Diferencias entre los debates políticos de ayer y de hoy

El primero que debe dar el ejemplo para asegurar la convivencia civilizada entre los argentinos es el presidente. Y eso no está ocurriendo hoy en nuestro país.

Diferencias entre los debates políticos de ayer y de hoy
El Congreso Nacional en 1864

La Argentina no es una republiqueta ni nunca fue catalogada con calificativos denigrantes como “república bananera”. Nuestros padres fundadores como los hombres que en los tiempos de la organización nacional enfrentaron enormes dificultades y obstáculos al igual que la generación constructora del estado nacional estaban persuadidos de que estaban construyendo un gran país para todos como nos manda el preámbulo de la Constitución Nacional.

No fueron tiempos idílicos y esos personajes tuvieron enfrentamientos duros entre si, incluso en el campo de batalla. Pero esas disputas nos dejaron testimonios extraordinarios como la polémica entre Sarmiento y Alberdi conocidas como “Las Ciento y Uno y las Cartas Quillotanas”. Los discursos de Mitre, Avellaneda, Pellegrini, no eran complacientes ni amistosos para sus contrincantes, pero en todos privaba un respeto a las maneras civilizadas y evitaban el mal gusto y el lenguaje soez y prostibulario. Sabían escribir y tenían léxico, eran capaces de ejercer la ironía o usar un lenguaje duro sin caer en la procacidad.

El Congreso fue el escenario de debates memorables en que más allá de las posiciones sustentadas, al leerlos surge el respeto que inspiran la calidad de las exposiciones, reflejo de personas con vastas lecturas en los últimos tiempos reemplazados por los que no pasan de leer las solapas de los libros o las escasas palabras de un twiter.

En un país con enormes problemas como es la carencia de una moneda genuina junto a la baja tasa de inversión, la crisis del sistema educativo con jóvenes que en cuarto año del secundario tienen dificultades con la regla de tres simple y su vocabulario horroriza señalando, además, la escasa calidad de los elencos docentes y la indiferencia de muchas familias ante este drama, vemos una falta de ejemplaridad en usos, costumbres y lenguaje de la dirigencia que asusta y apabulla.

No solo en el siglo XIX hubo personalidades, de distintas filiaciones, que prestigiaran la tribuna, los recintos legislativos, ministros que participaron de interpelaciones que mostraban saberes y diccionario en interpelantes e interpelados. Es en lo que va de este siglo que se percibe un deterioro preocupante de calidad y de la ausencia del debate.

Leyendo las intervenciones del Ministro de Hacienda Pinedo en el gobierno de Justo en el Congreso y las de la oposición vemos el contraste. Tal vez si las leyeran quienes hoy gobiernan y los congresales, se avergonzarían al comparar, aunque viendo la desfachatez de estos exponentes de la anti política se limitarían a una nueva catarata de insultos, difamaciones y agravios, el arma de los ignorantes, de los incultos, de los que tienen la soberbia de los semianalfabetos como advertía Juan Bautista Alberdi.

Esos dirigentes polemizaban por los diarios, escribían libros, proponían iniciativas y proyectos sin importar las encuestas porque un dirigente lo es si logra orientar y conducir en vez de seguir la corriente de modas pasajeras y menos las impuestas con el simplismo de los que no piensan explotando broncas y resentimientos, aunque sean fundados.

Sin ir al pasado más lejano el que escribe tiene presente las polémicas de Pinedo con su antiguo colaborador Prebisch o junto con Alsogaray con Frigerio y el libro que escribió para refutar a Guillermo Borda el ministro de Onganía que calificaba de antigualla las instituciones republicanas y pretendía cambiar la Constitución por un régimen corporativo.

No hay nada nuevo en los ataques a la democracia liberal. Días pasados Javier Cercas recordaba en La Nación los que hicieron los fascismos surgidos en los 30 y que provocaron la segunda guerra. Pero advertía la diferencia con estos populismos que no atacan desde afuera frontalmente a la democracia sino desde adentro.

Cuando se ataca la libertad de prensa y a los periodistas de los medios independientes hay una amenaza contra el sistema de la republica representativa. Cuando se ataca con grosería desde el poder a quienes opinan distinto, además de mostrar el resentimiento de los que se ven descubiertos en sus mentiras e ignorancia, muestran sus tentaciones autocráticas. Cuando se agravia a congresistas por el resultado de votaciones que en muchos casos fueron provocadas por las torpezas de los funcionarios, se ataca el sistema institucional.

Es cierto que muchos legisladores muestran una falta de formación lamentable, prejuicios, desconocimiento de la realidad y del mundo. El peor es la Armada Brancaleone oficialista de personajes marginales más propios de un reality, que del Congreso en el que descollaron lo más preclaro de la política argentina cualquiera fuera su pertenencia partidaria.

El primero que debe dar el ejemplo para asegurar la convivencia civilizada entre los argentinos es el presidente. Hoy se comporta como los impresentables que pululan en el mundo como los Trump, Putin, Bolsonaro, Maduro mostrando las mismas obsesiones que Cristina contra la prensa y la justicia independiente junto a un lenguaje chabacano.

Un país para lograr el respeto del mundo debe tener gobiernos respetables.

* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia y miembro del Instituto Argentino de Historia Militar.

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