Alberto Fernández, por lo menos, no habló de “pueblos excluidos” como hicieron el presidente mexicano, el de Bolivia y otros líderes de esa vereda. El argentino cuestionó las ausencias de los presidentes de Cuba y Venezuela y las sanciones económicas que pesan sobre esos regímenes.
Se puede estar de acuerdo o no, pero el efecto negativo que las sanciones tienen sobre las sociedades de esos países sometidos a regímenes autoritarios y represivos justifica, al menos, discutirlos como instrumentos de presión sobre las dictaduras.
A esta altura de la historia latinoamericana es claro que al agravamiento de la pobreza que producen las sanciones la padecen los pueblos y no los regímenes de los que esos pueblos son víctimas. La realidad muestra que esos regímenes se fortalecieron bajo el sistema de sanciones.
También se puede cuestionar la embestida contra Luis Almagro, pero hay un costado controversial del titular de la OEA que justifica debatirlo. Y tiene lógica cuestionar la designación del titular del BID que hizo Donald Trump de manera inconsulta y dejando de lado una tradición que siempre se había respetado.
Se puede estar de acuerdo o no, pero no es descabellado introducir esas cuestiones en el debate.
Lo cuestionable en el discurso de Alberto Fernández respecto a las dictaduras cuya presencia en la Cumbre reclamó, y a la que no mencionó, la del dictador nicaragüense Daniel Ortega, es que ni siquiera convocó a pensar y debatir la forma de ayudar a que esas castigadas sociedades no sigan sometidas a la represión, la censura, la persecución política y las calamidades de todo tipo que padecen a manos de déspotas ineptos y brutales.
Más cuestionable aún fue la postura de Andrés Manuel López Obrador. Una cosa es reclamar un foro en el que participen todos los poderes que imperan sobre Estados y territorios en el continente, y otra muy distinta es hablar de “pueblos excluidos”, como hizo el presidente mexicano.
Desafíos gravísimos como las olas migratorias, el calentamiento global y la era de pandemias que ya comenzó, exigen un abordaje con posibilidad cierta de acciones efectivas. Y no puede haber un abordaje eficaz y un accionar efectivo si no actúan la totalidad de los liderazgos imperantes.
¿Cómo abordar algo tan urgente y dramático como las olas migratorias, si no están presentes los regímenes que, por sus persecuciones y negligencias económicas, producen esos desplazamientos masivos?
Si las Cumbres de las Américas quieren ser útiles y lograr las acciones eficaces que requieren las amenazas que afrontan las poblaciones del continente, deben incluir también a los regímenes autoritarios que Joe Biden no invitó al encuentro.
Excluirlos de estas deliberaciones debilita la capacidad de actuar a nivel continental contra los cruciales desafíos que afrontan las sociedades. Pero decir que los excluidos son los “pueblos” sobre los que imperan esos regímenes autoritarios, es una falacia que los reivindica como legítimos representantes de las sociedades a las que mantienen sometidas.
Se excluye a esos pueblos cuando se guarda silencio cómplice frente a las farsas electorales y la represión con que se los priva de derechos y libertades.
Por cierto, las democracias deberían tener un foro de cooperación para el desarrollo económico y social. La Unión Europea es un ejemplo alentador de desarrollo económico mancomunado que se reserva el derecho de admisión. Para entrar al Mercado Común Europeo y a sus posteriores versiones, la Comunidad Económica Europea y ahora la UE, el requisito inexorable es el Estado de Derecho de la democracia liberal. La Portugal salazarista y la España franquista recién pudieron ingresar cuando se convirtieron en democracias.
Sería un gran paso que se conforme un espacio para la cooperación apuntada al desarrollo económico y social de las democracias, entre el norte desarrollado, el centro y el sur subdesarrollado de Latinoamérica. Quizá la Cumbre de las Américas podría cumplir ese rol, justificándose entonces que deje afuera a los regímenes autoritarios. Pero en ese caso habría que crear otro espacio de debate continental para abordar acechanzas a las que sólo se puede enfrentar con chances de éxito si están todos los poderes que imperan en el continente.
Plantear ese debate es necesario. Desde esta perspectiva, lo que hacen López Obrador, Arce y Fernández es un aporte. Pero ese aporte muestra su opacidad o su oscura intención cuando hablan de “países” excluidos y de “pueblos excluidos”.
Debieron reclamar que se invite a todos, incluidos los regímenes perdularios y dictatoriales que someten a sus pueblos. Llamar dictaduras a las dictaduras. En lugar de eso hablan como si el poder que tienen Maduro, Ortega y los líderes castristas de Cuba fuese legítimo y garantizara los derechos y libertades que avasallan.