El militar José Ignacio Garmendia inmortalizó la partida de los soldados argentinos hacia la Guerra de la Triple Alianza, haciendo hincapié en las madres que “en tropel desolado acompañan a los Batallones (…) Aquella pena suprema saboreando la angustiada faz, aquél llanto amargo y silencioso coloreando los doloridos ojos, mezclado al polvo del camino; aquellos pañuelos que se llevaban a la boca para ahogar un gemido, aquél apresuramiento en zozobra pisándose unas a otras para no perder de vista un instante al que partía tal vez para no volver más; aquél adiós eterno y tremendo”.
Entre esas mujeres se encontraba Benita Martínez despidiendo a Dominguito Sarmiento, su hijo.
La correspondencia que posteriormente ambos mantuvieron constituye una valiosa fuente para conocer las condiciones en que vivían nuestros soldados.
Domingo Fidel terminó bajo el mando de Lucio V. Mansilla, quien lo protegió hasta el punto de mantenerlo para que pudiese entregar todo su sueldo a Benita.
En una de sus últimas cartas, el muchacho nombra al abuelo de Jorge Luis Borges —mayor Francisco Borges— también en el frente y desnuda el espíritu amplio de su superior: “Mansilla -escribió Dominguito-, pasado el primer momento de la carga, me ordenó que me retirara, yo no habiendo querido obedecerle como era natural; me dijo: ‘He prometido no exponerlo a Ud. sino en caso indispensable. Volvamos al batallón y piense que se lo he prometido a su mamá’. Te cuento esto para que veas como hay quien cuide por ti”.
Lamentablemente don Lucio no pudo cumplir su promesa y la vida de Dominguito se apagó en Curupaytí en septiembre de 1866.
Aquella muerte consumió a Sarmiento por el resto de sus días ya que estaban distanciados.
En 1862 padre e hijo discutieron debido a la relación que el primero mantenía con Aurelia Vélez, rompiendo así el vínculo con la madre del joven.
Al conocer la noticia Sarmiento escribió a Mitre desde Estados Unidos: “¡Qué cadena de desencantos! Habría vivido en él; mientras que ahora no sé a dónde arrojar este pedazo de vida que me queda; pues ni aquí ni allá sé qué hacer con ella”.
Simultáneamente escribió a la esposa del General Mitre señalando: “Mi estimada amiga (..) cuando las leyes de la naturaleza son violadas por las necesidades de la sociedad solo queda levantar los ojos más arriba y obedecer con resignación a otras leyes superiores que están acaso proveyendo a necesidades que se nos ocultan o no sabemos sentir (...) Ha muerto antes de probar el desencanto que está en el fondo de la copa, y su imagen se me presenta espirante y risueña con sus juveniles recuerdos…”
El sanjuanino trató de calmar tanto dolor a través de la escritura, base primordial de su existencia. Así nació “Vida de Dominguito”, libro que publicó dos años antes de morir.
*La autora es historiadora