El amplio salón de la Universidad Nacional de Santiago del Estero con los cincos candidatos presidenciales ubicados cada uno en su tarima no podía, en esos precisos momentos, sino hacernos recordar a un enorme barco donde los aspirantes al sillón de Rivadavia se postulaban para manejar su timón en pleno naufragio, como es hoy la Argentina. Ningún argentino que escuchara el debate podía sustraerse al affaire del yate “Bandido” donde un personaje farandulesco de la política oficial terminó de hacer derrumbar los alicaídos cimientos que ya no resisten hacer flotar al país en las aguas pestilentes de una corrupción sistemática y estructural que todo lo rodea. Y a la que temerosamente, con escasas alusiones, los aspirantes a capitán del navío a la deriva trataban de desviar la disputa a temas más intrascendentes que ese desfalco a que han sometido al país y del correspondiente estrago de una población pauperizada a lo que tampoco nadie se refirió demasiado. Estaban muy ocupados en medirse entre sí mismos a fin de ver quién se quedaba con el preciado trofeo presidencial, para observar que el país no navegaba en ese barco ni en el yate de Insaurralde, sino que la inmensa cantidad de sus ciudadanos apenas naufragaba en balsas de goma a la espera de una salvación que por ahora no parece provenir de ninguna parte pese a la proliferación de aspirantes a capitanes. Sólo Myriam Bregman y Patricia Bullrich apenas aludieron a los crueles eventos pero no profundizaron en lo esencial. ¿Y qué es lo esencial?
Que la corrupción que estamos viviendo no es la de inicios sino la de fin de una época. La de la decadencia de un imperio de 20 años, un régimen cuasi monárquico que fue el producto del que se vayan todos de 2001/2. De una sociedad en anarquía que pedía orden en medio de la catástrofe. Y Néstor Kirchner le ofreció la restauración de ese orden pero a un precio carísimo. No sólo ordenó la política sino también la corrupción, ya que la centralizó, como nunca antes, en su único y exclusivo mando. Fue la corrupción mas verticalista e intensa de toda la era democrática, cubierta de bolsos y valijas repletas de dólares que desfilaban libres por los principales despachos oficiales enriqueciendo hasta a sus portadores como los secretarios privados que se compraban media Miami o a sus ejecutores como los secretarios de obras que trasladaban los bolsos monetarios a los monasterios poniéndolos a cuidado de las monjitas. Fueron precisamente los bolsos de López el símbolo de que la era centralista llegaba a su fin con la desaparición física de su creador y lo que venia era otra forma de acumulación. La que estalló la semana pasada con el affaire del jefe de gabinete, su yate, su desinhibida dama, sus langostas y su champán. La pornografía al desnudo.
Porque esto ya no es un sistema, es un grupo de tribus cada una presintiendo el fin de una era, quedándose con todo lo que puedan, desde las tarjetas de Chocolate Rigaud hasta las comisiones del juego, del narco o de cualquier tipo de criminalidad rentable. El retorno a la coima lisa y llana de todos contra todos al haber sucumbido la verticalidad del jefe que al menos le dio un cierto orden jerárquico a la corrupción. Ahora el delito se exuda por todos los poros de los pisos del barco que se hunde, que apenas flota inundado por la podredumbre que domina el mar de la política. Esa que tanto indigna a los ciudadanos de a pie, que los desespera y que tantas veces quisieran que todo volara por los aires. Quizá olvidando que en el naufragio caeremos todos.
Pero en fin, en ese clima de decadencia imperial, frente al cual se presentan variadas opciones, algunas más laicas y otras más religiosas, algunas más reaccionarias y otras más revolucionarias (sin que se sepa hoy en día qué quieren decir ambas cosas), e incluso algunas que pretenden heredarse a sí mismas, el domingo pasado (hoy lo harán de nuevo) los aspirantes a capitanes de barco debatieron mientras se les acercaba el agua al cuello. Un agua de olores nauseabundos en que nos hicieron navegar 20 años sin solución de continuidad.
Veamos algunos hechos significativos del debate para ver si es posible encontrar alguien que sea capaz de manejar el timón en estas correntadas turbulentas donde los tiburones no sólo nadan acechantes en las aguas pestilentes, sino que también están infiltrados en esas tarimas de las buenas intenciones. Siendo muy difícil definir quiénes son los tiburones y quiénes son sus pescadores. Por eso analicémoslos en acción.
El candidato oficial, Sergio Massa, y el candidato anticasta, Javier Milei tenían un solo y grande objetivo compartido: el de debatir entre ellos dos como si el resto no existiera. Repartiéndose críticas medianamente amables porque hoy por hoy son los principales aliados electorales, objetivamente hablando (lo subjetivo dejémoslo de lado). Massa porque necesita entrar al balotaje excluyendo a Bullrich ubicándola en un tercer puesto y Milei, con hoy menos posibilidades que hace unas semanas atrás de ganar en primera vuelta, quiere competir con Massa porque el oficialista que se vende como que no lo es, tiene el techo más bajo y parece menos competitivo que la candidata de JxC.
Fue bastante desopilante ver como con su peculiar picardía y cara de piedra Massa le sugería a Milei que se arrepintiera por haber ofendido al Papa. Si la demanda se la hubiera hecho Bullrich, el libertario seguramente se habría indignado frente a la montonera que osa criticarlo, pero viniendo de Massa, quien tanto lo ayudara para las PASO, le contestó que sí, que se arrepentía, porque lo que dijo lo dijo años atrás y ya no pensaba lo mismo del Santo Padre, ya no creía que fuera la encarnación del maligno en la tierra. Sin embargo, el arrepentido mintió y cómo, porque fue apenas hace unos pocos días cuando en una entrevista a un periodista trumpista, Milei afirmó que el Papa era cómplice de dictaduras asesinas. O sea que siempre, incluso ahora, pensó lo mismo, pero en tiempos electorales no conviene perder votos católicos. La Rosada bien vale una misa.
Massa, por su lado, se encargó de afirmar de todas las maneras indirectas (y no tanto) que este gobierno no es su gobierno, que es de otros aunque hoy lo ejerza él solo. Pero lo finge tan bien que cuesta no creerle. Y eso que está fuera de toda duda, según los datos objetivos y no opinables de la economía que desde que el hombre asumió estamos frente a la peor gestión de economía del peor gobierno de toda la democracia. Pero él jura y rejura que nadie mejor que él para cambiar este cuadro de situación (que él en medida inmensa gestó), si en vez de ministro de economía lo nombran presidente. Algo que, por otra parte, de facto ya lo es porque tanto el presidente formal como la vicepresidenta virtual han claudicado de sus funciones de mando dejándole la conducción del Titanic tan sólo a él. Por su parte, Massa ya encontró una excusa eterna para considerarse un inimputable infinito: todo lo que le pasó hasta ahora, y todo lo que le pasará de ser presidente, fue, es y será culpa del endeudamiento de Macri con el FMI. Lo notable no es tanto el tenor de la mentira por parte del representante actual de una gestión que gobernó 17 de los últimos 21 años, sino la habilidad del ministro para venderse como un producto factible. Algo que no puede sino ser admirado pese a que su portavoz parezca más un tiburón que un cazador de tiburones. Por más que ceda como chivo expiatorio de la corrupción colectiva a Martín Insaurralde, tratando de representar la indignación de los justos. Un hombre que quiere que lo voten por defender (bastante bien) lo imposible y horrible que en gran medida él mismo provocó. Logró además, que en medio del Insaurraldegate, nadie se preguntara sobre el mismo, algo difícil de entender.
Aunque no fue la mejor expositora, la mejor pregunta se la hizo Patricia Bullrich a Javier Milei indagándolo acerca de sus relaciones non sanctas con el sindicalista Barrionuevo. Pero lo original no fue la pregunta, bastante esperable por cierto, sino la respuesta del libertario que dijo: Mirá, Bullrich, Barrionuevo es casta pero vós sós más casta que él. Sorpresiva respuesta que el candidato explicó con una candidez que hasta parece sincera: Barrionuevo es menos casta que vós porque acepta las ideas de la libertad que yo predico. En otros palabras: quien definirá de aquí en más quien es casta y quien no lo es, sería exclusivamente Milei. Y su criterio será simple: quien está conmigo aunque venga de la casta, será liberado de pecado y quien no recibirá la condena eterna. O al menos hasta que no se de vuelta y venga conmigo. Así de simple. Porque esas son las consecuencias del que se vayan todos, uno de los gritos más desesperados de la historia nacional pero también más falaz y que siempre produce los efectos contrarios a los que sugiere producir: nunca se van todos, porque si se los echa a todos se quedan los peores a los que no les importa nada. Por eso Barrionuevo es mejor que Bullrich, porque no le importa nada. Además, no existe en política nadie fuera de la casta, porque al día siguiente de gobernar o postularte como tal, ya formás parte de la misma. Y sus defectos vienen como una correntada a tentarte. Y no ser hasta ese entonces parte de la casta no te da ni un milímetro de inmunidad. La política, desde que el hombre es hombre, se define en buena o mala. Igual los políticos. Querer igualarlos a todos en la maldad, es imponer en la conducción a los peores. Eso exactamente nos pasó luego del 2001/2. Los gritos desesperados y las igualaciones injustas sacian la bronca pero no la sed de justicia.
Patricia, que está peleando con todo para romper la hermandad Milei-Massa y así poder entrar en el balotaje, todavía no consigue recuperarse del golpe tremendo e inesperado que sufrió en las PASO. Sabía desde siempre que la pelea tan dura con Larreta también la perjudicaba a ella, pero no había otra forma de ganarle. Era ella sola (y la mitad de Macri, porque el Mauri siempre jugó y sigue jugando a dos puntas) contra toda la “casta” de JxC, contra toda la estructura, salvo las huestes de Cornejo y pocos más. Pero fue precisamente eso lo que la hizo ganarle al jefe de la Capital. Que la vieron como la anticasta de JxC. Como una salvadora individual. Por eso, apenas cosechó el triunfo creyó que a partir de allí la presidencia sería un mero trámite formal, pero cuando se dio vuelta descubrió horrorizada que Milei le había ganado a la sumatoria de JxC, estando más solo incluso que ella. Y desde entonces, sin que Patricia pudiera pronunciar una palabra, sin que dejara en nada de ser lo que siempre había sido, las posiciones de cada uno se corrieron. Milei pasó a ocupar el papel de Patricia y Patricia el de Larreta. Y ahora es Bullrich la que debe apoyarse en toda la estructura, en toda la “casta” de JxC, para demostrar que tiene las condiciones de gobernabilidad de las que carece el libertario. Pero hoy, en este clima antipolítico generalizado, que se junten dos o más políticos o dos intelectuales, o dos periodistas, o dos economistas entre sí, huelen a sospechas de contubernio, de casta. Salvo que los convoque Milei que allí sí quizá puedan ser perdonados de sus anteriores pecados. Pero aún así el hombre es cauto y sigue sin juntarse con nadie. Sigue mostrándose como él solo contra todos. Y sus seguidores, que son una Armada Brancaleone, parecen no contar. Patricia tiene apenas un par de semanas para revertir una lógica que ella misma construyó para ganarle en las PASO a Larreta. Y para eso tiene que convencer a una sociedad muy amargada más propensa a la solución milagrosa que a cualquier tipo de salida racional, que no es un ser providencial el que salvará al país, sino quien mejor preparado esté para gobernar, además de estar desligado en todo lo posible, de la terrible corrupción estructural. Pero eso no podrá lograrlo mostrándose sólo como la jefa de un gran equipo, sino también apelando a su personalidad individual como lo supo hacer en las internas. Y sugiriéndole a Mauricio Macri, como ya parece haberlo hecho, que se vaya a jugar al bridge hasta la veda electoral.
En fin, hoy veremos el último round del debate entre los aspirantes a capitanes del barco, para que sigamos buscando a quien nos puede salvar del naufragio, no ese que se aproxima sino ese que ya estamos viviendo. Sólo que nosotros naufragamos en balsas mientras que otros lo hacen en “Bandido”, ese lujoso yate cuyo nombre hace honor a sus tripulantes. Y a, por cierto, muchísimos más que hoy se hacen los zonzos y miran para otro lado.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar