El derecho al sueño (y su ciencia)

El sueño es un proceso activo: lejos de apagarnos durante la noche, diversas áreas cerebrales se encienden para garantizar un buen dormir.

El derecho al sueño (y su ciencia)
Muchos aseguran que dormir con la mascota es relajante y no perjudica ni el sueño ni la salud. (Pexels)

Usted preguntará por qué dormimos. Y cuándo, y cuánto y cómo. Y pensará que es muy sencillo: dormimos porque estamos cansados. Sí, algo de eso hay, pero no es todo: dormimos, simplemente, para vivir. Y, por si fuera poco, para estar sanos. En caso de dormir mal, poco o fuera del horario adecuado en forma crónica es un camino de ida hacia estar somnolientos, de mal humor, más susceptibles a las enfermedades, menos memoriosos y con mayor tendencia al sobrepeso.

El ciclo de sueño y vigilia es inherente al comportamiento humano, y se enmarca dentro de los llamados ritmos circadianos (o sea, que ocurren cada aproximadamente 24 horas) controlados por un reloj biológico localizado en un área muy profunda del cerebro: los núcleos supraquiasmáticos (NSQ) del hipotálamo.

Estos ritmos son sincronizados por variables ambientales (o zeitgebers) y se manifiestan en todas las variables fisiológicas del organismo. Sin embargo, el ciclo de sueño posee características particulares que convierten su estudio en una disciplina específica, tanto en lo que atañe a su funcionamiento normal como al patológico. El estudio contemporáneo del sueño no puede dejar de lado la noción de la sociedad de 24 horas, esto es, las demandas sociales y culturales que empujan al ciclo más allá de sus límites naturales.

Podría decirse que estamos preparados para un mundo que ya no existe, con días y noches separados claramente, estaciones que dejan su huella en cuanto a las variaciones ambientales y una cierta predictibilidad en cuanto a los horarios de actividad y reposo. Por el contrario, la sociedad (en particular en sus aspectos urbanos) trae aparejados una serie de desafíos para nuestro reloj biológico y el ciclo de sueño.

Entre estos desafíos, podemos mencionar los turnos de trabajo nocturnos o rotativos, los horarios escolares, la presión social por el horario de despertar (que genera el fenómeno denominado “jet lag social”), los vuelos transmeridianos o los cambios de horario de verano e invierno.

Sumado a esto, la disponibilidad de luz eléctrica casi universal ha modificado notoriamente nuestros hábitos cronobiológicos.

Sin embargo, existen aún oportunidades de estudiar el sueño en ambientes relativamente “naturales”, esto es, más o menos aislados de la vida social de las grandes urbes y sin acceso a electricidad.

El sueño es un proceso activo: lejos de apagarnos durante la noche, diversas áreas cerebrales se encienden para garantizar un buen dormir.

Asimismo, como ya dijimos, es un proceso rítmico: los humanos nos caracterizamos por la alternancia entre la actividad y el reposo a lo largo del día, y evolucionamos como animales diurnos, para estar expuestos a la luz solar durante el día y bien guardados en oscuridad durante la noche.

El sueño, además, tiene mala prensa… las horas que le robamos a la noche son consideradas un triunfo para la productividad, el ocio o el trabajo. Si el tiempo es dinero, entonces la vigilia cotiza en bolsa.

Hay una cierta adicción a estar despiertos, aunque desde hace un tiempo sepamos que las consecuencias de no dormir, dormir mal o a deshoras tiene consecuencias graves sobre la salud y el estado de ánimo (además de afectar nuestro desempeño y aumentar las tasas de accidentología).

Aun así, es curioso que no tengamos una respuesta precisa al interrogante de por qué dormimos – está claro que no es solo “para descansar” y que, en todo caso, es un proceso fundamental para la vida.

Y el sueño es, finalmente, un fenómeno complejo: no es cuestión de cerrar los ojos y quedarse quieto durante toda la noche. Por el contrario, el dormir presenta una arquitectura particular en la que se van sucediendo distintos estados, desde el adormecimiento hasta el sueño profundo.

Este circuito se repite unas 4 o 5 veces por noche, interrumpido por un estadio completamente diferente y casi se diría sorpresivo: cada aproximadamente 90 minutos pasamos al llamado sueño REM (por las siglas en inglés de “rapid eye movements” o movimientos oculares rápidos); si nos despiertan durante esta etapa de sueño REM es muy posible que narremos que estábamos… soñando.

Pero si no tenemos claro qué es el sueño, menos aún podemos decir sobre los sueños. Muchas veces están dotados de una gran imaginería visual, cruzados por historias y personajes que van de lo fabuloso a lo familiar. La etapa REM va variando a lo largo de la noche; la última suele ser la más larga y coincide con los momentos previos al despertar: si algún sueño recordamos, seguramente será el último.

Muchos animales sueñan, o al menos, entran en el mismo tipo de actividad cerebral. En los humanos, los bebés (y aun los fetos en las últimas etapas de su desarrollo) sueñan casi todo el tiempo en que están dormidos, acaso para rememorar lo vivido durante la vigilia, para hacer sentido para todo aquello que ha entrado por esos ojos nuevos.

Durante la noche no cerramos completamente las puertas de la percepción; así, algún estímulo externo – un perro ladrando a la luna, un olor particular – puede llegar a ser incorporado en los sueños y virar su contenido de manera azarosa.

Todos soñamos, aunque no siempre lo recordemos.Con respecto al contenido de los sueños, podemos decir relativamente poco. Hay familias de sueños: muchas veces las historias oníricas se pueden agrupar alrededor de algunos temas comunes (caídas, olas, playas, cielos y, por supuesto, nuestros personajes cercanos o aquellas situaciones vividas durante el día que se resisten a desaparecer y encuentran su camino nocturno).

Privar de sueños es algo perjudicial – al menos en modelos animales. De a poco las tecnologías han podido ir descifrando el mecanismo de los sueños y hasta podemos predecir lo más íntimo y secreto de una persona: aquello con lo que sueña.

Algo es seguro: para cumplir nuestros sueños… primero hay que dormir.

* El autor es licenciado y doctor en Biología. Universidad de Buenos Aires.

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