El derechismo de la izquierda pro-Putin

El que desafina es Lula da Silva. Sus anteriores gobiernos fueron claramente democráticos, o sea respetuosos de las libertades públicas e individuales, del pluralismo y de la sociedad abierta. Lo que se supone que representa Lula queda a contramano de lo que implica pararse junto a Putin y no junto a sus víctimas.

El derechismo de la izquierda pro-Putin
Lula y Putin

El derechismo de la izquierda volvió a mostrarse y esta vez lo hizo a través de Lula da Silva.

Apoyar a un líder ultraconservador como Vladimir Putin, para colmo en una guerra de expansionismo territorial, no es algo que cuadre en lo que debe entenderse como izquierda. Y al responsabilizar a Estados Unidos de fomentar la continuidad de la guerra en Ucrania por proveer armas y sostener económicamente al aparato militar ucraniano, no sólo fue funcional al hombre que desencadenó el conflicto al invadir el país vecino, sino que lo hizo burdamente, porque ese argumento es exactamente el que difunde el Kremlin.

En el razonamiento que planteó Lula en Beijing y luego en Abu Dabi, proveer armas a un país invadido para defenderse del invasor, es donde radica la culpa de que la guerra continúe, con su altísimo costo en muertes y destrucción. Que sea absurda esta lectura de los hechos planteada por Putin y difundida como un eco por presidentes como el bielorruso Lukashenko y el brasileño Lula, no quiere decir que Estados Unidos esté actuando como dice oficialmente estar actuando: o sea, limitándose a asistir con armamentos al país invadido.

El involucramiento norteamericano es mayor que eso. Estados Unidos es como el ajedrecista que mueve las fichas en el tablero bélico. Militares y soldados ucranianos son las fichas, pero sus movimientos y acciones parecen ser decididos por ese ajedrecista que está sentado junto al tablero, observando todo lo que ocurre y decidiendo cada movimiento de la fuerza local.

Rusia tuvo el mismo rol en el conflicto que lleva años sacudiendo el Donbas. Las fichas del ajedrecista ruso fueron los milicianos separatistas de Donestk y Luhansk. Pero empezó a ser ajedrecista y fichas al mismo tiempo, al lanzar la invasión.

En rigor, la infiltración de militares rusos para insuflar el separatismo en el Donbas había comenzado años antes. Eso precisamente iba a denunciar el disidente ruso Boris Nemtsov la noche de febrero del 2015 que cayó baleado a pocos metros del Kremlin.

Una de las razones por las que Aleksei Navalny sufrió envenenamientos y lleva tiempo en prisión, es que llegó al acto disidente al que no pudo llegar Nemtsov, y dijo públicamente que los militares rusos estaban dentro del territorio ucraniano.

El paradójico derechismo en el que caen las izquierdas hace que líderes como Lula queden alineados con un autócrata que asesina o encarcela a sus opositores, impone una constitución homofóbica y reaccionaria también en otros aspectos, aplasta con bombardeos de saturación al independentismo caucásico y a los disidentes del régimen de sirio, y expande el mapa de Rusia lanzando guerras como la que le arrebató Abjasia y Osetia del Sur a Georgia y como la que está destruyendo a Ucrania.

Los norteamericanos han cometido todo tipo de tropelías en el escenario internacional, pero eso no implica que tengan la responsabilidad mayor en esta guerra. A Washington se le debe reprochar sus crímenes, pero la guerra criminal que destroza a Ucrania tiene como principal culpable a quien ordenó la invasión. Y ese no fue Joe Biden, sino Vladimir Putin.

Es injusto que la Corte Penal Internacional no haya acusado a George W. Bush por el crimen que implicó la invasión de Irak en el 2003, esgrimiendo un argumento plagado de falsedades para justificarla. Pero no es injusto que ese tribunal haya acusado de cometer crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra al presidente ruso.

Junto a esos crímenes se colocó Lula. Y en ese punto está cerca de Jair Bolsonaro, quien visitó a Putin y le declaró su admiración cuando las tropas rusas ya estaban desbordando las fronteras y a punto de invadir Ucrania.

En la vereda de los defensores de Putin, además de Bolsonaro, está Donald Trump, el conservador italiano Silvio Berlusconi y su aliado de extrema derecha Matteo Salvini, además del ultraderechista francés Eric Zemmour y el primer ministro ultraconservador de Hungría Viktor Orbán.

Todos esos líderes derechistas no desafinan ideológicamente al defender a Putin. Hay continuidad coherente entre el conservadurismo autoritario que encarnan y el respaldo al autoritarismo religioso y conservador que implica el presidente ruso. Tampoco son incoherentes apoyando al líder ruso, al menos en la forma que tienen de manejar el poder, los dictadores de Venezuela y Nicaragua, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Ellos no tienen que ver ni con el verdadero progresismo ni con la democracia ni con la defensa de los Derechos Humanos.

El que desafina es Lula da Silva. Sus anteriores gobiernos fueron claramente democráticos, o sea respetuosos de las libertades públicas e individuales, del pluralismo y de la sociedad abierta. Lo que se supone que representa Lula queda a contramano de lo que implica pararse junto a Putin y no junto a sus víctimas.

* El autor es politólogo y periodista.

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