Lo imprescindible es el déficit cero y la desregulación con apertura económica. La dolarización “o alguna forma de ella” podrían ser complementarias. La ortodoxia es tan costosa como indispensable. La próxima administración deberá intentar la eliminación de “este peso”, convergencia rápida a déficit cero y desregulación y apertura de la economía. De implementar déficit cero con apertura y desregulación complementada con alguna forma de estabilización inflacionaria, el rally de bonos y acciones argentinas sería histórico porque se permitiría intentar un proceso de crecimiento sostenido (algo que no podemos hacer desde hace mucho).
En esta coyuntura que enfrentamos, para una próxima gestión que no tendrá chance inicial de endeudarse, una dolarización sin déficit cero sería matemáticamente imposible. La dolarización, en sentido amplio (convertibilidad incluida), exigiría disciplina fiscal inmediata. Lo significativo es un cambio de modelo con ancla fiscal. La dolarización permitiría una rápida estabilización inflacionaria, pero no es libre de costos futuros. Nos ahorraría tiempo al momento de contener la inflación. Obviamente, no resuelve un déficit fiscal cercano a 7 puntos del PBI. Recordemos que en 2001 se emitían cuasi monedas, financiándose por fuera de la convertibilidad. De tener reservas netas aproximadamente por u$s2.000 millones, si dividimos esto por la base monetaria el ratio resultante supera los $2.000 por dólar. Sería útil primero conocer el precio al cual se implementaría la misma, o sea, el tipo de cambio que surgiría de convertir toda la masa de pesos actuales por los pocos dólares que nos van quedando. Argentina en 2024 arranca con precios de default.
Esta vez, vamos a tener que hacer las cosas bien por mucho tiempo para que el ingreso de dólares sea significativo y sistemático. Pareciera entonces que la próxima gestión encontraría una situación donde tendría muchos pesos y pocos dólares planteándose a qué tipo de cambio dolarizaríamos. Y así poder calcular lo que le darían a los depositantes a cambio de sus plazos fijos en pesos y en cuánto resultarían los salarios dolarizados en lo que sería el momento cero (sin pensarla necesariamente en sentido estricto, tal como fue la convertibilidad de los 90).
El cepo oculta el deterioro moneda y de nuestra economía en sí. La ortodoxia implicará el sinceramiento de importantes costos iniciales y ahí deriva el desafío. La dolarización vendría a sincerar una destrucción de riqueza que ya ocurrió a lo largo de décadas. Los bajos precios iniciales que eventualmente surgieran en términos de salarios, por ejemplo, debieran ir mutando dinámicamente con mejoras, en tanto y en cuanto la dolarización tenga como principal eje el déficit cero, sin excepciones de ningún tipo. En el spot (momento cero) se tendría el acto de sinceramiento más contundente en décadas, pero a lo largo del tiempo, de mantener déficit cero y apertura económica, los dólares deberían ingresar sumado a aumentos de productividad que generarían recomposición de precios medidos en dólares, incluido salarios. Y así poder ir convergiendo a precios internacionales.
Con una inercia inflacionaria tan grande, para desinflacionar, no hay espacios para el gradualismo. Cabe señalar que Israel en su programa antiinflacionario optó por un shock heterodoxo opuesto a la dolarización. La señal fiscal es la madre de todas las batallas. Dolarizar sin dólares es todo un desafío.
*El autor es profesor de la Universidad del CEMA