El presidente Milei ha rescatado la deflación citando el libro de Philipp Bagus, economista alemán profesor en la Universidad Rey Juan Carlos. Es una posición disruptiva ya que el consenso básico en economía es que tanto la inflación como la deflación son dos males, pero aún es peor la deflación. La inflación distorsiona los precios relativos y erosiona ingresos de los sectores como los asalariados que tienen ingresos fijos. La deflación destruye la estructura productiva y el tejido social, pero es cierto que hay procesos de baja de precios diferentes. Hay una tercera variante de la que los argentinos sufrimos durante varios períodos: la estanflación, inflación con estancamiento o recesión como soporta la economía argentina desde 2011 y en el ciclo 1948 a 1963, además del de 1974 a 1991, periodo en el que también afectó al mundo desarrollado con la crisis del petróleo.
La deflación provoca una baja generalizada de los precios de la economía, algo aparentemente positivo pero que trae efectos perjudiciales, ya que suele generar un círculo vicioso provocando la reducción del gasto y de la inversión. La deflación puede provocar postergación de comprar y nuevas bajas de precios ante la falta de ventas, llevando a las suspensiones y despidos de personal. La deflación afecta a las deudas, provocando dificultades a empresas y familias para cumplir sus obligaciones crediticias.
Deflaciones hubo varias en el siglo XIX. La más famosa es la de 1873, ya en el apogeo de la revolución industrial. En septiembre de 1873 Jay Cooke & Company, institución financiera importante no pudo lograr la suscripción de bonos para varios millones de dólares del Ferrocarril Northern Pacific Railway. Cooke y otros bancos de inversión estaban colocando fondos en la expansión ferroviaria pero la política monetaria restrictiva del gobierno del presidente Ulises Grant los afectó cuando, estaban necesitando captar más fondos para afrontar sus obligaciones y colocar en las demandantes empresas de ferrocarriles.
Esta crisis se prolongó por varios años, siendo su salida la segunda revolución industrial que inicia el desplazamiento del carbón por el petróleo. Una de sus consecuencias más importantes es la suplantación del Reino Unido por los Estados Unidos como primera potencia industrial.
En nuestro país se sufrieron las consecuencias con menores exportaciones de lana, principal producto exportable en esos años, y menor acceso a los mercados de crédito internacional.
Todavía perdura el recuerdo de la gran depresión que sigue a la crisis de la bolsa de Nueva York en 1929. Las políticas restrictivas adoptadas por el gobierno de Hoover como el incremento del proteccionismo agravaron la situación que derivó en la quiebra de once mil bancos, generando un pánico mayor. En Inglaterra se intentó retornar al valor de la libra esterlina en relación al oro de 1914, provocando problemas de competitividad que solo podían superarse con bajas salariales que la población británica no estuvo dispuesta a soportar.
Nuestro país sufrió una caída del valor de las exportaciones del 50% y de la recaudación fiscal. Las medidas adoptadas hasta la llegada al ministerio de Hacienda de Federico Pinedo en agosto de 1933 fueron en ese contexto más restrictiva del gasto como baja de sueldos de los empleados públicos. Pinedo sostenía que “no tener déficit es imprescindible pero no gastar no genera crecimiento”. Por eso promovió grandes reformas, entre ellas la creación del Banco Central, medidas de defensa de la producción, obras públicas, reformas fiscales, bajas de las tasas de interés y refinanciación de pasivos que provocaron el inicio de un ciclo de crecimiento que se prolongó durante 15 años hasta 1948.
Un caso más reciente de economía estancada por la deflación es la del Japón, la segunda del mundo hasta 1992 cuando políticas erróneas llevaron a la deflación por la baja del consumo y a dificultad de reemplazarlo por mayores exportaciones. Durante 30 años ese país ha soportado la deflación, agravada por una población envejecida que no crece.
Por supuesto que hay bajas de precios virtuosas, producto de incrementos de la productividad, de la competencia, la innovación, los cambios tecnológicos. Este cuadro lo podemos ver en las últimas dos décadas del siglo XIX en los Estados Unidos después de superarse la crisis de 1873. También los vemos en esos años en el precio de los alimentos que bajaron para los consumidores europeos al entrar sin restricciones los envíos de cereales y carnes desde los Estados Unidos y la Argentina.
La venta de masiva de productos que anteriormente eran adquiridos por una minoría como artículos para el hogar, automóviles, y más recientemente celulares, computadoras, son también las consecuencias de mejoras en la economía y no tienen nada que ver con el concepto tradicional de deflación y los argumentos que tienden a denigrar el valor de instituciones como la Reserva Federal y los Bancos Centrales. Por el contrario, estas instituciones evitaron males como los de 1929 que estuvieron a punto de terminar con el capitalismo y dieron pretextos para el surgimiento de los totalitarismos europeos.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia y miembro del Instituto Argentino de Historia Militar.