Difícil ha de ser incorporar el horario corrido en Mendoza. Puede que se logre y que sea un beneficio pero va a ser difícil. Porque en el verano, en las horas posteriores al mediodía, el sol cuyano cae implacablemente sobre nosotros y hay que tener mucha fuerza de voluntad para aguantarlo y, por otro lado, por la permanencia en muchos -pero en muchos- de la siesta mendocina.
Después de almorzar nos agarra una modorra palaciega. Unas ganas de no hacer nada y vamos reptando hacia la cama para encontrar un poco de descanso.
Hay personas a las que, si les sacás la siesta, no funcionan con corrección. Nos zambullimos sobre el colchón y hasta roncamos para hacer más real el relax.
Es tanta la injerencia de la siesta en los mendocinos que hasta tenemos un lugar que la homenajea: La Dormida. Allí la siesta debe ser una liturgia compartida por todos.
En otros lugares el horario corrido ya está impuesto, como en Buenos Aires, por ejemplo. Los tipos, en sus tareas, siguen de largo con total desparpajo y es muy difícil que a esa hora se tomen un descanso; no está entre sus opciones.
El horario corrido tiene sus ventajas. Que la gente pueda encontrar abierto los negocios a toda hora es una de ellas pero también que los empleados de comercio no tengan que hacer cuatro viajes por día para cumplir con sus obligaciones laborales. Pero la siesta tira porque afuera hay condiciones de infierno y cuesta hacerse el diablo en esas condiciones.
Las siesta nos viene ocurriendo desde que Mendoza se constituyó como pueblo. En un momento de nuestra historia nos conocían como “Mendocinos, pata a la rastra”, que si bien tenía que ver con la ausencia de yodo que provocaba bocio, también tenía que ver con la costumbre de dormir la siesta. Era como decirnos que éramos un poco vaguitos, algo así como nosotros le endilgamos a los de Santiago del Estero.
Pero no es verdad. Si bien interrumpimos nuestro trabajo, lo hacemos en dos etapas, cumplimos con él con toda dedicación. Hay estudios que dicen que un descanso a esa hora hace renovar las ganas de los involucrados y trabajar con mayor dedicación.
Inclusive hay empresas, grandes, trascendentes, que tienen acondicionados lugares especiales para que sus empleados se tomen un tiempito de descanso.
Puede que en el invierno la idea de la continuidad se imponga pero en el verano va a ser muy difícil porque las condiciones del afuera nos impulsan a estar adentro, como la pandemia, como si nos agarrara una pandemia de sueño y sólo podemos combatirla a catrerazos limpios.
La siesta en Mendoza. Toda una institución que todavía se respeta casi con religiosidad: partir el día para tener dos amaneceres. Una forma de ser que va a costar erradicar mediante un decreto. Es el cuerpo el que manda y en esas tardes del verano donde el calor es un escándalo, correr las cortinas, dejar oscuro el ambiente, prender el ventilador que nos refresque y a mirar un poco para adentro a ver si nos encontramos.
La siesta, una de las formas de que la tarde no tenga bostezos.