En uno de sus polémicos discursos no económicos, el presidente Javier Milei calificó como “sommeliers de las formas” o “liberales de copetín” a todos aquellos que centralmente le critican sus estilos, sus modos, la costumbre de inferir constantes insultos en sus diatribas y su menoscabo de las formas... su indiferencia o desapego institucional. Quiso dar a entender que esas personas que lo critican se fijan en cosas sin importancia en vez de ocuparse de los temas de fondo. Que ese es el debate que ya reflejamos en otras notas: el de la forma contra el fondo y cuál de los dos tiene que ser valorado por encima del otro. Cuando en realidad, cómo veremos enseguida, el problema central no es la polémica entre forma y fondo, sino algo bastante más complejo.
Aquellos liberales o simpatizantes del liberalismo a los que les caen bien las políticas económicas de Milei pero que no se atreven a defender demasiado su enrevesada forma de comunicar fuera de ellas y a los que podríamos llamar “mileistas republicanos”, desarrollan todo tipo de justificaciones por las actitudes del presidente y críticas contra “los sommeliers de la formas” por considerar que le dan demasiada importancia a cosas que efectivamente no lo son.
Entre los mileistas republicanos proliferan muchos que criticaron con indignación máxima todo ese desprecio por las formas cuando lo hacía Cristina Kirchner pero ahora dicen que con Milei hay una diferencia esencial: que “Cristina lo hacía para una mala política y Milei lo hace para una buena política”.
O los un poco más moderados afirman que “no me gusta su estilo político pero es lo adjetivo frente a lo sustantivo. No se puede tener todo”.
También pululan los que creen que Milei tiene razón al actuar de ese modo “porque si no hacés así no podés transformar nada”. Y otros les agregan un poco de picardía política: “hay que seguir siendo agresivo porque para mantener el apoyo de los votantes no se puede dejar de atacar a la casta, pero a la vez para transformar la realidad hay que negociar con ella. Hay que moverse en ese equilibrio”.
Finalmente están los que creen que las instituciones no se pueden separar de las personas que las detentan, y como hoy en general son malas personas, el ataque a la casta no se puede escindir del ataque a las instituciones donde están parapetados todos los malos.
Argumentos de este tipo podríamos seguir citando al infinito, pero todos son el mismo con distintos ropajes. Aunque el problema está, como dijimos recién, que con el kirchnerismo estos mileistas republicanos se escandalizaban por el desprecio a las instituciones y a las formas como si se cayera el mundo y ahora los minimizan casi al infinito, siendo muy parecidos los unos y los otros. Por eso dicen exactamente lo mismo que lo que decían los kirchneristas más racionales cuando defendían a Cristina, aunque ideológicamente al revés: “¿Qué querés, que vuelva la derecha?” decían los K. Mientras ahora los mileistas más racionales afirman: “¿Qué querés, que hubiera ganado Massa?”. Es una lógica de razonamiento calcada. Y conste que ni siquiera estamos juzgando, solamente exponiendo. Pero la verdad es que se hace difícil sostener que con el mismo método de razonamiento se pueda cambiar de cultura política aunque los contenidos sean diametralmente opuestos. Hasta uno bien puede imaginar que si Cristina hubiera sido ideológicamente liberal, aún aplicando los mismos métodos institucionales que aplicó, muchos de los que hoy defienden a Milei también la habrían defendido a ella.
Sin embargo, hoy más que nunca es necesario recordar que la gran y hasta heroica pelea de los republicanos racionales durante 20 años contra los kirchneristas, si bien no pudo derrotarlos ni impedirles que deterioran el país a grados extremos, sí les impidió una y otra vez que cambiaran la democracia republicana (la republica de las formas y las instituciones que Alfonsín y el voto popular recuperaron en 1983) por una populista (la unión directa del líder y su pueblo saltando por encima y hasta en contra de las formas y las instituciones). Cristina quería un sistema (y pujó hasta el final por él) donde los tres poderes del Estado (e incluso otros poderes) se fusionen en una solo, y sobre todo que la Corte Suprema respondiera siempre al proyecto político del gobierno de turno, como sostenían no sólo los Kirchner, sino también el inventor de los Kirchner, Eduardo Duhalde, que en eso rescataba la experiencia del menemismo donde el presidente del Ejecutivo y el de la Suprema Corte eran socios en un mismo estudio de abogados privado. Y todos se inspiraban en el primer peronismo donde Perón y el presidente de la Corte compartían un mismo palco permanente en la cancha para ver los partidos de fútbol de su club favorito.
O sea, lo que hicieron los republicanos durante las dos décadas fallidas no fue la mera lucha de almas bellas o sommeliers, sino el único modo que tuvieron los liberales y socialdemócratas para evitar en todo lo posible la consolidación definitiva de un país corporativo, estatista y populista. Que esa fue la política intentada y en alguna medida lograda, que hoy se intenta desmantelar. No nos engañemos, sin las formas republicanas, sin las instituciones (aunque estén infectadas de casta) no es solo una delicadeza de almas puras lo que se juega (una mera desprolijidad sin mayor contenido) sino que se abren las puertas a cualquier cosa. Gracias a esas formas defendidas por una gran parte de la ciudadanía, el kirchnerismo no logró lo central que se había propuesto. Que básicamente consistía en estatizar el campo para subsidiar a las corporaciones industriales ineficientes, cooptar al periodismo para imponer un relato único adoctrinando a la sociedad y apoderarse del control total de la Justicia para reformar la constitución liberal por una populista y así tener impunidad frente a la corrupción. Eso y mucho más.
Pero dejemos de lado el debate un tanto secundario entre forma y fondo. De lo que hoy se trata es de las dos almas de Milei. Es que el presidente anarcoliberal, seamos sinceros, no es un liberal liberal. Adhiere ideológicamente a una de las tendencias más extremas del liberalismo económico, eso es cierto y en ese sentido, aún sectariamente, marcha por el camino actual de la historia porque avanza en el ancho sendero del liberalismo que hoy por hoy es lo único que construye el progreso de los pueblos, en EEUU, en China, en Corea del Sur y en todas partes.
Milei es claramente, entonces, un liberal económico extremo pero en absoluto es un liberal político. Muy poco o nada de republicano existe en su temperamento o en su concepción política fuera de la economía, donde es un populista conservador típico.
El gran historiador Luis Alberto Romero se lo dice elegantemente por haber inaugurado un salón de los próceres absolutamente tirado para una lado de la historia y suprimiendo la otra. Otro gesto calcado del kirchnerismo: “La propuesta de Milei para el “Salón de los Próceres” resolvió mis dudas. No limitado por un conocimiento, siquiera mínimo, de la historia argentina, el presidente pudo actuar con toda libertad. Su lista es maravillosamente arbitraria”.
O sea, seamos francos, el presidente sabrá mucho de economía y quizá de historia económica, pero en el resto de las cuestiones, como las políticas y culturales, parece extremadamente rudimentario. Por eso su interpretación de la historia argentina no es una síntesis o algo intelectualmente fundamentado, sino un mero relato más.
Javier Milei es de signo económico contrario a Cristina Kirchner pero en el populismo ideológico son casi un calco. Los dos dividen el mundo entre amigos y enemigos. Los dos buscan una relación directa líder-pueblo salteándose las instituciones, una con cadenas nacionales y discursos en la plaza, otro a través de las redes (lo reconoció explícitamente el otro día), los dos odian los medios y buscan prensa y periodistas militantes mientras que a los demás los consideran “pro-Clarin” o “ensobrados”. Es cierto que Milei está atacando con justa razón la politización, partidización e ideologización brutal que el kirchnerismo hizo de la cultura, la educación y hasta de la ciencia. Pero en absoluto busca devolverles objetividad sino cambiar de ideología. Se vio en el relato histórico parcial, frívolo y superficial que hizo con el salón de los próceres donde parecía Cristina peleando contra la estatua de Colón o la figura de Roca (excluyó a Sáenz Peña, Yrigoyen, Perón y Alfonsín, nada menos). Pero esta grave falencia se apreció aún más en su discurso ante alumnos de la escuela a donde él fuera de chico. Ni Cristina se animó nunca a decir tantas barbaridades ante menores de edad, porque más allá del lenguaje soez bajó línea política, línea ideológica, hizo militancia en la escuela igual que los cristinistas. Y en esto, en general se quedaron callados casi todos los mileistas republicanos. El adoctrinamiento, y en particular, a los chicos, es mucho más que una cuestión de formas.
Hay un par de consignas que los liberales republicanos no deberían olvidar nunca, en base a la experiencia acumulada durante estas dos décadas: Que el eje central del combate político durante el kirchnerismo fue el de república contra populismo. Y que es contradictorio librar la batalla cultural contra el populismo con más populismo, aunque éste sea de signo liberal.
Pero no seamos tan drásticos con el presidente que recién empieza y está aprendiendo. La realidad es que, con todo lo malo que tenemos, este no es el país previo a 1983 donde el liberal político defendía la democracia pero era sobre todo estatista, mientras que el liberal económico aunque fuera privatista, defendía a los autoritarismos y dictaduras. Hoy, para bien, existe en el país un amplio espectro, quizá no mayoritario pero sí altamente significativo que defiende los dos tipos de liberalismo a la vez. Juntos por el Cambio, aún habiendo fallado como coalición, es un buen ejemplo de ello. Y por allí marcha el manantial donde debe buscar Milei y para eso debería limitar su populismo conservador. Y debería hacer política con la casta, o con una parte de la casta. Ya la hizo en las elecciones, primero aliándose con Massa para ganar las Paso y luego aliándose con Macri para ganar el ballotaje. Mientras que cuando quiso hacer todo solo en la primera vuelta pegando gritos a troche y moche, casi pierde la presidencia. Igual le ocurrió ahora cuando perdió, por su intransigencia, votos que podía haber retenido, hasta variar nuevamente y apostar a los Pactos de Mayo. La historia le está indicando toda una dirección que debería mantener sin ceder a ninguna de sus convicciones.
Si creía que lo primero que había que hacer era el shock económico que no se animó a hacer Macri, la verdad es que ya lo hizo con un programa que incluyó un brutal devaluación. Que solo se puede hacer al principio de una gestión, porque si se ve forzado a hacerla de nuevo, difícilmente va a sobrevivir. Por eso debe aprovechar la que ya hizo, todo lo que pueda y bien. Fue una decisión durísima que empobreció aún más a los argentinos, pero era inevitable y no fue culpa suya sino de lo que le dejó el gobierno anterior. Macri no supo hacerlo y Milei lo hizo en el único momento que se podía. El costo es carísimo, sobre todo para la gente, y ello ni siquiera garantiza el éxito, pero sin ello no habría ninguna salida, ahora hay una esperanza. A Duhalde le resultó, solo que Duhalde puso el huevito pero el pícaro Nestorcito se lo comió. A Milei aún le tiene que resultar, pero hoy por hoy esas medidas dolorosas están entre sus activos. Es su parte liberal, no su parte populista. Como lo son las propuestas anticorporativas en general.
Ahora bien, la transformación estructural debe hacerla por pasos, no por shock porque no tiene las fuerzas suficientes y porque el peronismo, mientras esté influenciado por el kirchnerismo, sólo apostará a su caída. Debe unir detrás suyo a toda la oposición republicana, incluso a la que no le caiga bien, como la socialdemócrata (que también es una vertiente del liberalismo, no del comunismo, ya que ella produjo después de la segunda guerra mundial los mejores 30 años del capitalismo occidental desarrollado, hasta que se agotó) porque si no los junta a todos no llega a los votos, ya que en Diputados puede pasar raspando pero en Senadores necesita a todos incluso los senadores de partidos minoritarios que aprovecharán ley por ley para sacar alguna ventaja o si no se le pondrán siempre en contra. Por supuesto que sería bueno firmar el Pacto de Mayo con la mayor cantidad de gobernadores que pueda, que no serán tantos, pero pueden ser valiosos. Ahora bien, las leyes debe proponerlas sin prisa pero sin pausa para ir cambiando estructuralmente el país a mediano plazo, porque sin ello una vez acabado el efecto de la devaluación y del brutal ajuste, se volverá al lugar de donde partimos. Así de enfermos estamos.
Es una pelea de todos los días, sin parar ni una solo, por ajustar la economía al tiempo que se va cambiando el país, mejor dicho se lo va haciendo virar hacia una dirección liberal integral de la cual hoy sus principales enemigos son las corporaciones afectadas (por eso hay que dividirlas entre sí para que no se unan todas contra el gobierno , para lo cual se necesita hacer política) y el peronismo kirchnerizado que en la interna peronista sigue siendo mayoría ante la carencia de líderes de otra orientación.
El combate frontal ya se está dando en el terreno económico y no ha terminado ni mucho menos, incluso en estos meses puede ser aún peor. Pero el combate por el cambio estructural, que es también económico pero no solo económico (por eso es un error hacer un Pacto de Mayo solamente económico), debe darse todo lo que se pueda pero de acuerdo a las correlaciones de fuerzas del momento, aunque eso lo obligue al gradualismo que tanto deplora el libertario. Es posible que si se logra el fin del déficit y de la inflación, y se avanza aunque sea lo poco que se pueda en lo estructural, a fines del año que viene Milei alcance las mayorías legislativas necesarias para acelerar a fondo en las cuestiones de “fondo”. Pero si se pelea con la oposición republicana, con el mero acompañamiento del pueblo llano que odia a la política no le alcanzará para hacer nada, ni siquiera un plebiscito. Con la simple bronca se pueden ganar elecciones pero no gobernar, casi diríamos que es al contrario; se trata de calmar la bronca, no de aumentarla, sin dejar por ello de atacar con todo a la corrupción pero con hechos, no con palabras. Y si intenta alguna salida populista no republicana, allí la espada de Damocles del juicio político lo rondará. No tiene mucho margen en lo inmediato, pero también tiene la oportunidad de crear un nuevo país. Parece ir por el sendero adecuado en lo general, pero mucho menos en lo particular. Milei también, como todos nosotros, necesita interpretar bien esta nueva realidad de la cual él mismo surgió, así como supo hacerse interpretar por los votantes. No es lo mismo hacer que decir. En las elecciones se dice, en el gobierno se hace. Y ha llegado esa hora si no quiere que le desaprueben todo lo que vaya presentando.
Néstor Kirchner dilapidó su posibilidad porque en vez de hacer un gran país abierto al mundo para el que le sobraban recursos, decidió hacer un país encerrado al mundo (como dice ayer en una nota en este diario Roberto Azaretto: “cuando asumió Kirchner, Argentina producía la misma cantidad de soja y maíz que Brasil y hoy Brasil produce tres veces y medio más de ambos productos”).
Milei debería aprender del santacruceño para no dilapidar él también su probable oportunidad si volvemos otra vez a crecer. Hay que marchar con la historia, pero también hacer la historia. No alcanza con ubicarse en el camino justo y atacar a los que van por el camino equivocado. Hay además que construir el nuevo país como hizo su admirada generación alberdiana que hasta a los federalistas ex rosistas incluyó en la patriada liberal.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar