El 9 de diciembre se celebró el bicentenario de la Batalla de Ayacucho, que marcó el fin de las guerras de independencia sudamericanas frente a España. Participaron unos 10.000 soldados españoles contra 6.000 patriotas en un combate que duró medio día, con numerosas bajas para los realistas. Las fuerzas patriotas, lideradas por el general Santander bajo las órdenes de Bolívar, eran una síntesis de los ejércitos que habían luchado durante 15 años contra el dominio español. El grueso del ejército provenía de la Gran Colombia, que incluía los territorios actuales de Colombia, Venezuela, Ecuador y parte de Bolivia. Para Perú, esta batalla es considerada la fundación de su Ejército, con 1.200 soldados peruanos entre las tropas patriotas. También participaron contingentes menores de otros países, como los restos del Ejército de los Andes liderado por San Martín, quien había sido el primer jefe de gobierno peruano y dio al país su primera Constitución. Este ejército incluía un escuadrón del Regimiento de Granaderos, junto con un número similar de soldados chilenos. Además, combatieron hombres aislados de otras naciones, como el coronel paraguayo Félix Bogado y el uruguayo Cirilo Correa, quienes lucharon en Ayacucho tras integrar el Ejército Libertador argentino-chileno.
La batalla de Ayacucho, librada en la Pampa de Quinua a 3.400 metros de altura y cerca de la ciudad homónima, marcó simbólicamente el fin de la guerra de independencia hispanoamericana. Allí, los jefes españoles firmaron el acta de rendición, y la victoria patriota disolvió al principal contingente realista. El virrey del Perú, en su capitulación, reconoció la independencia de un territorio que había sido el centro del poder político y militar español. Sin embargo, las acciones militares continuaron. En 1825, una campaña patriota en el Alto Perú (actual Bolivia) sometió los últimos núcleos realistas, y en 1826 cayeron la fortaleza del Real Felipe del Callao, tras 718 días de asedio, y la isla de Chiloé, frente a la costa chilena. Guerrillas realistas persistieron, como en la Guerra de Iquicha (1825-1828) y el levantamiento de Francisco de Aguilera en Vallegrande (1828). En 1831, el venezolano José Cisneros se sublevó bajo bandera realista, y en 1832 fueron derrotados los hermanos Pincheira en Chile.
Tras la muerte de Fernando VII en 1833, España abandonó los planes de reconquista, y en 1836, las Cortes renunciaron oficialmente a cualquier reclamo sobre América continental, consolidando así la independencia.
El esfuerzo militar no logró mantener unida a Sudamérica hispánica como sucedió con la portuguesa, donde un único Virreinato con capital en Río de Janeiro se fortaleció con el traslado de la corona portuguesa durante las guerras napoleónicas. En contraste, Sudamérica tenía cuatro virreinatos (Río de la Plata, Perú, Nueva Granada y Nueva España) y la Capitanía General de Chile, independiente de estos, lo que dificultaba la unificación de los diez países actuales. Bolívar y San Martín propusieron proyectos integracionistas, pero no prosperaron. Esto hizo que los intentos posteriores de unificación fueran principalmente intelectuales. Así, quedaron al margen la Patagonia y la Antártida, ocupadas por Argentina y Chile a finales del siglo XIX.
En este contexto, América del Sur cumple el bicentenario de la Batalla de Ayacucho dividida y desarticulada. Brasil -que en términos poblacionales, territoriales y económicos es la mitad de la región- no tiene en este momento el “liderazgo benevolente” (término utilizado por la diplomacia brasileña) que tuvo en otros momentos, sobre todo en la primera década del siglo XXI y la primera mitad de la segunda. Brasil tuvo su proceso independentista por separado, pero lo terminó en 1824, mismo año que el hispanoamericano. Durante la etapa de “liderazgo benevolente” se constituyó Unasur, que reunió a los diez países sudamericanos, incluyendo a Surinam, ex colonia holandesa, y Guayana, de origen británico. La crisis generada por la dictadura venezolana ha provocado una tensión constante durante la última década. Por momentos, el presidente Nicolás Maduro logró el “dejar hacer” de la mayoría de los países de la región, pero después, y especialmente tras la última elección presidencial que desconoció, Venezuela entró en un proceso de aislamiento.
El surgimiento de una figura de la nueva derecha que sigue el modelo de Trump en Argentina, Javier Milei, plantea una alternativa ideológica frente a los países progresistas moderados. Estos, que inicialmente buscaron una solución para Venezuela, ahora la han abandonado. Uruguay ha pasado a acompañar a estos países (Brasil, Colombia y Chile) tras el reciente triunfo del Frente Amplio. Mientras tanto, Perú, Paraguay y Ecuador mantienen posiciones de centroderecha. La región aparece así dividida y sin capacidad de acción común. Pero podría emprender acciones comunes en campos como la infraestructura regional, en los cuales pesa menos lo político e ideológico. Un plan sudamericano de conectividad es un ejemplo de ello. Iniciativas como el puerto de capitales chinos en Chancay, Perú, también lo es, junto con el interés que muestran China y Estados Unidos en la región.
* El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.