Más allá de la grandeza de Abraham Lincoln, asociada esencialmente a la derogación de la esclavitud luego de la Guerra de Secesión, éste ha pasado a la historia política de Occidente, por su definición de la Democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, en su discurso del 19 de noviembre de 1863 en Gettysburg. La definición fue una conquista de la igualdad electoral, sin discriminación de ningún tipo, lucha que seguirían Susan Anthony, Elizabeth Staton y Lucrecia Mott, para lograr el voto femenino, y luego en el siglo XX Martin Luther King y el Movimiento por los Derechos Civiles en pos de la igualdad de los hombres de color.
Lucha que en nuestro país y por el sufragio encarnaron Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo, Alfonsina Storni, Eva Perón, entre otras, hasta que el 9 de septiembre de 1947, la Cámara de Diputados de la Nación convirtió en Ley el voto femenino.
Tras la tragedia de los golpes de Estado del pasado siglo y a partir de 1983, nadie pone en duda que los argentinos vivimos afortunadamente el proceso de estabilidad democrática, al menos formal, que nunca debió perderse.
Pero no escapa que hoy la sociabilidad democrática argentina está en crisis. Miles de ciudadanos evidencian el desencanto con sus dirigentes políticos y sociales.
Salen a las calles exhibiendo el malestar y la frustración que genera la grosera falta de idoneidad que parece haberse adueñado de la dirigencia.
Preocupa que ausencia tan gravosa no sea advertida por los líderes políticos, gremiales o sociales, ceguera debida precisamente a la falta de capacitación de esos dirigentes, lo que coloca a la institucionalidad en una encrucijada peligrosa ante el socavamiento de la confianza de la sociedad respecto a su dirigencia que en gran parte evidencia una ineptitud en apariencia insoluble, cuando no además corrupta. La situación, que mantiene postrado al país, debiera conducirnos a reflexionar en torno a las posibilidades que a las democracias modernas ofrecen la idoneidad funcional y moral, en proporción directa a los desafíos que deben enfrentarse en el complejo mundo contemporáneo y globalizado. La incapacidad y los fanatismos en cualquiera de sus versiones, religioso, político, de los grupos sociales, de las feministas radicales, de algunos ambientalistas, del populismo político y mediático, atenta contra la realización del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Los estudios clásicos sobre la democracia, adoptan un enfoque meramente empírico, descuidando un análisis conceptual sustantivo y la indisoluble unión que ésta presupone con laidoneidad de la dirigencia.
Nuevos enfoques destacan la importancia de sumar al estudio de las libertades, regímenes electorales y de partidos, una investigación histórica y filosófica que explore el contenido, la evolución y los límites de la democracia a veces seriamente afectados por la incompetencia de una dirigencia que, en muchos casos lee y escribe con dificultad, tal el caso del gobernador bonaerense con sus “haiga”, “pudió, “docenta”, “provincia de Antártida” y tantas otras sandeces que dan fe pública de lo señalado.
Esta garantía de idoneidad, consagrada en la Constitución, extraída del proyecto de Alberdi es luego plasmada en el artículo 16 que establece: “…todos los habitantes de la Nación son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”. Supone que ocupar un cargo o electivo o como funcionario requiere adecuarse a la exigencia de la idoneidad como presupuesto sustancial, y esta exigencia interpela un mandato ético consustancial. Democracia e idoneidad son principios que se retroalimentan, relación señalada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación al sostener: “La aptitud técnica, física y en particular la moral configuran exigencias de carácter genérico”.
Decía Joseph de Maistre que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Claro resulta entonces que si los gobernantes hacen prácticamente todo mal, tal como ocurre a diario en esta Argentina degradada, es porque existe una notoria ausencia de idoneidad no advertida por la sociedad al momento de sufragar.
El respeto debido a quienes participaron en la gestación de la Nación, de su Constitución y de sus leyes más progresistas, nos obligan atrascender el escándalo trivial, la ignorancia, los enfrentamientos de coyuntura y el desconocimiento de los modelos de gestión exitosos, devenidos de la formación personal, ya que la experiencia indica que con el ejercicio de la falta de idoneidad en la conducción del Estado, tal como acontece a la fecha, la primera víctima es siempre el pueblo de la República.
Hoy la Nación está sumida en una pobreza ignominiosa, con una ausencia de seguridad que aterra; un sistemas de salud precario y pobrísimo; una educación que avergüenza; una economía en caída libre, con un déficit fiscal que se incrementa sin límites, generando una de las inflaciones más altas del mundo; sin ningún plan económico; con un sistema tributario arcaico, confiscatorio e ineficaz; con una política exterior errante y sin rumbo cierto, en manos de improvisados; un sistema asistencial prebendario y demagógico que ha transformado a la Argentina en una “República Planera”, donde todos se pelean por las millonarias cajas de “planes” que, nacidos en 2001 amenazan con quedarse eternamente, envileciendo tanto al que lo da, como al que lo recibe, al abrogar la cultura del trabajo. Todo con más los conflictos internos de los partidos, que subyacen desde hace décadas ante la falta de compromiso con el interés general y enmascaran sólo ambiciones personales.
Si pretendemos mejorar la calidad de nuestra democracia necesitaremos contar con gobernantes y funcionarios idóneos, formados para afianzarla en base al sabio consejo de Sarmiento, “hay que educar al soberano”, el que hoy, más que nunca constituye un imperativo insoslayable si la idea en realidad sea 0la de un “gobierno para el pueblo”.-