En los Estados Unidos el presidente puede ser reelecto una sola vez, en forma consecutiva o no, pero luego no puede serlo nunca más en su vida. En México es aún más restrictivo: la presidencia se puede ejercer una sola vez en toda la existencia. De ese modo, si los presidentes salen más o menos bien parados de sus responsabilidades, de allí en más sólo les queda, políticamente hablando, ser consejeros de sus continuadores o incluso de todo el país. O aún más. Por eso allí andan ex presidentes exitosos como Bill Clinton o Barack Obama dando conferencias por el mundo, trasmitiendo su excepcional experiencia, en vez de seguir jodiéndoles la vida a sus herederos, como ocurre por aquí. Parece que en esta cuestión, pese a sus genialidades institucionales, Juan Bautista Alberdi metió la pata. Porque los que fueron presidentes, quieren volver a serlo una y otra vez hasta el fin de sus días. Y para eso su función esencial como ex-presidentes es la de eliminar competidores.
Juan Perón vivió sus dos primeras presidencias y todo su exilio combatiendo a quien quisiera ocupar su lugar y no paró hasta ser presidente por tercera vez cuando dejó como única heredera a su incapaz esposa. Raúl Alfonsín durante toda la década de los 90 e incluso un poco más (hasta la llegada de los Kirchner) no paró de meterse y decidir en cada cuestión importante desde la UCR sin dejar que nadie le hiciera sombra, desde la reforma constitucional, hasta su influencia absoluta con De la Rúa, al que al principio ayudó a subir y luego desestimó hasta el infinito. Cristina Kirchner y Mauricio Macri no le fueron en saga e incluso es posible, en términos políticos, que una criatura tan extraña como Javier Milei sea hijo natural de la desavenida pareja. Hijo natural no de sus amores, sino de sus odios. Y así vamos andando.
Cristina y Macri son dos padres castradores que están derrotando a sus hijos. Esa es la consecuencia de personas que quieren la presidencia hasta incluso cuando la resistencia física no les da para más, como lo intentó Menem. Ellos deberían ser consejeros para sus discípulos, para la Argentina y el mundo porque muy pocos llegan a ser presidentes, algo que solos se aprende bien siéndolo porque es un trabajo excepcional. Pero acá ellos quieren sobrevivir todo lo que puedan, primero a sus adversarios, luego a los suyos, a sus supuestos iguales que quieren competirles el poder, y por último a los propios hijos que ellos engendraron para supuestamente continuarlos.
A Horacio Rodríguez Larreta, que fue su hijo fiel desde el primer momento, quien se transformó en su principal brazo ejecutor, Mauricio Macri lo acaba de exterminar como no pudo (aunque lo intentó de todas las formas) su padre Franco Macri con él. Mauricio demostró ser políticamente mucho más inteligente que su padre Franco y entonces impidió su castración, pero Horacio jamás fue más inteligente que Mauricio, y por eso éste se le quedó con Capital a través de su primo Jorge (Larreta, desesperado para que no lo avasallara Mauricio, se apoyó en el saltimbanqui radical Martín Lousteau, pero no logró imponerlo, entre otras cosas porque fue una mala elección). También le ganó, con el apoyo de su otra hija Patricia, la candidatura a gobernador en la provincia de Buenos Aires, y finalmente lo dejó sin la candidatura presidencial. Lo pulverizó políticamente. Y a Patricia, si es necesario, está dispuesto a hacerle lo mismo si no le sirve para sus objetivos, de lo cual el primero, esencial y casi exclusivo es mantenerse él, eternamente, en la candelera del poder.
Macri cree, como su hijo natural Milei, que la culpa de que su presidencia no haya salido tan bien como él esperaba fue porque la “casta” que lo acompañó (principalmente la radical, pero no solamente ella) le impidió avanzar en las reformas estructurales sin las cuales no podía sino fracasar. Y por eso hoy no está convencido de que con Juntos por el Cambio (que sigue siendo más o menos lo mismo que era antes) pueda hacer las cosas distintas. Sabe, y por eso la apoyó tanto contra Horacio, que Patricia Bullrich es lo más disruptivo que se puede encontrar dentro de su coalición, pero no sabe si lo será suficiente. Y para colmo, ahora intuye que le será muy difícil ganar. Razones más que suficientes para cubrirse con ese apoyo implícito hacia el libertario, actitud que enfurece a su gente.
Cristina Kirchner, para continuar reinando sin dejar que nadie la reemplace mientras ella quiera ejercer los designios de su auto-atribuida majestad, necesita imperiosamente una modificación esencial en su relato: la de borrar del mismo toda relación suya con el actual gobierno y la de endiosar a niveles estrambóticos la presidencia de su marido y las dos suyas, de modo que se conserve vigente cuando los furiosos y caudalosos vientos ultraliberales que hoy asolan a la Argentina, dejen de soplar. Incluso ella espera que ayudando a atemperar la tempestad o el tsunami, puede ser beneficiaria de la reconstrucción. Y que lo que pasó estos cuatro años sea absoluta responsabilidad de Alberto, y lo que está ocurriendo, de Sergio. La doctora Frankenstein deja en la estacada a sus monstruosas criaturas, aunque hayan sido producto exclusivo de su laboratorio infernal. Este gobierno peronista no es ni nunca fue mi gobierno, es aquello de lo que debe convencer a todos. Y que todos los demás paguen para que ella no pague. Una inteligencia política (en eso se parece a Macri) puesta exclusivamente al servicio de sí misma.
Pero las cosas no siempre ocurren como uno espera. Mejor dicho, casi nunca ocurren como uno espera. Y de las peleas feroces entre los dos ex-presidentes que quieren volver a serlo, nació un ser inesperado que abreva en ambos. Milei es una especie de hijo natural de Cristina y Macri. De la madre heredó el modo de ser, del padre las ideas. Y de ambos la ambición personal desmedida.
Comparte con la madre el mismo estilo populista, literal pero con las ideas exactamente opuestas. Todo el carácter de la madre puesto al servicio de la ideología contraria.
Comparte con el padre las mismas ideas, pero las llevó a un extremo al que Macri siempre soñó llegar pero nunca se animó o no pudo. Y ahora Mauricio ve en el anarco libertario la concreción de un ideal del cual él quisiera formar parte en vez de quedarse exclusivamente atado a hijos/as legítimos/as que no se animan a hacer lo que el padre siempre quiso hacer. Primero lo desilusionó Horacio con su “justo” medio y ahora Patricia, aún sin quererlo, va por el mismo camino.
Ante eso es muy posible que Horacio y Patricia vean en Mauricio una réplica de su padre Franco, que les esté haciendo lo mismo que Franco le hizo a él, porque este tipo de gente mientras viva no cede herencias.
De padres a hijos los mismos estigmas. Una Argentina destinada a repetirse ad infinitum, a multiplicar sus errores sin solución de continuidad. Todo cambia, pero nada se transforma. El gatopardismo es el verdadero deporte nacional. Y en este año todo indica que estamos dispuestos a practicarlo como nunca. A fin de ganar el campeonato mundial de aquellos capaces de cambiar todo para que todo siga igual.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar