Los jóvenes, por supuesto buena parte de ellos, asumen una natural propensión por los temas ambientales porque tienen conciencia de que no atenderlos hoy se constituirán en dificultades de distinta magnitud en el futuro. Existe confianza en distintos sectores de la sociedad en el papel fundamental que pueden cumplir los jóvenes en el cuidado del medio ambiente. Especialmente en los que se encuentran en la franja etárea entre los 18 y 25 años.
Hay muchos componentes de habitantes de esa edad que se informan, se comprometen y procuran cambiar los hábitos, pensando que su contribución será valiosa en el mañana.
De hecho, la contaminación y las dificultades económicas, entre las que se encuentran conseguir un empleo genuino, son preocupaciones de buena parte de los argentinos que transitan esos períodos de la vida, situación que también se refleja en Mendoza.
Muchos se ocupan de estas temáticas ambientales, como cuidar el agua, proteger el arbolado, reciclar envases y tratar de usar menos plástico por el temor a las consecuencias que actuar en otra forma traerá a sus vidas y a los entornos donde habitan.
Es auspicioso que muchos jóvenes procedan así y que traten de contribuir a una vida mejor con pequeños gestos, como reciclar las botellas de gaseosas y seguir utilizándolas o preferir el empleo de recipientes de vidrio, o procurar superar la basura.
En la contracara de estos dignos representantes juveniles que quieren tener un protagonismo activo en el cuidado del medioambiente, existen otros pares a quienes les importa poco o nada estos asuntos vinculados a la contaminación, el aire puro, los espacios verdes cuidados y protegidos.
A ellos hay que tratar de llegar y procurar, por todos los medios, persuadirlos a que cambien sus actitudes, en aspectos tan sencillos como no abandonar los desperdicios que producen en un simple paseo al campo, a la montaña o a los espejos de agua (caso paradigmático de esto que decimos es la zona del murallón del dique El Carrizal, muestrario de desechos y botellas vacías).
Son, como decimos, costumbres de fácil cumplimiento que se pueden poner en práctica en todos los ambientes, ya sean ciudades o en los espacios al aire libre, y en la vida cotidiana en el hogar. Claro está que, en ocasiones, la degradación del entorno es consecuencia de actividades económicas deliberadamente agresivas y dañinas, como la deforestación irracional de los bosques o extensiones plantadas, o defectos de modelos productivos que tienen otros intereses que poseer un ambiente adecuado.
Ante esos escenarios y citando al docente santafesino Ricardo Luis Mascheroni, cuando sostiene que “los jóvenes no deben estar ajenos (a ese cuadro de situación), ni a sus soluciones, ya que a la par de la destrucción del entorno, el crecimiento de la pobreza y la falta de oportunidades, se les roba el futuro”.
Entonces, para luchar contra el cambio climático, la deforestación, la escasez de agua y otras calamidades que nos acechan, necesitamos de todos los ciudadanos y, principalmente, de esa fuerza poderosa que son los jóvenes porque ellos pueden encarar nuevas formas de vidas y desarrollo donde la cuestión ambiental sea prioritaria. Y por supuesto, en los niños que cursan los ciclos iniciales de la educación, etapa en que todo lo que se aprende adquiere vigencia para siempre. En las aulas y en el hogar.