicha dirección casi todas las noches, con el fin de visitar a Aurelia Vélez, hija del afamado jurista y pareja del sanjuanino.
Debido al enorme tránsito, su carruaje se detuvo en Corrientes y Maipú, del viejo centro porteño.
Fue entonces cuando tres hombres intentaron asesinarlo mediante el disparo de un trabuco.
El arma se hallaba demasiado cargada y explotó, hiriendo a uno de los atacantes en su brazo.
Pese a la tensión que se vivió y el accionar inmediato del cochero, el primer mandatario se enteró de lo ocurrido recién al llegar a destino: su sordera estaba tan avanzada que no escuchó absolutamente nada.
Los criminales eran dos hermanos italianos de apellido Guerri. Los atacantes confesaron que detrás del plan se encontraba el general Ricardo López Jordán, autor intelectual del asesinato de Justo José de Urquiza y enemigo del sanjuanino.
De acuerdo a la investigación que se llevó adelante, los hombres habían actuado para obtener una recompensa monetaria.
En palabras del historiador Eduardo Parise, “los Guerri portaban dos trabucos de bronce y boca ancha. Además llevaban puñales por si los perdigones fallaban. La investigación determinó que las balas estaban impregnadas con poderosos venenos, igual que la punta de los cuchillos. Las crónicas de la época mencionan sulfato de estricnina, ácido prúsico y bicloruro de mercurio, tres potentes tóxicos”.
Con esta información concluyeron que hubiese bastado sólo un rasguño para asesinar al Padre del Aula.
Las declaraciones de Sarmiento sobre lo ocurrido no tardaron en llegar. Durante la jornada siguiente expresó: “Por suerte no sufrí daño corporal alguno, pero sí en mi espíritu (…) Hirieron la más alta investidura que puede ostentar un ciudadano de la República; se resquebrajó el respeto a la autoridad”.
* Luciana Sabina es historiadora