Nuestro planeta está experimentando gravísimas tragedias. Estas no son producto espontáneo e inesperado. Las tragedias que vivimos son hijas de la decadencia. En solo dos décadas los humanos hemos tenido que padecer una severa Pandemia y una Guerra en el corazón mismo de Europa; aún desconocemos hasta que punto llegará.
El mundo parece un adicto al peligro y al suicidio colectivo. La pandemia originada con infinita irresponsabilidad en un laboratorio de la ciudad de Wuhan en China compite en ferocidad y peligro inminente con una guerra absurda de Rusia contra Ucrania que amenaza con extenderse a terceros países colocándonos al borde del precipicio que en realidad tiene un nombre que causa escalofríos: guerra nuclear. Esta guerra iniciada con la salvaje invasión de Rusia contra Ucrania, impulsada por quien ha sido comparado con Stalin y con Hitler en cuanto a los efectos terribles y sanguinarios que han producido, tiene nombre y apellido: Vladimir Putin. No se trata de un enfrentamiento de ideologías opuestas sino simple irracionalidad y crueldad humana. El ser humano nada aprendió de la Gripe Española de 1919 y de la Segunda Guerra Mundial. Esos eventos mataron a cientos de miles de personas superando los cien millones de almas entre ambos. Niños, mujeres, adultos mayores y enfermos murieron a la par de los miembros de las Fuerzas Armadas de diferentes países. En general todas las desgracias que estamos enfrentando se originan en la ineptitud y muchas veces en la corrupción de la clase dirigente; las escasas excepciones que existen sólo confirman la regla. Esto último alcanza mucho más allá que a los dirigentes políticos entendiendo por tales los sindicalistas, el periodismo complaciente, los líderes religiosos de múltiples creencias, e incluso los ateos confesos y la alta oficialidad de buena parte de las Fuerzas Armadas.
La podredumbre se generaliza y es indispensable retornar a las fuentes, al ejemplo de cuatro o cinco generaciones atrás que aprendieron a luchar por un mundo mejor con herramientas nobles donde la decencia y el honor eran condición sine qua non. Como se dijo, hay felizmente excepciones; en nuestro caso la decencia y transparencia del presidente Arturo Illia y la pobreza extrema con la que dejó el cargo el vicepresidente de la Nación Elpidio González, son sólo dos ejemplos de varios más. Pareciera que la Humanidad ha elegido el modelo de Sodoma y Gomorra y las costumbres, los valores morales y las creencias de la sociedad han variado de manera dramática en los últimos 30 años. En nombre de libertad y los derechos humanos, se naturaliza lo peor y lo menos que hacemos es sentir indiferencia. Nos enfurecemos con la conducta de dirigentes ineptos o corruptos pero luego poco y nada nos interesa el acontecer nacional.
“Yo de política no entiendo nada” suele ser una de las frases más reiteradas que junto a “La política no me interesa”, constituyen el asfalto perfecto del camino de la decadencia que siempre finaliza de una sola manera: la tragedia y el espanto. Estoy convencido que aún estamos a tiempo, pero el tiempo no es eterno. Debemos involucrarnos más aunque mas no sea expresando libremente los valores en los que creemos y votamos. Los que tenemos hijos, nietos, hermanos menores, o padres adultos mayores sabemos que es suicida abandonar los controles de la cabina del piloto del avión a su suerte, pues la tragedia será inevitable y terrible. En los últimas décadas hemos perdido totalmente el derecho a ser indiferentes mientras oportunistas, corruptos, desalmados e incluso delincuentes se hacen cargo de los destinos de la Nación, ya que es así cuando aparecen este tipo de gobernantes que toman como modelos a seguir a dictadores asesinos como Stalin, Mussolini, Hitler, Kim Jong-un (Corea del Norte) y Pol Pot (Kmer Rouge) entre otras lacras humanas gobernantes. Hay una sola salida de la decadencia para evitar la tragedia: involucrarnos mucho más y abandonar la indiferencia suicida que nos embarga.
*Jorge Lidio Viñuela - Diplomático de carrera