Esta semana Cristina Fernández de Kirchner llevó a la práctica las ideas que la semana anterior expresó en su discurso en el Centro Cultura Kirchner frente a legisladores latinoamericanos y europeos. Allí dijo que en el momento presente del mundo, el verdadero poder lo tenía el capitalismo financiero internacional con sus aliados institucionales (jueces y periodistas), mientras que los políticos que representaban al pueblo no poseían casi nada del poder real.
Para llevar su teoría a la práctica. por estos días emprendió una guerra (más bien guerrita) contra la Corte Suprema de Justicia, según ella la cabeza del “partido judicial”, amagando con desobedecer sus órdenes en lo que respecta a la misión esencial de la Corte: fijar la constitucionalidad de las leyes.
Como al final la Corte se impuso, entonces Cristina hizo una jugarreta dividiendo a su propio bloque en el Senado para lograr un representante más en el Consejo de la Magistratura. Trató como marionetas a sus senadores y les fue diciendo: vós ponete en este bloque y vós en este otro. Y al día siguiente para peor, les dijo a algunos: vós salite de este bloque en que te puse ayer y andá al otro. Los sacó y los puso “a piacere” tratándolos más como objetos que como personas. Y al final les obligó a sacarse una foto todos juntos con una sonrisa abierta y picarona en cada rostro, como diciendo: Los jodimos a los de la Corte, nos dividimos de mentiritas para no hacer lo que ellos ordenaban, pero seguimos juntos. Ja, ja, rieron. La forma práctica en que Cristina libra la guerra que ha teorizado contra sus enemigos institucionales supuestamente aliados al poder fáctico, al poder de la oligarquía y del imperio. Colosal chiquilinada.
Pero lo que no hay que negarle a Cristina, a pesar de que luego traduzca sus teorías en estas tonterías llevada por el despecho y por el rencor ante quienes se le oponen, es que ideas tiene, frente al resto de casi todos los suyos, huérfanos absolutamente de ellas. Por eso la obedecen hasta la humillación, porque ella, mejor o peor, piensa y ellos no. Se acostumbraron a confundir lealtad con obediencia sumisa. Por eso van y vienen como muñecos manejados por un titiritera.
El problema con las ideas de Cristina es que a veces se le va la mano diciendo cosas que no debería decir y ni siquiera pensar, por los lugares institucionales en que se encuentra, en los que el pueblo la puso, ayer y hoy.
Una cosa es plantear que la política actual tiene menos poder que el que tenía antes frente a las fuerzas fácticas y que debe recuperar lo perdido. Idea bastante cierta en su diagnóstico y razonable en su propuesta. Pero otra cosa es el modo en que ella pretende recuperar el poder para la política.
En su discurso ella sostuvo que la división del poder en tres (ejecutivo, legislativo y judicial) estaba muy bien cuando a fines del siglo XVIII los políticos burgueses, en nombre de la ilustración y la razón, vencieron al viejo régimen, ese de los reyes, nobles, señores feudales y sacerdotes. Porque todo el poder quedó en manos de la nueva política y entonces la división de poderes servía para que la política se autolimitara frente a la tentación del exceso. Incluso los tres poderes autónomos siguieron estando bien luego de la segunda guerra mundial a mediados del siglo XX porque, para competir con la URSS, Occidente creó el Estado de bienestar, un sistema capitalista pero donde el Estado y la política, eran tan o más fuertes que las leyes del mercado. Pero todo eso culminó con la caída del comunismo en 1989 porque allí se impuso totalmente el mercado sobre el Estado y entonces la división de poderes dejó de servir porque debilitaba a la política al partirla en tres, frente al poder unificado del capitalismo financiero. Eso llevó, continúa Cristina, a que la política perdiera casi todo su poder y que además, los jueces se aliaran con los poderes fácticos del mercado en contra de los políticos. Ni que decir de la prensa, que si alguna vez fue contrapoder para limitar excesos, ahora no es más que una servidora del gran empresariado.
En otras palabras, según la vicepresidenta, hoy la división de poderes no sirve más frente al poder cada vez más concentrado de los agentes del mercado. Hay que reunificar el poder político de tres en un solo, propone.
Pero cuando ello ocurre las democracias se convierten en dictaduras donde el poder político entero lo detenta una sola persona o facción. Como también ocurrió, precisamente, antes de la revolución francesa, en los despotismos ilustrados del siglo XVIII, donde ciertos monarcas (Carlos III de España, Catalina II de Rusia, Gustavo III de Suecia, José I de Portugal, María Teresa I de Austria y su hijos José II y Leopoldo II, Federico II de Prusia y Luis XVI de Francia) se modernizaron apoyándose en las ideas de la razón y la ilustración (contra el feudalismo y el clero) pero mantuvieron las monarquías absolutas manejando el poder político sólo los reyes y sus Cortes.
Ese es el sistema que anhela Cristina, el despotismo ilustrado (populismo progresista se diría hoy) de una monarca absoluta que abarque en su sola mano todo el poder político, el de los otros dos poderes, el de la prensa y tenga cortito a los poderes fácticos.
Eso es lo que le gusta de los regímenes populistas latinoamericanos, eso es lo que hizo en Santa Cruz con Néstor y sobre todo eso es lo que admira en la Rusia de Putin, ese nuevo zar que reunificó en su sola mano todo el poder político perdido luego de la caída del comunismo y que incluso puso bajo su control al sector privado con los capitalistas amigos de Estado, esos oligarcas que son las versiones rusas de Lázaro Báez y Cristóbal López. Los testaferros del verdadero poder, el de Putin, como acá fueron los testaferros de Néstor, ese hombre con pretensiones de unificar todo el poder en su persona, al que su señora le dio sustento teórico y ahora lo continúa.
De haber viajado ella a Rusia en vez de Alberto Fernández, Cristina no habría cometido la vulgaridad y la minusvalía de proponerse como mero portero de Putin para penetrar en América Latina. Cristina, por el contrario, se habría propuesto de socia igualitaria (como lo hizo Cleopatra ante Julio César) proponiéndole unirse para dominar juntos el mundo en nombre del despotismo ilustrado que ambos profesan. Aunque la proporción de fuerzas fuera sideralmente distinta, ella no se achica, como no se achicó la reina del Nilo ante el imperio romano.
La vicepresidenta no es portero o puerta como su presidente delegado, ella es reina como Catalina II de Rusia, o María Antonieta.
Son Putin y Cristina dos monarcas absolutistas que quieren reunificar lo que la división de poderes separó.
Esa concepción autoritaria llevó a Rusia a invadir un país libre por parte de un neo zarista estalinista. Mientras que en la Argentina, por ahora no pasa a mayores porque a pesar de todo la República liberal, aún con sus ultrajes, está más sólida que en Rusia. Cristina tiene oligarcas propios pero no son más que cajeros santacruceños de quinto nivel o ladrones de nafta super. Y su ideal de un país con la división de poderes reunificada en su sola persona, no pasa más que por una Justicia dominada por los jueces militantes de Justicia Legítima, un periodismo como el del C5N o Página 12 y un poder legislativo con senadores obsecuentes haciéndole pito catalán en una foto a Horacio Rosatti, el presidente de la Corte Suprema que esta semana le dio una paliza colosal al intento de despotismo ilustrado de nuestra monarca absolutista, que por ahora lo es más en el relato que en la realidad.