Fuera del afecto que le profesan sus incondicionales y el conglomerado de intereses que se benefician de su liderazgo (dos conjuntos más relacionados de lo que parece) cualquier observador atento advierte que la hegemonía de Cristina Fernández de Kirchner es un factor negativo en la vida del país. Un liderazgo personalista con evidentes rasgos demagógicos, erosionador de las instituciones, corporativista y reacio a la modernización del país, localista e incapaz de proyección estratégica. Un grave problema para cualquier régimen republicano.
En 2015, cuando el Frente para la Victoria cayó derrotado, muchos creyeron estar ante el final de la trayectoria política de Cristina. Pudo serlo. Pero el propio itinerario del gobierno de Cambiemos la mantuvo en el primer plano del protagonismo, aún después de la derrota que le propinara al peronismo en las legislativas de 2017. Tanto su manejo de la economía como su necesidad imperiosa de confrontar con el pasado kirchnerista para mejorar su performance electoral la posicionaron como el contendiente principal. Cristina pudo sobreponerse al proceso de disolución y falta de liderazgo que venía erosionando al peronismo desde 2015 imponiendo una fórmula electoral que le permitía volver al centro del poder pero con una exposición mínima.
La pregunta que cabe hacerse es por qué buena parte de la opinión pública perfectamente advertida de la gravitación negativa de la expresidente en la escena política -periodistas, analistas, dirigentes, referentes de diversos campos- contempló este retorno con cierta indulgencia, cuando no con manifiesto entusiasmo. ¿Qué podría aportar Cristina al país en crisis?
Un día habrá que estudiar la constelación de factores que permitieron el triunfo del Frente de Todos en 2019. Por lo pronto me interesa señalar algunas razones por las cuales los formadores de opinión tomaron partido (explícitamente o no) por la fórmula Fernández-Fernández.
Existió un interés concreto de sectores del periodismo por volver al antiguo régimen de pauta publicitaria para los medios de comunicación, que había sido restringido durante el gobierno de Macri.
Existió una razón emotiva que tenía que ver con la traición de las expectativas que había generado Macri en términos de cambio y prosperidad. Hubo una enorme proporción de voto castigo, sobre todo entre las élites.
Existió un importante déficit crítico, una notoria incapacidad para comprender la situación, que condujo a la formulación de expectativas erradas. Me interesa detenerme en un aspecto concreto. Para muchos observadores, analistas y dirigentes políticos, la candidatura presidencial del Alberto Fernández constituía la posibilidad cierta de la definitiva salida de Cristina Fernández del escenario político nacional.
Paradójicamente existían razones para alimentar expectativas en este sentido. Por un lado observaban una debilidad relativa de Cristina de índole electoral, al renunciar a la presidencia y conformarse con el segundo lugar. Sabía que era el único modo de ganar. Por el otro confiaban en las formas tradicionales de transición del liderazgo en el peronismo: la muerte ritual del conductor anterior a manos de su sucesor y la consiguiente aceptación del precursor de su destino de sombra y subordinación. Como Menem y Duhalde.
Pensaron que con una estrategia que combinara la construcción de un polo de poder personal apoyado en los gobernadores, el sindicalismo y eventualmente la oposición y la vulnerabilidad que Cristina presentaba en el frente judicial, alcanzaría para sacarla de juego. Después de todo, no hay mejor cuña que la del propio palo. Tal hipótesis podía sostenerse si se ignoraban tres aspectos fundamentales del problema:
- Cristina designó como candidato a alguien a quien conocía bien (sobre todo sus limitaciones), estaba prácticamente retirado de la política y no disponía de una base de poder personal. Mientras, el círculo rojo componía a partir de su expectativas y sus intereses la imagen de un Alberto moderado, negociador y dialogante.
- Cristina no aceptaría su eclipse al igual que sus predecesores al frente del peronismo. Sometió áreas claves del Estado y la administración a su control directo y se reservó el poder de bloqueo sobre el resto. Derivado de su necesidad y de su forma de ejercer el poder: todo espacio que deje vacante inevitablemente será aprovechado por sus enemigos. Sabe que está sola. No puede contar con un solo aliado confiable. Aquellos en quienes confía son acólitos y subordinados. En esta concepción de poder todo movimiento o cambio se observa con recelo. El precio de mantener todo atado y bien atado es que nadie se mueva de su lugar.
- El peronismo no estaba en condiciones de apoyar la construcción de un poder alternativo al de Cristina. No se atrevió a hacerlo después de la derrota de 2015, confiando en que Macri destruiría su poder por vía política o judicial. Eso no sucedió y volvieron a ser rehenes de su hegemonía, sin margen político para sacar los pies del plato.
Desde la asunción de los Fernández, los críticos y enemigos timoratos de Cristina esperan y anuncian la emancipación de Alberto que terminará con el poder de la vicepresidente. Han repetido una y otra vez el argumento, han interpretado cada pequeña rencilla o diferencia como el momento del nacimiento del albertismo, la ruptura definitiva. Siguen haciéndolo. Es tan insistente en algunos medios que cabe pensar en una línea argumental financiada directamente por los allegados al presidente. El mandato se acerca a su fin. En pocos meses la campaña presidencial por el 2023 barrerá con la ínfima iniciativa política que pudo conservar el gobierno hasta ahora.
Existen indicios de que el poder de Cristina ha entrado en una pendiente de declinación definitiva. No ha conseguido sus objetivos de blindaje judicial, es incapaz de darle un giro al gobierno que mejore sus chances para el 2023, piensa en estrategias de abroquelamiento y resistencia. Sus aliados ya buscan alternativas. Está pagando el precio de aferrarse al control total y de haber diseñado un gobierno sin poder. Por no aceptar el retiro discreto de sus predecesores al frente del peronismo (con los riegos judiciales y políticos que conlleva: Bertrand de Jouvenel explicó que en política no existen las soluciones definitivas) se ve arrastrada por su creación contra natura: el no-gobierno de Alberto Fernández.
¿Que cabía esperar de un gobierno de Alberto Fernández dueño del poder, no lastrado por los cotos cerrados y el bloqueo de Cristina? Es el campo de lo contrafáctico. Por lo que se ha podido ver, las iniciativas propiamente albertistas no se destacan en nada de las imposiciones cristinistas. Ni en materia de orientación general, ni de políticas concretas, ni de elencos directivos. Sin capacidad para entender la situación, de desafiar las lógicas corporativas, de plantear un proyecto político con verdadera trascendencia. Liberado a su entero arbitrio, Alberto seguramente habría resultado ser el mismo operador subordinado y sin capacidad de liderazgo.
Finalmente ¿cómo será el peronismo post-Cristina? En 2019 se encontraba en un estado general de atomización y desorganización. La jugada electoral de Cristina pareció romper esa lógica e insuflarle vida a un cuerpo en descomposición. La vicepresidente armó un esquema corporativo en el que cada sector obtenía una porción de poder suficiente como para preservar sus intereses. Mientras la ilusión se disipa, el peronismo muestra la misma condición anterior a la aventura electoral del Frente de Todos, probablemente agravada. Las apelaciones a la unidad tienen el tono de una súplica por la supervivencia.
La estrella de Cristina se apaga, pero no porque haya encontrado una solución inteligente a la transición sino por sus errores, entre los que está haber designado como presidente a un individuo sin voluntad política. Otra vez quiso ir por todo, asegurándose la perpetuidad en el poder. Arriesga otra vez a quedarse sin nada. La ilusión del Alberto libertador, por otra parte, ha resultado extremadamente funcional a sus designios. Es imposible comprender los relativos aciertos de Cristina sin atender a la vez a las torpezas de sus oponentes y la miopía de sus críticos.