Allá en la época de los 60′ era común que en cada casa hubiera una guitarra. Nunca los luthiers vendieron tantos instrumentos como en aquellla época. Es que era la explosión del folclore, la moda nos había llevado a incursionar por nuestra música tradicional y en las radios de entonces, un 80 por ciento de lo emitido era folclore.
Aunque a veces, rascando sus cuerdas, muchos sabían emparentarse con tono dominante y acceder a algunas de las canciones que sonaban hasta el cansancio.
Salta era un centro de irradiación de este tipo de música y la que le daba sustento al canto. De allí surgieron autores y compositores que fueron sembrando su sentimiento por todo el país. También los intérpretes, como Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los Cantores del Alba, Los de Salta, y solistas como Eduardo Falú, el Chango Nieto, Jorge Cafrune. Los nombro y sé que me estoy olvidando de un montón, pero no es mi actitud la de hacer un censo sino de reconocer a aquellos que le dieron al canto nacional un espacio que hasta entonces no tenía, de reconocerlos en sus tareas creativas que tantas oportunidades de expresarnos nos dejaron.
Comenzaron a surgir los festivales y algunos se hicieron muy trascendentes y requeridos, como el Festival de Baradero, el Festival de Jesús María, la Fiesta de la Tonada entre nosotros y, por supuesto, la cumbre del canto folclórico: el festival de Cosquín, que lanzó al estrellato a muchos jóvenes que iban a buscar una consagración y lo lograron, como aquella morochita tucumana que se coló en el escenario mayor y con el tiempo llegó a ser un ícono del canto nacional: Mercedes Sosa.
La guitarra estaba presente, como lo está en casi todas las variantes que tiene el folclore latinoamericano y su injerencia en el mundo entero. Nos reconfortábamos con la música de Atahualpa Yupanqui y las canciones de Jaime Dávalos, el Cuchi Leguizamón, Manuel Castilla y tantos otros.
Mendoza hizo su aporte con la conjunción de un grupo de artistas que crearon, propusieron, difundieron una nueva forma de cantar que abarcara, fundamentalmente, la situación del pueblo, sus dolores y sus esperanzas. Era la concreción de lo que se dio en llamar “El nuevo cancionero”, una corriente artística que llegó a unificar el arte americano desde el barrio de Luzuriaga.
En cada casa había una guitarra y la mayoría sabía cómo arrancarle alguna canción. Entonces las reuniones se hacían interminables entre tonadas, zambas y chacareras.
Arrancó en los 50′ pero se hizo fuerte en los 60′. Entonces nuestra música tenía alta difusión, no como ahora que cuesta encontrar una emisora de radio que tenga una programación de este estilo.
Después todo se fue apagando y quedan los seguidores de siempre y algunos festivales que aún mantienen la estirpe. El folclore, el canto nacional, hoy vive enteramente en el pasado.