Luego de un año y medio en el que vimos a los Torquemada del COVID, que pregonaban apocalipsis y repartían ASPO y DISPO a manos llenas mientras retaban a una población que trataba de soportar estoica el cierre de sus actividades, la caída de su poder adquisitivo y el recorte de sus libertades, no puedo menos que sorprenderme al verlos abrazados, sin distancia social ni barbijos al momento de lanzar su campaña en Buenos Aires “llevados por la emoción del momento” como justificaron sus referentes.
Se ve que la pandemia podía profundizarse hasta el hartazgo o curarse “de palabra”, según sea necesario.
Con la cuarentena más larga del mundo, la economía cerrada, las escuelas clausuradas y los comercios fundidos, la misma gestión que trató de obsesivos a los opositores que reclamamos que se llegase a un acuerdo con Pfizer, ahora anunciaron el acuerdo con el Estado Imperialista del Norte por las vacunas que antes despreciamos como Nación, porque no concordábamos ideológicamente.
Se negaron durante un año a las vacunas norteamericanas y hoy, el ausente “amigo” ruso al que le pagamos en Euros parece haberse enojado por la carta de reclamo que envió una funcionaria, y dejó de priorizar a la Argentina a la hora de enviar sus vacunas. Yankees, don’t go home. ¡¡¡Come to Argentina please!!!
Ahora los jinetes de la pandemia, cuando hablan de la cepa Delta sólo lo hacen para culpar a esos atrevidos y malos conciudadanos que se atrevieron a viajar a otras partes del mundo con su propio dinero, justifican el dejarlos varados y sin chances de volver como aun pasa a cientos de ellos.
Claro, no interesa que las herramientas más eficaces contra esa cepa (y contra todas las demás) sean el testeo masivo y la vacunación sin pausa, donde todavía mantienen una deuda con el pueblo argentino. La variante Delta no se controla culpando a los turistas, sino vacunando con las dos dosis, un lujo que hoy sólo tiene apenas el 17% de la población argentina.
Ellos entienden a la política como un privilegio. Mientras nosotros seguíamos encerrados, sin poder abrazar a nuestros viejos, extrañando afectos y ni siquiera poder despedir a nuestros muertos, el presidente, la vicepresidenta y su casta especial de familiares y amigos del Poder, celebraban cumpleaños y recibían “sospechosas visitas nocturnas” en la Residencia de Olivos; pero claro, hay ciertos temas “protocolares” en los que sólo Sofía Pacchi podía asistir al primer mandatario.
Pregonan en los discursos, traicionan en los hechos. Así, nos retaron durante un año y medio, echándonos la culpa de todos los males porque nuestra irresponsabilidad era el vector de contagio del COVID, mientras ellos no cumplían las normas que imponían al resto.
¿Se acuerdan cuando en un cinematográfico megaoperativo con lanchas y helicópteros de prefectura, detuvieron y multaron al peligrosísimo remero Ariel Suárez (múltiple medallista panamericano y diploma de Honor en los Juegos Olímpicos de Londres 2012) cuando intentó entrenar solo en el río Reconquista para llegar a Tokio 2020? No lo dejaron entrenar, no lo apoyaron después. No logró juntar el dinero necesario; No pudo viajar. El gobierno, feliz.
O el caso de Sara, la abuela porteña de 85 años que se hartó del encierro y salió a tomar sol a un parque, y terminó detenida. Cuando habló públicamente, la señora definió esa situación como “una gran estupidez”. ¿Alguien puede contradecirla?
Las contradicciones evidentes caen lapidarias sobre la espalda de una sociedad agotada y maltratada hasta límites que jamás creímos posibles.
No voy a insistir en las diferencias con la gestión de gobierno en Mendoza porque no es necesario. Las evidencias son claras y se reflejan una vez más en la última encuesta de opinión pública elaborada por CB Consultora, donde con el 72,5 % del total del universo encuestado, Rodolfo Suárez es el segundo gobernador con la mayor imagen positiva del país, sólo superado por el mandatario correntino Gustavo Valdés (73,4%) y seguido por el sanjuanino Sergio Uñac (70,6%), mientras que el presidente Alberto Fernández, su vicepresidenta Cristina Fernández y el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa muestran una nueva baja en la aceptación popular en casi todo el territorio argentino, salvo en Santiago del Estero.
Más claro, echarle agua.